ENTREVISTA – Las vacunas de ARN mensajero ya no son exclusivas de los seres humanos. Ahora, tanto animales como plantas están a punto de entrar en una revolución biotecnológica que ya está en marcha. Una revolución silenciosa que plantea cuestiones de seguridad, ética y transparencia democrática. «Mañana, con solo comer una ensalada bastará para estar “vacunado”», afirman los autores del libro. Denunciando una «medicina sigilosa» y también cuestionan nuestra libertad de elección ante el establecimiento, «sin transparencia ni debate», de un paradigma surgido a raíz de la crisis de la COVID-19.
Epoch Times: En su libro, «Long Covid and the Adverse Effects of the Vaccine» [Covid persistente y los efectos adversos de la vacuna] (Trédaniel), analiza el fracaso de la vacunación con ARNm contra el COVID-19, que en su momento se presentó como la panacea capaz de poner fin a la crisis sanitaria. Ahora se centra en el desarrollo de vacunas de ARNm para otros ámbitos del mundo vivo. ¿Por qué dedicar un libro a este tema?
Jean-Marc Sabatier: Queríamos escribir este libro para ofrecer al público información esencial sobre la tecnología del ARN mensajero (ARNm) y sus múltiples aplicaciones. A través de nuestra investigación, descubrimos que su uso no se limitaba a la vacunación humana, sino que ya se extendía al mundo animal y vegetal, a menudo con relativa discreción.
En la mayoría de los casos, los consumidores desconocen por completo qué tipo de vacunas han recibido los animales cuya carne consumen. Es importante recordar que la inmunización es legal en el marco de la agricultura ecológica, algo que mucha gente ignora. El problema es que las nuevas vacunas de ARNm ya no siguen la lógica clásica de la vacunación: se basan en un enfoque genético que altera temporalmente la función celular.
Estelle Fougères: En este contexto, surge una pregunta: ¿no deberíamos, como ocurre con los cultivos transgénicos, exigir un etiquetado claro cuando los animales o las plantas hayan recibido este tipo de vacuna? Aquí reside, en nuestra opinión, una cuestión democrática fundamental: garantizar al público información transparente sobre lo que consume.
En su libro, usted afirma que los productos de ARNm no son, estrictamente hablando, vacunas. ¿Podría explicar a qué se refiere exactamente?
EF: Si nos atenemos a la nueva definición del término «vacuna», los productos de ARNm pueden considerarse vacunas. Pero conviene recordar que esta definición ha cambiado varias veces.
Una de las primeras confusiones surge precisamente de esta evolución semántica. El significado mismo de los términos «vacuna y vacunación» se modificó profundamente en 2021, con el lanzamiento de las campañas de ARNm. Lo que antes designaba un producto capaz de conferir inmunidad contra una enfermedad ha pasado a referirse a un producto que «estimula la respuesta inmunitaria», sin garantizar, sin embargo, dicha inmunidad.
De manera similar, la «vacunación», que históricamente buscaba ofrecer una protección completa, ahora se presenta como un medio para proporcionar una protección mucho más relativa e incierta. Este cambio semántico no es insignificante: no solo modifica la percepción de lo que significa vacunarse, sino también el nivel de protección que uno tiene derecho a esperar.
JMS: Si bien cumplen con los criterios para la terapia génica, las vacunas de ARNm se siguen clasificando y regulando como vacunas tradicionales. Esta clasificación no es un detalle menor: permite que estos productos eludan las restricciones regulatorias impuestas a las terapias génicas. En coinsecuencia, quedan exentas de ciertas evaluaciones exhaustivas, como los estudios de biodistribución, los de potencial de excreción —es decir, el proceso por el que el organismo elimina sustancias o desechos, principalmente a través de los riñones o la bilis— y las pruebas de genotoxicidad, que miden la capacidad de una sustancia para alterar el material genético de las células.
Este enfoque sin duda facilitó el rápido lanzamiento al mercado de estos productos durante la crisis del SARS-CoV-2, pero también redujo el nivel de control que suele requerirse para tecnologías de esta complejidad. En la práctica, el simple hecho de clasificar un producto como vacuna, en lugar de como terapia génica, ha permitido omitir ciertos pasos de evaluación esenciales, a costa de un marco científico y regulatorio menos estricto.
Su libro aborda la expansión de las aplicaciones del ARNm a nuevas vías de administración: comprimidos, aerosoles nasales y parches cutáneos. ¿Cuál es el estado actual de estos proyectos y cuáles considera que son los principales desafíos?
JMS: En la búsqueda de soluciones sin agujas, ya se han explorado varias opciones. Sin embargo, tras el entusiasmo mostrado por fabricantes y laboratorios, persisten importantes incertidumbres y, a menudo, se minimizan los riesgos. Las vacunas orales de ARNm, por ejemplo, parecen atractivas, pues permiten ingerir una simple pastilla en lugar de recibir una inyección. Pero esta aparente simplicidad oculta enormes desafíos técnicos. El ARN natural es una molécula relativamente frágil que se degrada con mayor o menor rapidez por acción de las enzimas y la acidez gástrica.
No obstante, las estrategias de encapsulación pueden estabilizar el ARN, permitiéndole llegar a las células intestinales en forma funcional. Los ensayos en curso aún se encuentran en fase exploratoria y la transición del laboratorio a los estudios en humanos dista mucho de ser segura. Peor aún, todavía no se sabe bien cómo medir el impacto de la exposición repetida al ARN mensajero en la flora intestinal, ni los posibles efectos secundarios relacionados con su absorción a través de vías consideradas «no convencionales».
Los aerosoles nasales también generan un entusiasmo considerable. En teoría, proporcionarían una mayor inmunidad local en las vías respiratorias, la primera línea de defensa contra muchos virus. Sin embargo, sus limitaciones son evidentes: irritación crónica de las mucosas, desencadenamiento de reacciones inflamatorias impredecibles y penetración de nanopartículas más allá de la barrera hematoencefálica, con un riesgo neurológico poco conocido aún. La investigación se encuentra en sus primeras etapas y, por ahora, ningún estudio a largo plazo aporta garantías sólidas. Es muy posible que estos aerosoles generen más complicaciones de las que resuelven.
En cuanto a los parches de microagujas, a menudo presentados como el futuro de la vacunación simplificada, suscitan preocupaciones más profundas. Tras la imagen tranquilizadora de un dispositivo indoloro y cómodo, se esconden incertidumbres reales. ¿Cómo podemos garantizar que el parche administra la cantidad exacta de ARNm prevista? Los riesgos de una dosis insuficiente o excesiva son reales y podrían comprometer la respuesta inmunitaria.
En resumen, lo que se presenta como una revolución tecnológica marca, principalmente, el inicio de una crisis sanitaria. El discurso oficial destaca la comodidad y la autonomía de estos dispositivos, pero ignora un defecto importante: la imprevisibilidad biológica de este método.
Hoy se habla de una «segunda generación» de vacunas de ARNm, conocidas como vacunas autoamplificables, que se presentan como más potentes y que requieren dosis mucho menores. ¿Qué son exactamente y cuál es el estado actual de estos avances?
EF: Hablar de una «segunda generación» es en parte cierto y en parte falso. Es verdad que, para la vacunación contra el SARS-CoV-2, la vacuna de ARNm autoamplificable de Kostaive, también conocida como ARCT-154, aprobada en Japón el 28 de noviembre de 2023 y posteriormente por la Unión Europea el 12 de febrero de 2025, tras la opinión favorable del Comité de Medicamentos de Uso Humano (CHMP, por sus siglas en inglés) de la Agencia Europea de Medicamentos (EMA, por sus siglas en inglés), llegó después de las llamadas vacunas de ARNm «clásicas». Además, se han puesto en marcha o están en desarrollo otros proyectos basados en esta tecnología, sobre todo en el ámbito de la salud animal.
Pero, en realidad, esta tecnología no es nueva. Tras consultar la literatura científica, descubrimos que ya se había desarrollado y probado en 2012, en un trabajo realizado por Novartis y publicado en la revista PNAS. Esta investigación se centró en modelos animales, incluidos cerdos y ratones, y ya demostró el potencial del ARN mensajero autoamplificable encapsulado en nanopartículas lipídicas.
Este descubrimiento fue una verdadera sorpresa: lo que ahora se presenta como una innovación disruptiva existía desde hacía más de una década, mucho antes de la epidemia del SARS-CoV-2, pero simplemente había permanecido fuera del alcance de la comunicación pública.
JMS: Las vacunas de ARNm autoamplificables se presentan como una revolución, y en cierto modo lo son, porque que tras esta promesa se esconde un gran avance. Su originalidad radica en que incorporan información genética que codifica un complejo llamado «replicasa» dentro de su estructura molecular, lo que permite que el mensaje genético se amplifique directamente en el organismo. En términos sencillos, una vacuna de ARNm autoamplificable funciona como una copia que se reproduce a sí misma dentro de la célula. Una vez administrado, este preparadoq ue contiene ARN mensajero entra en las células a través de diminutas partículas lipídicas. Allí sirve como molde para fabricar dos elementos: la proteína a la que se dirige la vacuna —como la proteína espiga del SARS-CoV-2— y un conjunto de enzimas virales capaces de copiar ese ARN de nuevo.
Estas enzimas forman un complejo de replicasa que fabrica nuevas copias del ARN original. En otras palabras, el ARN se replica dentro de la célula, lo que multiplica la cantidad de materila genético disponible y, por tanto, incrementa la producción de proteínas vacunales.
Esta capacidad de replicación interna es lo que le da el nombre a estas vacunas de ARNm «autoamplificables».
Si se quiere, puede compararse con una fotocopiadora genética instalada en el corazón de la célula. Las formulaciones convencionales de ARNm administran un único mensaje que se destruye con relativa rapidez —aunque se ha observado que el ARN mensajero puede persistir en el organismo mucho más tiempo del previsto inicialmente—, mientras que las versiones autoamplificables reproducen su propio código una y otra vez. El resultado es una producción masiva y prolongada de proteínas antigénicas, obtenida con una dosis mucho menor de ARNm.
Según sus desarrolladores, esta estrategia intensificaría la respuesta inmunitaria, prolongaría la duración de la protección y reduciría la cantidad de vacuna necesaria. Sin embargo, persiste una pregunta crucial: ¿dónde y cuándo se detiene este mecanismo? Mientras la replicasa permanezca activa, la célula sigue produciendo el antígeno seleccionado, ya sea la proteína espiga del SARS-CoV-2 u otra. Esta estimulación persistente no está exenta de riesgos y podría provocar inflamación crónica, desregulación inmunitaria o incluso enfermedades autoinmunitarias desencadenadas por una reacción exagerada.
Más allá del riesgo biológico inmediato, surgen incógnitas técnicas y ambientales: ¿qué ocurre con este material genético una vez diseminado? ¿Puede interactuar con otros microorganismos? ¿Puede circular más allá del organismo objetivo? Estas preguntas, todavía sin respuesta, deberían bastar por sí solas para justificar la cautela. Aun así, ya se ha autorizado una primera vacuna de ARNm autoamplificable contra el SARS-CoV-2 y, paralelamente, Francia está vacunando masivamente a sus patos contra la gripe aviar con esta tecnología, implementada a pesar de las profundas incertidumbres científicas que aún persisten.
En su opinión, ¿podría la vacunación de animales de granja, en particular de patos contra la gripe aviar, suponer un riesgo directo o indirecto para los consumidores de su carne?
EF: Depende. En Francia, no todos los patos están vacunados, pero la vacunación es obligatoria en las explotaciones con más de 250 aves. Aproximadamente 62 millones de patos, procedentes de 2500 granjas, se vacunan cada año. Actualmente existen dos vacunas distintas, pero no hay ninguna obligación de especificar cuál se utilizó en cada explotación, lo que impide a los consumidores saber con qué producto se inmunizó a los animales.
La primera vacuna, VOLVAC B.E.S.T. AI + ND, se basa en una tecnología convencional de proteínas recombinantes. Combina fragmentos del virus de la gripe aviar H5N1 y del virus de la enfermedad de Newcastle inactivado para estimular la respuesta inmunitaria sin utilizar el virus completo. Este tipo de vacuna, ya bien conocida, presenta un perfil de seguridad ampliamente establecido.
La segunda vacuna, CEVA Respons AI H5, es mucho más reciente y utiliza la tecnología de ARNm autoamplificable. Presentada como un gran avance científico, permite que el ARN se replique temporalmente dentro del organismo del animal, lo que aumenta la producción de proteínas virales y refuerza la respuesta inmunitaria.
Sin embargo, esta capacidad de autoamplificación plantea numerosas interrogantes. Todavía se desconocen los efectos a medio y largo plazo, tanto en los animales, que generalmente se sacrifican jóvenes, entre las siete y las dieciséis semanas según la especie, como en los consumidores que ingieren su carne. Y es precisamente esta incertidumbre la que debería, por sí sola, fomentar la cautela.
JMS: Ante la falta de datos a largo plazo, muchos cuestionan los posibles efectos de esta nueva tecnología, no solo en los animales vacunados, sino también en la salud de quienes consumen su carne. Las vacunas de ARNm autoamplificables se presentan como un gran avance científico, pero su implementación en la ganadería se ha llevado a cabo sin una evaluación exhaustiva a largo plazo.
Aplicada principalmente a patos, pero también a pollos desde junio de 2023, esta tecnología plantea preocupaciones mucho más profundas de lo que podría parecer a primera vista. Si bien algunos investigadores la consideran una solución prometedora contra los brotes de enfermedades animales, otros resaltan los riesgos potenciales para la seguridad alimentaria. Una de las principales incógnitas se refiere a la estabilidad del ARNm, que en teoría debería destruirse con el calor o durante la digestión. Sin embargo, varios estudios señalan que ciertas moléculas de ARNm pueden soportar temperaturas de hasta 100 °C durante diez minutos u 80 °C durante varias decenas de horas. Su estabilidad depende de la estructura del ARN y de la presencia de nanopartículas lipídicas protectoras.
En otras palabras, en métodos de cocción a baja temperatura, como la pechuga de pato rosada o el foie gras semicocido, podrían permanecer ARNm intactos. ¿Y si estos ARNm entraran en el torrente sanguíneo a través del contacto con nuestras membranas mucosas? En teoría, también podrían estar protegidos por vesículas microscópicas, los exosomas, y evitar así la degradación. Este escenario, aunque hipotético, es realista y merece un estudio más profundo antes de que esta tecnología se generalice.
Los componentes de las vacunas aumentan esta preocupación. El escualeno, un lípido que potencia la respuesta inmunitaria, también estabiliza las moléculas de ARN, haciéndolas más resistentes al calor y a la acidez gástrica. En cuanto a las nanopartículas de óxido férrico, protegen el ARN de condiciones extremas y podrían facilitar su paso a través de barreras biológicas. En algunos casos, incluso podrían impedir su degradación completa, sobre todo si la carne se consume cruda o poco cocida.
Además, antes de llegar al estómago, la carne entra en contacto con la mucosa oral y el esófago. Si el ARN funcional persiste allí, no se puede descartar por completo su transferencia al cuerpo humano. Esto plantea una pregunta crucial: ¿podría este ARN, aunque sea temporalmente, producir proteínas extrañas, en particular las del complejo replicasa, en nuestras células?
Por ahora, ningún estudio independiente ha dado respuesta. Sin embargo, millones de patos ya han sido vacunados y su carne llega a nuestros platos a diario sin que los consumidores sepan qué vacuna se utilizó. Esta falta de transparencia, junto con la ausencia de datos sólidos, alimenta la desconfianza. Una tecnología tan potente debería haberse evaluado rigurosamente antes de su uso generalizado. No ha sido así.
EF: Persisten varias incertidumbres en torno a las autorizaciones temporales de uso (ATU, Autorizaciones Temporales de Uso) de las vacunas contra la gripe aviar. En la actualidad figuran dos ATU en el sitio web de la ANSES, válidas del 25 de marzo de 2025 al 25 de marzo de 2027, para la vacuna VOLVAC B.E.S.T. IA + ND y para CEVA Respons IA H5. Desde que se introdujo la vacunación obligatoria el 1 de octubre de 2023 para las granjas con más de 250 patos, estas primeras ATU se han modificado en varias ocasiones: la correspondiente a la vacuna de CEVA, concedida el 31 de mayo de 2023, ha sufrido seis revisiones en menos de dos años.
La renovación de la autorización, el 23 de marzo de 2025, introduce una disposición particularmente preocupante: la relación beneficio-riesgo de la vacuna de CEVA se considera «positiva», pero con evidencia limitada. En otras palabras, el producto se está utilizando en una situación de emergencia de salud pública sin disponer de todos los datos científicos. Además, los documentos oficiales especifican que no existe información sobre la compatibilidad de la vacuna con otros tratamientos veterinarios, ni datos sobre su seguridad durante la puesta de huevos, una fase crítica para las aves de corral. Cabe recordar que la autorización de esta vacuna se extendió de patos a pollos en junio de 2023, a pesar de que la vacunación no es obligatoria para estos últimos.
Otro motivo de preocupación son las advertencias médicas dirigidas a quienes manipulan la vacuna. Los prospectos mencionan riesgos graves en caso de inyección accidental, debido a la presencia de aceites a base de hierro y nanopartículas. Incluso una pequeña cantidad inyectada puede causar edema intenso, necrosis isquémica o, en casos extremos, la pérdida de un dedo si no se interviene quirúrgicamente de inmediato.
Estas precauciones plantean serias dudas sobre el nivel real de evaluación y la seguridad de este preparado. El recurso a un procedimiento de urgencia, combinado con tantas advertencias y con modificaciones en un periodo tan corto, genera interrogantes profundos sobre el rigor del seguimiento científico y la capacidad de las autoridades para garantizar la seguridad de los animales, los consumidores y los profesionales expuestos.
JMS: Pero, más allá de los patos, la lógica de expansión de estas tecnologías continúa. Programas de investigación avanzados ya buscan vacunar no solo a peces y determinadas plantas, sino también a vacas, no para prevenir enfermedades, sino para modificar sus funciones biológicas naturales, como la producción de metano.
Con un enfoque presentado como ecológico, equipos de investigación están desarrollando terapias génicas, vacunas de ARN mensajero y, sobre todo, una serie de moléculas sintéticas diseñadas para reducir las emisiones de metano de los rumiantes. Algunas ya se están probando o incluso se comercializan: inhibidores enzimáticos de la microbiota intestinal, aditivos que actúan sobre la fermentación en el intestino o compuestos capaces de bloquear la actividad de las arqueas metanogénicas responsables de la producción de gas. El objetivo declarado es claro: lograr una regulación casi total de los organismos vivos, en la que incluso procesos fisiológicos básicos, como la digestión o la flatulencia animal, deban mantenerse bajo control en nombre de la lucha contra el cambio climático.
Para el ganado vacuno, el problema va mucho más allá de las vacunas de ARNm. Estos nuevos enfoques, ya se basen en moléculas químicas o en herramientas de ingeniería genética, tienen como objetivo transformar los organismos vivos desde dentro, a menudo sin un debate público real ni una evaluación independiente de sus consecuencias para la salud o el medio ambiente.
Y, por si fuera poco, algunos proyectos van aún más lejos en el control de los seres vivos. El programa ZELP (por sus siglas en inglés), por ejemplo, prevé equipar a las vacas con máscaras capaces de capturar el metano que emiten al eructar y transformarlo en dióxido de carbono y vapor de agua. Este dispositivo, presentado como una solución innovadora al cambio climático, simboliza una intrusión sin precedentes en la vida animal, como si el simple acto de respirar o digerir de un ser vivo tuviera que ser regulado tecnológicamente.
Tras estas iniciativas subyace una visión inquietante: la de una naturaleza completamente bajo control humano, donde los animales se convierten en instrumentos de experimentación al servicio de cuestionables objetivos políticos o ambientales. Antes de ceder a esta carrera tecnológica desenfrenada, es urgente recuperar la perspectiva y el discernimiento, cuestionar la lógica que nos impulsa a querer controlarlo todo, hasta la biología más íntima de los seres vivos, en nombre de una emergencia climática que a menudo se presenta sin matices ni pensamiento crítico.
En uno de los capítulos del libro, usted habla de las «verduras vacunales»: plantas, escribe, capaces de producir proteínas vacunales e inmunizar directamente a quienes las consumen. Aclara que esto ya no es ciencia ficción, sino una realidad científica en rápido desarrollo. ¿Qué implica exactamente?
EF: Al repasar la historia de la ciencia, uno comprueba que la idea de las «verduras vacunales» no es nueva. Surgió a principios de la década de 1990, mucho antes de la era de las vacunas de ARNm. En aquel entonces, los investigadores —en particular los que trabajaban con Charles Arntzen— intentaron introducir genes virales en plantas como patatas, plátanos y tomates para transformarlas en auténticas fábricas de antígenos.
El objetivo, sencillo y a la vez ambicioso, era diseñar vacunas comestibles capaces de llegar al mayor número posible de personas, no mediante inyección, sino por ingestión. En 1992 se probaron en humanos patatas modificadas genéticamente que producían un antígeno del virus de Norwalk, responsable de la gastroenteritis. Los resultados fueron significativos: casi el 95 % de los voluntarios desarrolló una respuesta inmunitaria detectable tras consumirlas. Esta línea de trabajo aún no utilizaba ARNm, pero sentó las bases de lo que hoy se conoce como «vacunación vegetal»: en otras palabras, la idea de que los alimentos puedan convertirse en vectores terapéuticos o incluso vacunales. Lo que entonces parecía una curiosidad científica se considera ahora una perspectiva industrial, y eso es precisamente lo que suscita nuevas inquietudes.
JMS: Lo que ayer se consideraba ciencia ficción hoy se está convirtiendo en un proyecto muy real. Resurge la idea de las «vacunas vegetales»: plantas capaces de producir y administrar vacunas de ARNm simplemente al ingerirlas. Los investigadores ya trabajan con lechuga, espinacas, arroz y tomates modificados genéticamente para producir moléculas terapéuticas. Dicho de otro modo, mañana una ensalada podría convertirse en una vacuna… sin jeringa, sin médico y quizá sin que el consumidor lo sepa.
En la Universidad de California, Riverside, por ejemplo, un programa financiado por la Fundación Nacional de Ciencias busca crear plantas capaces de generar ARNm y desencadenar una respuesta inmunitaria tras su ingestión. Una sola lechuga podría contener la dosis necesaria para «vacunar» a una persona. Los investigadores incluso imaginan huertos familiares en los que cada cual cultive sus propias «vacunas», o campos enteros de plantas destinados a la industria farmacéutica.
En teoría, la promesa es atractiva: una vacunación sencilla y económica, sin necesidad de una logística sanitaria compleja. Pero la realidad es muy distinta. ¿Cómo garantizar la dosis exacta de ARN en cada planta? ¿Cómo evitar que la cocción, el almacenamiento o la digestión destruyan el principio activo? Y, sobre todo, ¿cómo evaluar los efectos de una exposición repetida a sustancias biológicas integradas en nuestra dieta diaria?
Estas «vacunas comestibles» plantean una cuestión crucial: ¿dónde termina la alimentación y dónde empieza la medicina? Tras esa apariencia de accesibilidad y respeto al medio ambiente se perfila un mundo en el que los seres vivos, incluso las plantas, se convierten en herramientas biotecnológicas. Y, en última instancia, sigue abierta la pregunta esencial: en esta carrera por el progreso, ¿qué quedará de nuestra libertad para elegir lo que ponemos en nuestros platos?
Sus análisis sumamente críticos de la tecnología del ARNm y el uso generalizado de la vacunación han llevado a algunos de sus defensores a tildarlos de «antivacunas». ¿Cómo responde a esta acusación?
JMS: No, no somos «antivacunas». Las vacunas son una herramienta más, y como cualquier herramienta, pueden ser útiles si se usan correctamente. Cuando los beneficios son reales, los riesgos se evalúan adecuadamente y los estudios son rigurosos, pueden representar una solución valiosa. El problema radica en los excesos: decisiones precipitadas, evaluaciones incompletas, efectos secundarios ocultos o reacciones de pánico que a veces conducen a una vacunación injustificada.
Además, comprendo la angustia de los ganaderos: cuando un solo animal enfermo provoca el sacrificio de toda una manada, es comprensible que busquen protección. Pero esta protección debe ser segura, eficaz y justificada, y no deben descuidarse otras opciones terapéuticas existentes, especialmente cuando las vacunas no están ampliamente disponibles, como ocurre con la dermatosis nodular contagiosa, una enfermedad que no se transmite a los humanos y de la que la gran mayoría de los animales se recuperan de forma natural.
Esta lógica de emergencia perpetua tiene profundas consecuencias. Al sacrificar sistemáticamente al ganado, debilitamos nuestra autosuficiencia alimentaria y ponemos en peligro la diversidad genética de nuestros rebaños. Sin embargo, la genética de un rebaño es el resultado de generaciones de selección y adaptación. Destruirla en nombre de una estrategia a corto plazo compromete el futuro de todo un sector. Cuando se sacrifican indiscriminadamente rebaños enteros, valiosas líneas de sangre, fruto de décadas de selección y adaptación a las condiciones locales, a veces desaparecen.
Las razas resistentes, a menudo más resilientes, se ven sustituidas por animales de sectores industriales mucho más homogéneos. El resultado: un rebaño que aparenta estar más «controlado», pero que en realidad es más frágil biológicamente. Cuanto menor es la diversidad, mayor es el daño considerable que puede causar un solo virus o bacteria. En otras palabras, al intentar proteger a toda costa —si es que ese es realmente el objetivo—, a veces terminamos haciendo que el sistema sea más vulnerable.
Preservar la diversidad genética también significa preservar nuestra capacidad de alimentar a las generaciones futuras. Destruirlo en nombre de una estrategia a corto plazo pone en peligro no solo la vitalidad de nuestra ganadería, sino también la soberanía alimentaria de nuestros países.
EF: La vacunación fue en su día un acto médico, basado en la evidencia, la precaución y el consentimiento. Se fundamentaba en el razonamiento clínico. Hoy se ha convertido en un dogma, una idea u opinión impuesta sin posibilidad de debate, como si fuera una verdad absoluta. No cuestiono el principio de la vacunación en sí: es una herramienta, a veces útil y necesaria. Lo que cuestiono es la deriva que transforma un acto médico en una obligación moral y una creencia impuesta.
Durante la epidemia de SARS-CoV-2, en pleno apogeo de la campaña de vacunación, esta dejó de ser un simple acto médico y se convirtió, a ojos de muchos, en una auténtica religión sustitutiva. Una fe sin trascendencia, pero imbuida de sacralidad: purificar el cuerpo, proteger a la comunidad, condenar lo impuro.
La persona no vacunada ya no era percibida como un ciudadano libre de elegir, sino como un pecador al que excluir, un disidente contra la fe colectiva. En 2021, la campaña de vacunación adquirió la apariencia de una cruzada moral. Recibir la inyección significaba pertenecer al bando del bien; rechazarlo significaba convertirse en sospechoso. Los «vacunados» eran los nuevos fieles, los nuevos bautizados; los demás, los escépticos, los herejes, debían ser expulsados de sus hogares, a veces incluso de sus empleos.
La duda, aunque fundamental para el proceso científico, fue desacreditada. Dudar equivalía a una blasfemia; cuestionar, a traicionar. Como en toda liturgia, los hechos quedaron relegados a un segundo plano ante la narrativa. Y esta narrativa era simple: víctimas inocentes, una amenaza invisible y la manipulación emocional de los disidentes. La duda cedió ante la creencia. «Crean en la ciencia», repetían los necios y las élites moralizantes, quienes ya confundían la ciencia, el método de la duda, con un catecismo prefabricado.
Irónicamente, quienes invocaban a Pasteur para justificar la «creencia en la ciencia» parecían haber olvidado la sabiduría del maestro. Pasteur, católico practicante, sabía distinguir la fe de la razón. Lo resumió en una frase clara: «Cuando entro en mi laboratorio, dejo mi fe en la puerta». Una frase sencilla, pero que nuestra era, embriagada por la certeza, parece haber borrado de su memoria.
Plus rien n’échappe à l’ARN messager: Hommes, animaux, plantes…, Jean-Marc Sabatier y Estelle Fougères (Guy Trédaniel Editions), 22,90 €.
Artículo publicado originalmente en The Epoch Times Francia con el título «Hommes, animaux, plantes… Plus rien n’échappe à l’ARN messager : le livre choc du Dr Sabatier et d’Estelle Fougères sur une dérive biotechnologique en gestation»
Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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