CULTURA

La vida no es justa y eso es bueno

noviembre 11, 2025 12:23, Last Updated: noviembre 11, 2025 12:23
By Mollie Engelhart

Comentario

Al entrar en casa, escuché a mis hijos discutiendo. «¡Eso no es justo!», gritó uno. Ni siquiera sabía de qué iba la disputa, pero los detuve y los senté.

«La vida no es justa», les dije. «¿Quién os hizo creer que lo era? Nunca lo ha sido ni lo será jamás».

Tienen 10, 8 y 5 años, probablemente demasiado pequeños para este tipo de charla, pero una vez que empecé no pude parar. En mitad de mi discurso, me di cuenta de que aquello daba más para un artículo que para una conversación con niños pequeños. Pero ya era demasiado tarde: estaba completamente inmersa en el tema.

Les expliqué que el trabajo duro, la dedicación y el compromiso suelen tener recompensa, pero no siempre. A veces, la gente alcanza el éxito por casualidad, sin reunir esas cualidades. Algunos nacen en familias con dinero o contactos; otros tienen que luchar con uñas y dientes para conseguirlo todo. La vida no es, ni nunca ha sido, un punto de partida igual para todos.

Entonces, ¿de dónde hemos sacado la idea de que tendría que serlo? ¿Y cuándo empezamos a pedirle al gobierno que enderece esa desigualdad?

En realidad, eso no es posible. La justicia no se puede imponer, legislar ni regular. Todos tenemos cuerpos, padres, heridas y talentos distintos.

Cuando era joven, deseaba ser más delgada para poder seguir patinando sobre hielo después de la pubertad. Quería ser más alta para poder jugar al baloncesto. Pero desearlo no cambió la realidad.

Podría definirme como jugadora de baloncesto o patinadora artística, pero eso no la convertiría en mi realidad. Me parecía injusto: no tenía la complexión de una patinadora artística, ni el físico de una jugadora de baloncesto, ni el aspecto de las chicas de las portadas de las revistas.

Pero así eran las cosas. Tuve que aprender a vivir con la verdad de mi propio cuerpo, a descubrir sus fortalezas en lugar de resentir sus limitaciones. Esa lección ha resonado a lo largo de mi vida: no podemos doblegar la realidad para que se ajuste a nuestros deseos, pero sí afrontarla con humildad, esfuerzo y determinación.

Nací con otros dones: una mente aguda, una sólida ética de trabajo, sentido del humor y capacidad de perseverancia. Esas son las herramientas con las que cuento. Mi hermano, en cambio, era el simpático, un trabajador extraordinario, un constructor de comunidad, alguien capaz de conectar a la gente. Crecimos en la misma casa, con los mismos padres y, sin embargo, nuestras vidas han tomado rumbos muy distintos. A veces él ha ganado más dinero que yo; otras, he ganado yo más que él. No es injusto; así es la vida.

El mito de la justicia

No es responsabilidad del Gobierno garantizar la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Su función es crear el marco en el que cada uno pueda perseguirlas. Solo nosotros podemos hacerlo.

El debate sobre la equidad, la obsesión con la justicia y la cultura de los trofeos de participación terminan por debilitarnos. Al eliminar el dolor de la derrota o la frustración de no ser los mejores, apagamos el combustible que impulsa el crecimiento humano.

Sentir la punzada de la insuficiencia en un momento concreto es lo que nos impulsa a superarnos. Observar lo que otros tienen y preguntarse «¿Cómo puedo lograrlo?»… eso es ambición. Es parte de la naturaleza humana.

Todos somos diferentes: cocientes intelectuales distintos, salud metabólica distinta, temperamentos diversos, circunstancias familiares variadas. Algunas de estas cosas podemos controlarlas; muchas otras, no. Pero ninguna se puede igualar mediante políticas.

No existe la justicia. No existe la equidad.

No se puede legislar el resultado, sino la oportunidad. Las oportunidades deberían estar disponibles por igual para cualquiera dispuesto a trabajar para conseguirlas. Pero el resultado siempre variará, porque los seres humanos siempre serán diferentes.

Mi esposo fue uno de ocho hermanos, nacido en una choza de cemento en México. Hoy es dueño de un rancho de 80 hectáreas en Texas. ¿Qué probabilidades hay de eso? Una entre un millón, tal vez. ¿Es justo que sus hermanos no tengan la misma vida? Por supuesto que no. Pero esa no es la cuestión. El milagro es que él lo haya logrado: que en este mundo, y especialmente en este país, alguien nacido en la pobreza pueda construir una vida inimaginable.

Y tal vez mi esposo piensa que es injusto tener que trabajar tan duro para sostener todo lo que tenemos, mientras que sus hermanos pueden salir del trabajo a las cuatro, tumbarse en una hamaca y tomarse una cerveza fría todos los días. A esa misma hora, él todavía tiene muchas horas de trabajo por delante.

La justicia es subjetiva.

A veces sueña con regresar a México para llevar una vida más sencilla, con menos responsabilidades. Mientras tanto, sus hermanos lo miran y piensan que lo tiene fácil, con los tractores, las herramientas y la tierra.

Entonces, ¿quién ve la realidad con más acierto? ¿Para quién es mejor la vida? ¿Quién ha salido ganando?

Tal vez la justicia no sea algo que debamos perseguir, sino una forma de mirar nuestras bendiciones y nuestras cargas.

Eso no es justicia. Eso es libertad.

Espero criar a mis hijos de modo que comprendan que la vida no es justa, pero que el lugar más sólido desde el que pueden vivirla es asumir que son responsables. Desde esa responsabilidad, pueden construir una vida que amen. Puede que no se parezca a la de los demás, pero será la que estaban destinados a vivir, siempre que la vivan a fondo.

Las opiniones expresadas en este artículo son del autor y no reflejan necesariamente las de The Epoch Times.

Artículo publicado originalmente en The Epoch Times con el título «Life Is Not Fair, and That’s a Good Thing»

Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times

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