Justo antes del amanecer del 13 de junio, Israel lanzó la operación «Rising Lion», su mayor campaña aérea jamás realizada. Más de 200 aviones de combate desplegaron oleadas coordinadas que lanzaron más de 330 municiones sobre al menos 100 objetivos estratégicos en Irán. La planta piloto de enriquecimiento de combustible de Natanz, esencial para albergar unas 1700 centrifugadoras IR4 e IR6, capaces de enriquecer uranio a niveles militares, resultó gravemente afectada, con daños importantes en su parte aérea. Israel también atacó otros emplazamientos nucleares cerca de Isfahán, Arak, Fordo, Parchin y varias bases del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (IRGC por sus siglas en inglés), lo que demuestra una campaña meticulosamente calibrada para obstaculizar las ambiciones nucleares de Irán.
Sin embargo, no todas las fortalezas han caído. La instalación de Fordo, profundamente enterrada bajo cientos de metros de roca, permanece intacta, fuera del alcance del arsenal israelí. Es precisamente esta brecha la que está suscitando un debate urgente en Washington: ¿deberían los Estados Unidos desplegar ahora su GBU57 Massive Ordnance Penetrator (penetrador de municiones de gran calibre), un misil antibúnker de 15 toneladas diseñado para penetrar en instalaciones subterráneas reforzadas?
Cuando los ataques de precisión y el cálculo político no coinciden
Irán reaccionó casi de inmediato lanzando más de 150 misiles balísticos y 100 drones hacia territorio israelí. El Domo de Hierro y las defensas aéreas aliadas neutralizaron la mayor parte de la amenaza, y solo una pequeña parte logró atravesar el escudo, causando daños limitados pero simbólicos. Los servicios de inteligencia estadounidenses informaron de que Irán había agotado casi una cuarta parte de su arsenal de misiles —estimado inicialmente entre 2000 y 3000— en solo unos días, lo que demuestra el debilitamiento de sus capacidades.
El presidente Trump, que en primavera fijó un plazo de 60 días para que Irán pusiera fin a sus proyectos nucleares, se enfrenta ahora a una decisión. Según el Wall Street Journal, ha aprobado en privado opciones militares, entre ellas ataques estadounidenses, pero se mantiene discreto en la escena pública: apoya a Israel con el despliegue de su defensa antimisiles y la creación de fuerzas regionales, al tiempo que se abstiene de dar órdenes definitivas. La actitud de Donald Trump no es agresiva por impulso, sino mesurada por una intención. Su historial sugiere que es más anti fracaso que anti acción, dispuesto a actuar con determinación, pero solo con la promesa de resultados duraderos.
Búnkeres, bombas y la carga de lo que vendrá después
Desplegar unidades antibúnker es un reto; anticipar las consecuencias, otro. Si un ataque estadounidense lograra destruir Fordo, se plantearía la pregunta: ¿qué llenaría el vacío dejado?
Un escenario optimista, evocado por algunos, se basa en el posible regreso de Reza Pahlavi, el hijo exiliado del Sha, como figura de transición. Reformista nacionalista cercano a los moderados expatriados, Pahlavi podría sentar las bases de un gobierno alineado con Occidente, una reapertura económica y tal vez incluso una arquitectura de paz regional que recuerde a los acuerdos de Abraham. Pero este optimismo debe ser moderado. Tras la caída de Sadam Husein en Irak, el país se sumió en una guerra sectaria y una fragmentación militante, que dio lugar al surgimiento del Estado Islámico y, posteriormente, a la influencia iraní, una consecuencia que da que pensar tras el colapso del autoritarismo. Irán, a pesar de todos sus defectos, conserva una coherencia institucional e histórica más sólida. A diferencia de Irak, que era un país nuevo, Irán tiene siglos de historia en común.
Sin embargo, los signos de tensión son evidentes: Teherán ha sufrido evacuaciones masivas; la economía se tambalea bajo el peso de las sanciones y los disturbios sociales; y la élite gobernante, ya sacudida por las pérdidas en Natanz y otros lugares, parece dividida. Si no se gestiona, esta fractura podría dar lugar al surgimiento de milicias armadas, algunas de ellas con material nuclear o radiológico, lo que haría surgir el espectro de las «bombas sucias» que amenazan la seguridad mundial.
De las sombras al cielo: la jugada maestra de la inteligencia israelí
Lo que convierte a la Operación «Rising Lion» en una auténtica proeza operativa es la arquitectura de inteligencia que la sustenta. Todos los elementos se han preparado a lo largo de los años. Durante meses, el Mossad (una de las agencias de inteligencia de Israel) implantó drones explosivos, saboteó instalaciones de radar y guió cargas útiles en Irán, una estrategia que Bloomberg califica de «guerra híbrida por excelencia». La creación por parte de la agencia de una base de drones terrestres, presumiblemente situada en las provincias centrales de Irán, permitió neutralizar con precisión los lanzadores de misiles y las defensas aéreas.
Plataformas de alta gama, entre ellas cazas F-15I Ra’am «Thunder» equipados con misiles antibúnker BLU109 de 900 kg, completaron las misiones furtivas de los aviones F35I Adir, apoyados por reabastecimiento en vuelo y avanzadas góndolas de puntería israelíes. La sinergia entre la inteligencia humana secreta, las ciberoperaciones, los drones y los aviones pilotados ha redefinido los límites de la guerra de precisión moderna.
Costes ocultos: la inversión de millones de dólares de China en Oriente Medio
Ante las convulsiones geopolíticas, Pekín observa la situación no con indiferencia, sino con interés personal. La asociación estratégica chino-iraní de 25 años, firmada en marzo de 2021 y valorada entre 300 000 y 400 000 millones de dólares (258 000 y 344 976 millones de euros), compromete a China a invertir de forma sostenible en los sectores iraníes de la energía, las telecomunicaciones, el transporte y, potencialmente, el ejército.
Para China, Irán sirve para múltiples objetivos: una fuente de petróleo sancionada (que permite al PCCh comprar petróleo más barato), una cabeza de puente en la geopolítica de Oriente Medio y una palanca para distraer y dividir a Occidente. Si el régimen iraní se derrumba por completo, China pierde esa palanca; pero si el país se fractura, Pekín corre el riesgo de explotar un Estado fragmentado y establecer allí un nuevo punto de apoyo, como hizo tras la retirada estadounidense de Afganistán.
En la encrucijada de Estados Unidos: estrategia en lugar de espectáculo
El peor error de cálculo sería considerar la próxima acción estadounidense como un nuevo ataque militar aislado. No se trata de la emoción de destruir un búnker, sino de la necesidad de previsión. Los planificadores estadounidenses deben preguntarse: ¿tenemos una hoja de ruta política viable? ¿Podemos guiar la gobernanza tras el ataque? ¿Están de acuerdo nuestros aliados y la comunidad internacional en la reconstrucción o la estabilidad transitoria? Y, sobre todo, ¿podemos impedir que Pekín saque partido de las consecuencias?
No se trata de preguntas hipotéticas, sino de la arquitectura estratégica de la intervención moderna, y supongo que durante la última semana, o más, la administración estadounidense ha estado ocupada entre bastidores elaborando estos escenarios y contactando con sus aliados y otros actores.
Conclusión: el legado lleva consigo el plan maestro, no la bomba
La decisión que se tomará —lanzar o no bombas antibúnker sobre Fordo— resonará durante generaciones. Una victoria puramente cinética, sin seguimiento, corre el riesgo de convertir un éxito táctico en una desventaja estratégica. Peor aún, podría ofrecer a Pekín un nuevo terreno de influencia en un momento en que Occidente busca frenar su expansión.
El presidente Trump, o cualquier otro líder estadounidense, se enfrenta a un momento estratégico poco común: lanzar las bombas, sí, pero también trazar el plan para el próximo capítulo de la historia de Irán. Una victoria sin visión es inútil. Solo estos dos elementos permitirán que la misión actual se convierta en un legado duradero.
Artículo publicado originalmente en The Epoch Times Francia con el título «Les États-Unis vont-ils attaquer l’Iran ? Le Rubicon stratégique de Trump, le pari de précision d’Israël et le jeu calculé de la Chine»
Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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