Comentario
Las buenas maneras y la etiqueta social atraviesan un claro retroceso, que se aprecia con especial nitidez en el auge del ghosting. Antes considerado un acto de cobardía, este comportamiento se ha normalizado al calor de la tecnología y de la evolución de las normas sociales.
Las redes sociales son en gran parte responsables de este cambio: promueven el individualismo por encima del sentido de comunidad y erosionan la cortesía. También influyen otros factores: una crianza deficiente, el aislamiento derivado de la COVID-19, la exposición a la grosería de políticos y personas influyentes y una creciente sensación de tener derecho a todo. En conjunto, todos ellos han alimentado esta regresión.
La lista de quejas sobre la decadencia de los modales es larga: muchas personas ya no dicen «por favor» ni «gracias», usan el altavoz del móvil en público, llevan perros a los supermercados, dejan los carritos de la compra tirados por los aparcamientos, interrumpen las conversaciones y se pasan el rato en las redes sociales en lugar de prestar atención a quienes tienen delante.
Pero la práctica del ghosting destaca como la forma más preocupante de regresión social, sobre todo en el ámbito laboral.
Este fenómeno es ahora común, especialmente entre los millennials (generación Y) y la generación Z. Se produce cuando alguien corta la comunicación sin dar explicaciones, a menudo para evitar conflictos. El mensaje silencioso es simple: «Déjame en paz. No me interesa seguir con esto».
Lo que antes se consideraba una muestra de mala educación y cobardía —esfumarse sin una palabra— se ha convertido en una práctica habitual. Muchos jóvenes, a menudo incómodos en las interacciones cara a cara, se refugian en la seguridad de sus pantallas para esquivar ese malestar. La tecnología ha distorsionado nuestra brújula moral, fomentando una actitud egocéntrica que prioriza el bienestar personal sobre la resolución de conflictos y la cortesía.
En lugar de esforzarse por ganar confianza, mejorar las habilidades sociales o superar la ansiedad, la nueva expectativa es: «El mundo debe adaptarse a mis problemas». Desaparecer sin dar explicaciones permite a las personas evadir sus propias dificultades y trasladar la responsabilidad a otros.
Esta tendencia se inscribe en un contexto más amplio de erosión de la civilidad. A principios de la década de 2000, internet y las redes sociales comenzaron a acaparar nuestra atención. Lo que antes eran nobles objetivos, como contribuir a la comunidad, la responsabilidad cívica y las buenas maneras, se han transformado en imperativos morales definidos por la política y la identidad. En lugar de buscar puntos en común, se nos insta a revivir agravios del pasado.
El resultado es una «era de la ofensa». Expresarse ahora requiere andar con pies de plomo para no herir la sensibilidad de los demás.
Muchos creadores de contenido fomentan el establecimiento de límites y el alejamiento de las personas «tóxicas». Los límites pueden ser saludables, pero cuando se absolutizan, erosionan los lazos familiares, las amistades, el compañerismo y las conexiones cívicas en general.
La realidad es sencilla: no es posible controlar la conducta ajena. La civilidad, la empatía y la profesionalidad no pueden imponerse por ley. En Canadá, la Carta de Derechos y Libertades protege la libertad de expresión, incluso cuando esta adopta la forma de silencio o descortesía.
Dos puntos importantes sobre el ghosting:
En relación con el ghosting, conviene tener presentes dos ideas: no se puede controlar que otra persona recurra a esta práctica y no existe ningún derecho constitucional a que alguien se ponga en contacto con uno.
La vida digital facilita el ghosting. En segundos, podemos pasar de la accesibilidad total al silencio absoluto casi sin consecuencias. La sensación de tener derecho a todo nos impide ver que este comportamiento duele más porque activa el deseo fundamental de pertenecer y ser querido.
Por eso, quienes buscan empleo suelen quejarse con más vehemencia del ghosting. Una encuesta de 2024 realizada por la plataforma de contratación Greenhouse reveló que el 61 % de quienes buscaban trabajo reportaron haber sido víctimas de esta práctica después de una entrevista. Si bien la encuesta fue internacional, los solicitantes canadienses afirman experimentar la misma frustración.
Por otro lado, una encuesta de Indeed de 2023 encontró que el 37 % de quienes buscaban empleo en Canadá admitieron haber hecho ghosting a los empleadores, a menudo faltando a las entrevistas sin previo aviso.
¿Es el ghosting una muestra de pereza y crueldad? Sin duda. Pero equipararlo con maltrato es una exageración. En un mundo lleno de atrocidades reales, el ghosting es una ofensa menor. Como nos recuerda la Oración de la Serenidad, «acepta lo que no puedes cambiar, cambia lo que sí puedes y reconoce la diferencia».
En esencia, el ghosting tiene que ver con el control. Al desaparecer, se le quita al otro la oportunidad de influir en su decisión. Una conversación podría derivar en acusaciones, conflictos o incluso problemas legales, como en el caso de la retroalimentación sobre la contratación. Quienes practican el ghosting ven el silencio como un escudo.
Algunos argumentan que el ghosting daña la reputación. Pero, ¿acaso alguna empresa ha sufrido daños graves por ejercer estas prácticas con candidatos? ¿Alguien puede demostrar pérdidas económicas por estas actitudes? ¿Conoce usted a alguien con mala reputación simplemente por practicar el ghosting?
En una sociedad obsesionada con la conveniencia y el usar y tirar, no sorprende que esta mentalidad se haya infiltrado en las relaciones. El ghosting no refleja progreso, sino decadencia. Es la forma más fácil, casi sin repercusiones, de decir: «He terminado contigo».
Artículo publicado originalmente en The Epoch Times con el título «Ghosting Is the Clearest Sign That Civility Is in Decline»
Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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