El zumbido del Caribe: ¿Un laboratorio de guerra híbrida?

Por Maibort Petit
14 de octubre de 2025 17:00 Actualizado: 14 de octubre de 2025 17:00

En las colinas de Maracay, a 100 kilómetros de Caracas, el sol cae sobre hangares vigilados. En la Base Aérea El Libertador, ingenieros venezolanos trabajan codo a codo con asesores iraníes en el ensamblaje de fuselajes de composite. Los registros oficiales presentan estos proyectos como «tecnológicos soberanos», pero fuentes militares y reportes de inteligencia revelan otra historia: Venezuela se ha convertido en el principal laboratorio latinoamericano de drones de ataque, apoyado por Irán, Rusia y China.

«Venezuela nunca podría haberlo hecho sola. Los iraníes controlan el acceso a los hangares y deciden quién entra y quién no», reveló un técnico de la base al Miami Herald. El modelo operativo recuerda los laboratorios militares de Teherán: aislamiento, entrenamiento intensivo y control absoluto de la información.

De Chávez a Maduro: La semilla iraní

El programa de drones venezolano comenzó en 2006, cuando Hugo Chávez firmó con Irán acuerdos «civiles» por 28 millones de dólares (17,2 millones de euros). Sin embargo, documentos analizados por Army Recognition muestran que detrás de ese convenio se ocultaban transferencias de tecnología militar. Teherán envió kits del Mohajer-2, un dron de vigilancia, y formó a ingenieros venezolanos.

En 2009, la estatal CAVIM presentó el Arpía-001, una copia local del Mohajer. Aunque el proyecto se estancó durante la crisis de 2014, el atentado frustrado contra Maduro con drones explosivos en 2018 reactivó las prioridades. En 2020, se creó la Empresa Aeronáutica Nacional (EANSA), una subsidiaria de Conviasa, que profundizó la cooperación con Teherán. Hoy, Venezuela produce modelos de reconocimiento, ataque y kamikaze basados en diseños iraníes Shahed y Mohajer.

¿Tecnología soberana o propaganda de Kit?, habla el escepticismo

A pesar de la retórica oficial sobre el «desarrollo tecnológico soberano», varios analistas de defensa y fuentes militares retiradas advierten que el alcance real de este programa podría ser más limitado de lo que la narrativa pro-Kremlin y chavista sugiere.

Reportes de Estrategia Militar sostienen que la capacidad de Venezuela era, inicialmente, de ensamblaje terminal. Todo el proyecto dependía de la importación de kits, componentes clave y asesoramiento. El régimen chavista usó desde un inicio el proyecto con el objetivo principal de propaganda y la disuasión regional, más que la capacidad operativa a gran escala para una guerra tipo Ucrania.


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Oficiales de inteligencia occidentales, en privado, sostienen que la producción masiva de drones kamikaze requiere una base industrial y una cadena de suministro que Venezuela no posee. El mensaje es claro: el zumbido de los drones es potente para la proyección de poder interno y regional, pero su dependencia crítica de Teherán y Moscú subraya las limitaciones reales de lo que se ensambla en Maracay.

De Ucrania al Orinoco: La expansión del eje autoritario

El marco conceptual que explica esta expansión se enmarca en la «Guerra Infinita», un paradigma de dominación que utiliza conflictos prolongados, asimétricos y tecnológicos para debilitar a las democracias.

En este esquema, Venezuela funciona como plataforma hemisférica del eje autoritario compuesto por Rusia, Irán, China y Corea del Norte. El país ofrece recursos estratégicos (oro, petróleo, logística aérea) y recibe a cambio entrenamiento, tecnología militar y respaldo político.

David Kirichenko, en su análisis para The Strategist, señaló que la invasión rusa a gran escala de Ucrania aceleró esta convergencia tecnológica. «Rusia y China han creado una red de habilitación tecnológica para sus socios autoritarios», escribe.

Esa experiencia de guerra se replica en Venezuela. Fuentes de Militarnyi confirman la llegada de Mohajer-6 y misiles Qaem desde 2020, a pesar del embargo de armas de la ONU. Analistas del CSIS y Washington Institute sostienen que Rusia ya suministró unidades de reconocimiento Orlan-10 y sistemas de guía satelital Kometa-M. Los vuelos iraníes semanales detectados entre 2024 y 2025 trasladan piezas electrónicas y asesores que operan con «los mismos manuales y protocolos de producción que Irán y Rusia utilizan para los Shahed», según un analista de Grey Dynamics.

El Caribe como nuevo frente y la transferencia de lecciones de guerra

La cooperación no solo implica tecnología, sino también doctrina militar y ensayo estratégico. La lógica de transferencia de conocimiento es vital: Corea del Norte está aprendiendo tácticas de drones en Ucrania que luego aplica a su ejército. Esa misma lógica se repite en Venezuela.

En septiembre de 2025, el ministro de Defensa del régimen venezolano, Vladimir Padrino López, anunció el despliegue de 15 000 tropas y drones de precisión cerca de la frontera con Colombia. Analistas del CSIS interpretan esta acción no como defensa, sino como «proyección» de poder regional. «El mensaje es que Caracas puede golpear sin ser golpeada», sostiene Bill Cole, del Peace Through Strength Institute.

Lo que se libra en los cielos venezolanos no es solo una carrera tecnológica, sino una nueva etapa de la Guerra Infinita. Su objetivo no es conquistar territorios, sino dominar percepciones, erosionar instituciones y mantener el conflicto vivo. Venezuela, una economía colapsada, se convierte así en un experimento perfecto: una plataforma de ensayo militar y político al servicio de potencias revisionistas.

El cielo bolivariano ya no es territorio de paz. Lo que comenzó como un programa de vigilancia se transformó en una infraestructura de guerra transnacional. El zumbido de un dron sobre Maracay no anuncia defensa: anuncia poder y dependencia estratégica de las grandes potencias.

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