«La belleza es un vínculo vivificante que conecta a las personas entre sí y a través del tiempo»: Christine Sourgins, historiadora del arte

Por Etienne Fauchaire
28 de octubre de 2025 19:18 Actualizado: 28 de octubre de 2025 19:18

ENTREVISTA — La belleza se ha ido atenuando en nuestra sociedad. En Anatomie de la beauté (Anatomía de la belleza, Éditions Boleine), la historiadora del arte Christine Sourgins propone mucho más que una simple rehabilitación de esta noción, a menudo sospechosa de connivencia con un orden antiguo y opresivo, o incluso negada en favor de provocaciones elevadas a revelación. La autora desarrolla una auténtica fisiología de la belleza y explora sus vínculos orgánicos con la verdad, el bien, lo universal y lo perdurable. Donde algunos solo ven una abstracción puramente subjetiva, Sourgins reconoce una constante viva: un lazo civilizatorio cuya memoria nuestra sociedad fragmentada ha perdido de forma preocupante.

Epoch Times: ¿Qué la impulsó a escribir un libro sobre «la anatomía de la belleza»?

Christine Sourgins: Hay dos trampas al tratar la belleza: considerarla tan subjetiva que se vuelve evanescente e inencontrable; o, por el contrario, adoptar un discurso dogmático que erige como modelo una forma particular de belleza, la que nos agrada y por la que militamos.

El término «anatomía» presupone un examen: el de un cuerpo —no el de una evanescencia—. Por ello conviene distinguir de inmediato la belleza filosófica, que se piensa sin verse ni tocarse, de la belleza artística, perceptible por los sentidos. «Anatomía» también implica un enfoque distanciado, si no científico. Como historiadora del arte, no me corresponde tomar partido, a diferencia de la crítica de arte, más cercana por naturaleza al activismo.

En su libro, usted señala que «hoy en día, muchos historiadores del arte, especialmente especialistas en el denominado arte contemporáneo (AC), rechazan la noción misma de belleza», y precisa que, a su juicio, es «una noción obsoleta, objeto de burla, un proyecto peligroso del que se desconfía». ¿Puede definirse la belleza objetivamente?

De hecho, esto sorprenderá a muchos lectores: durante la mayor parte de la historia de la humanidad, en particular entre los griegos, la belleza se consideraba objetiva. No fue hasta la era moderna cuando, en torno a 1750, Baumgarten acuñó el término «estética» y se reconoció la dimensión subjetiva de la belleza. Posteriormente, este aspecto subjetivo se exageró, hasta la célebre afirmación de Marcel Duchamp en el siglo XX: «Son los espectadores quienes hacen las pinturas». En otras palabras: coja una corteza, contémplela intensamente y se convertirá en una obra maestra: absurdo.

Desde entonces, el debate ha oscilado entre una concepción «objetiva» de la belleza (basada en reglas, normas y cánones) y una apertura tan subjetiva que la belleza, como diría Knock, «está donde le hace cosquillas». Por mi parte, propongo un enfoque pragmático que busca trazar una senda de equilibrio entre estos dos abismos por los que la belleza suele precipitarse.

Nuestra época, que promueve el relativismo e incluso la inversión de lo verdadero y lo falso, también celebra el relativismo estético: todo puede ser arte, todo puede ser bello. No obstante, muchos filósofos vinculan la noción de belleza con la de verdad. ¿Considera usted esta conexión?

Esa conexión suele ilustrarse con una frase atribuida a Platón: «La belleza es el esplendor de la verdad». El problema es que la cita es apócrifa. Con todo, podría contener una parte de verdad.

Gran parte del libro explora la relación entre belleza y verdad. En síntesis, la belleza confiere a la verdad una fuerza de acreditación; en ese sentido, Víctor Hugo pudo escribir: «La belleza es la verdad que más se le asemeja».

Pero en nuestro mundo posmoderno, donde incluso la noción de verdad se cuestiona —con la invención, por ejemplo, de «verdades alternativas»—, ese vínculo entre belleza y verdad difícilmente ayuda a determinadas élites progresistas a redescubrir el gusto por la belleza.

Afortunadamente, la mayoría de la población no es progresista; sin embargo, esa ideología de la sospecha puede desestabilizarla. Este libro pretende reconstruir nuestro acceso a la belleza.

El filósofo británico Roger Scruton afirmó que «la belleza es un valor tan importante como la verdad». ¿Es la belleza un «valor»?

A lo largo del libro, en especial en el capítulo dedicado a la formación del gusto, se muestra que la manera en que experimentamos la belleza —y, sobre todo, cómo la abordamos (porque, contrariamente al dicho, sobre gustos y colores siempre se ha debatido con generosidad)— incide en los lazos que cohesionan una sociedad cada vez más desarticulada.

Sin duda, la belleza es mucho más que un valor: es un vínculo vivificante que conecta a las personas entre sí y a través del tiempo. Aleksandr Solzhenitsyn habló de la «santísima trinidad de verdad, bondad y belleza».

Así, esta «anatomía de la belleza» se convierte gradualmente en una verdadera fisiología, porque la belleza está viva. Es un aspecto en el que insistieron ciertos filósofos de principios del siglo xx, como Étienne Gilson, cuya contribución, sin embargo, a menudo se pasa por alto hoy.

¿Existen otras contribuciones a la reflexión sobre la belleza actual que se estén pasando por alto o subestimando?

Sí, es momento de renovar el debate sobre la belleza incorporando los avances científicos. El descubrimiento de las neuronas espejo, por ejemplo, está modificando nuestra comprensión de la admiración. Experimentos con niños pequeños muestran, además, que la belleza conserva un componente «factual». Por último, la observación del comportamiento animal ha llevado a algunos investigadores a proponer una forma de «protoestética».

Procuro articular todos estos enfoques para arrojar nueva luz sobre la belleza.

Como parte de Art Basel París, la Place Vendôme exhibió una rana verde, invertida y con las nalgas al aire; resulta inevitable recordar el tapón anal mostrado en el mismo lugar en 2014 para la Foire internationale d’art contemporain (FIAC). Algunos lo interpretan como una forma de French bashing que ridiculiza los lugares de excelencia franceses, esos supuestos «comedores de ranas». Podríamos citar muchos otros ejemplos. En Les mirages de l’art contemporain (Éditions Eyrolles) usted demostró cómo el arte contemporáneo cumple hoy una función política en nuestras sociedades occidentales: ¿forma parte de ello el descrédito de la belleza?

Claro que todo está conectado: disolver el criterio estético compartido es disolver la sociedad, atomizar a los individuos y reducir a cada cual a sus caprichos y placeres mezquinos. Pero la belleza está ligada a la alegría que une, no al placer que aísla y que, además, se vende.

Nuestra sociedad no quiere estetas, sino consumidores influenciables. Se radicaliza y se fragmenta cada vez más. La belleza, por el contrario, se compone de matices y de un equilibrio cambiante: es frágil, incierta y, por lo tanto, difícil de manipular.

La belleza es única, singular, lo que, de facto, desacredita los productos estandarizados y de fabricación masiva. Peor aún, despierta el deseo de protegerla y transmitirla, algo que difícilmente mejora la rotación de existencias…

Pero estos son aspectos que abordaré en otro libro: Guerra a la belleza.

Anatomie de la beauté, Christine Sourgins (Éditions Boleine), 15 €.

Artículo publicado originalmente en The Epoch Times Francia con el título «La beauté est un liant vivifiant qui relie les hommes entre eux et à travers le temps » : Christine Sourgins, historienne de l’art»

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