La arquitectura antigua rebosa una riqueza artística difícil de igualar. Basta con fijarse en las columnas de los antiguos templos griegos o en las fachadas profusamente ornamentadas de los palacios barrocos. La herencia de las culturas del pasado refleja el extraordinario dominio técnico y el profundo conocimiento de los materiales que tenían los antiguos maestros constructores.
Uno de los ejemplos más llamativos de la construcción tradicional son los artesonados mudéjares, una técnica de cubrición en madera que aúna la tradición carpintera islámica con influencias cristianas y que se desarrolló en la península ibérica entre los siglos XIII y XVI. Se caracteriza por el uso de complejos diseños geométricos, lacerías y motivos policromos en las cubiertas de numerosos edificios históricos emblemáticos.
Esta técnica surgió tras la reconquista por los reinos cristianos de territorios musulmanes que habían permanecido bajo dominio islámico durante cientos de años, desde el siglo VIII hasta 1492.
Tras la conquista de ciudades como Toledo, Zaragoza o Sevilla, se denominó mudéjares a los musulmanes que decidieron quedarse y convivir con la población cristiana. El término significa «autorizado a permanecer»; es decir, pagaban tributos a cambio de conservar su religión y sus costumbres. Muchos de ellos continuaron con sus oficios, sobre todo en carpintería y construcción.

«El mudéjar (o, más propiamente, arte mudéjar), especialmente en su carpintería gótica española, es quizá el único movimiento artístico y arquitectónico que se desarrolló únicamente en España, pues ejemplos de románico, gótico y barroco los hallamos en numerosos lugares del mundo», explicó Paco Luis Martos Sánchez durante una entrevista con The Epoch Times España.
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La técnica desarrollada y heredada de Al-Ándalus fue muy valorada por los reyes cristianos, que contrataron a estos constructores para levantar iglesias, palacios, edificios nobles y sinagogas. De ahí que muchas edificaciones cristianas —románicas, góticas o renacentistas— incorporen una decoración geométrica característica de la cultura islámica.
«Las diferencias son mínimas, mientras que el mudéjar, que nace aquí en un periodo histórico muy concreto, posee unas connotaciones muy especiales que no se repiten en ningún otro estilo artístico o arquitectónico. Y esto no ocurre por capricho, sino porque el desarrollo cultural, histórico y antropológico que tuvo lugar en aquella época hizo que confluyeran una serie de factores en este lenguaje artístico que todos conocemos».
Este estilo decorativo de los artesonados mudéjares suele emplear motivos geométricos como lazos entrelazados o nudos, estrellas de ocho o doce puntas, polígonos entrelazados, ruedas y ornamentos figurativos que crean patrones infinitos. Su estructura es una armadura de par y nudillo; es decir, pares (vigas inclinadas) unidos por elementos horizontales, los nudillos.
El artesonado mudéjar, una técnica amenazada
Martos explica que, aunque participó en algunas restauraciones de trabajos en madera, su verdadero interés era la carpintería histórica. Sin embargo, la facultad no colmó sus expectativas sobre esos saberes, sobre todo porque este oficio se perdió hace unos 300 años.
Aun así, Martos tuvo la fortuna de formarse con maestros artesanos carpinteros con amplia experiencia en el trabajo de la madera. De ellos asimiló la disciplina, la filosofía y la metodología del oficio. A medida que aumentó su conocimiento del material, contactó con una persona que dominaba el artesonado mudéjar.
«Ni los arquitectos, ni los técnicos, ni los ingenieros… Nadie sabe cómo funciona. Fue entonces cuando empecé a trabajar e investigar para ponerlo en valor junto a mi maestro, Enrique Núñez: recuperar ese conocimiento perdido y transmitirlo, ya que se necesita tanto para restaurar esas cubiertas o armaduras como para crearlas de nuevo», explicó.

Martos resalta el valor de este tipo de armaduras de madera. Aunque se basa en este material, destaca por su durabilidad. Para el maestro carpintero, son elementos arquitectónicos y estructurales que han demostrado resistencia al paso del tiempo, a la humedad e incluso al fuego.
«Eso demuestra que el sistema funciona. Pero su eficacia depende de controlar unas pocas claves: los empujes, los movimientos y el montaje de la armadura. Si esos tres o cuatro aspectos básicos se ejecutan mal o se desconocen, la cubierta puede acabar cediendo o comportándose de forma imprevisible».
El maestro carpintero señala que, aunque los arquitectos recurren a menudo a esta técnica, las escuelas de arquitectura no cuentan con el conocimiento necesario para incorporarlo a sus planes de estudio. Mientras este oficio ancestral se apaga, se imponen soluciones de acero y hormigón para resolver las necesidades estructurales de los edificios.
«Incluso tendemos a pensar que la madera es un material flojo, que se pudre, que se cae y que no perdura, pero los ejemplos nos muestran lo contrario», comenta Martos.
«Quizá sea más sostenible que el acero o el hormigón: apenas hay estructuras de esos materiales con más de cien años en buen estado, mientras que de madera sí, y algunas superan el milenio. Su capacidad de conservación es extraordinaria. Y su valor no es solo constructivo o patrimonial: también encierra una dimensión humana y artesanal, una forma única de entender el trabajo, la vida y la cultura de un lugar», agregó.
Según Martos, al construir una cubierta de madera conviene distinguir dos planos. El primero, el estructural: su función es sostener el techo de forma segura y eficiente. El segundo, el cultural: expresa una manera de entender la vida y el deseo de crear belleza para que cada espacio resulte agradable y singular.
Este componente decorativo exige un trabajo más minucioso y requiere curiosidad y creatividad, sin renunciar a la rigurosidad y la precisión que demanda este tipo de tareas.
«Es un trabajo muy minucioso, porque en las bases geométricas, en muchos casos, tienes que trabajar con una precisión extrema. Hay que dominar la geometría en el plano y también la geometría descriptiva —con sistemas de proyección— y controlar los ángulos para que el conjunto estructural funcione y la labor de lazo y la decoración se desarrollen en todas las facetas del artesonado, con continuidad y con la perspectiva correcta».
La carpintería de lo blanco constituye, según el maestro carpintero, un sistema estructural que, frente al acero o el hormigón, resulta menos forzado y permite trabajar el material de forma más natural y eficaz. Destaca, además, por su valor funcional y estético.
El acero y el hormigón armado requieren pretensados, soldaduras y cálculos muy precisos porque son más vulnerables en ciertos esfuerzos. Además, la madera vista aporta valor estético, con policromías, tallas y proporciones áureas.
«Tenemos esa idea de que la madera siempre ha sido una estructura antigua, que no es estable… pero la ciencia ha demostrado lo contrario. Además, hoy esto está sometido a una normativa estricta y a unos ensayos muy potentes».

«Incluso nos dicen que, ante un incendio, la madera ofrece una resistencia que, en ciertos aspectos, la sitúa por delante del acero. Son muchos los factores que nos han hecho olvidar la importancia de las estructuras de madera, no solo desde el punto de vista artístico y cultural, sino también técnico. Pero ahí están», concluyó Martos.
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Martos observa con preocupación que muchos oficios artesanos tradicionales están desapareciendo, en un punto de inflexión en el que han dejado de ser rentables.
«La artesanía siempre se hacía con un fin y, con el tiempo, se ha entendido como decoración; en ese punto, algunas se han adaptado, pero otras han desaparecido. Lo veo complicado: se ha perdido mucha oportunidad», señaló el maestro carpintero.
Según el artesano, estos oficios, arrinconados por el olvido, no solo custodian un valioso legado técnico, sino que también encierran una dimensión antropológica de enorme relevancia. Cada pieza y cada detalle responden a un porqué y guardan un significado.
Los valores filosóficos y productivos de estos oficios son anteriores a la era industrial y expresan un amor por el trabajo: una forma de entenderlo desligada del factor económico o de la presión del tiempo, como el placer de crear con las manos, con el alma y con respeto al material.
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