Qué agradable resulta que anochezca más tarde en verano… ¿o quizá no tanto? Pocas cuestiones provocan debates tan encendidos como el horario de verano. Llevamos años discutiéndolo, acumulando estudios y escuchando advertencias de expertos, y aun así seguimos atrapados en un dilema autoimpuesto.
Cada célula del cuerpo sigue un «reloj biológico». El Premio Nobel de Medicina de 2017 honró a los investigadores que lo demostraron. Nuestro ritmo natural se sincroniza con el sol: el mediodía solar debería coincidir con el momento en que el astro alcanza su cenit.
En Alemania, eso solo ocurre en invierno; de ahí que el llamado «horario de invierno» sea el horario estándar. En cambio, durante el horario de verano, cuando el sol alcanza su cenit, el reloj marca ya las 13.00.
Etiquetas estacionales, problemas reales
Pocos reparan en que «horario de verano» y «horario de invierno» son etiquetas estacionales que, en realidad, nada tienen que ver con la hora del día. Son tecnicismos. Lo importante son las consecuencias de este «tiempo equivocado»: nos desincroniza y genera estrés celular, una situación que el organismo no puede compensar indefinidamente sin coste.
El riesgo de infarto aumenta de forma significativa tras el cambio de hora en primavera, al igual que los accidentes cerebrovasculares. En las semanas posteriores, la probabilidad de ictus crece alrededor de un 20 % en mayores de sesenta y cinco años. En pacientes oncológicos también se observa un incremento del riesgo de hasta un 25 %.
¿Suena alarmante? Lo es. Sin embargo, estas consecuencias se minimizan o pasan desapercibidas. La evidencia científica, no obstante, es clara: el reloj interno de todas las personas se desajusta con el horario de verano.
Un peligro subestimado
Otro problema es que el cambio al horario de verano induce un déficit crónico de sueño. ¿Las consecuencias? Un sistema inmunitario debilitado, dificultades de concentración y un mayor riesgo de diabetes y depresión. Y estas son solo las repercusiones mejor documentadas.
Aun así, algunos se aferran a esta práctica con el argumento de que «por la noche hay más luz». Cierto: hemos movido las agujas del reloj, no el sol. Quienes más lo padecen son trabajadores y estudiantes, obligados a levantarse una hora antes sin poder conciliar el sueño antes por la noche.
Aunque muchos celebran disponer de más horas de luz al final del día, suelen pasar por alto el coste. El organismo necesita la luz de la mañana para arrancar bien. En cambio, alargar la claridad por la noche perjudica la calidad del sueño y desajusta todavía más el reloj biológico.
Entre la ignorancia y las palabras vacías
La solución parece sencilla: abolir de forma permanente el horario de verano y volver al tiempo estándar, la Hora Central Europea (CET, por sus siglas en inglés). Sin embargo, la implementación política se hace esperar.
Pese a que en 2018 el 84 % de los ciudadanos de la UE votó a favor de suprimirlo, los gobiernos no han logrado un consenso. Sondeos más recientes apuntan en la misma dirección: en la primavera de 2024, el 75 % de los alemanes consultados respaldó la abolición.
El desacuerdo surge al elegir qué horario mantener de manera permanente. Algunos ministros incluso plantean fijar el horario de verano, como si los riesgos sanitarios asociados no estuvieran ya documentados.
¿Cómo es posible sostener un sistema que, según la evidencia disponible, causa más perjuicios que beneficios? ¿Por qué cuesta tanto dar un paso tan simple como necesario? Quizá porque otras prioridades absorben la agenda. Pero si eliminar el horario de verano previene sufrimiento y enfermedad, ¿qué justifica seguir posponiéndolo?
Abolir el horario de verano: un llamado al sentido común
Propongo suprimir el «horario de verano» y restablecer el tiempo estándar. No es razonable poner en riesgo la salud por un supuesto romanticismo de atardeceres tardíos.
Nuestros relojes biológicos no admiten atajos y no deberíamos seguir intentándolo. El horario de verano debe desaparecer y el horario estándar —el llamado «horario de invierno»— mantenerse durante todo el año.
Artículo publicado originalmente en The Epoch Times Alemania con el título «Zeitumstellung: Endlich wieder Schluss mit der falschen Zeit»
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