Por qué el tiempo vuela cuando envejecemos y qué podemos hacer al respecto

Para muchos, la sensación de «¡Ha pasado otro año!» es tan característica del Año Nuevo como los fuegos artificiales: lo que antes parecía infinito ahora vuela. Pero el tiempo no es absoluto, ni siquiera en la vejez; puede alargarse mediante experiencias intensas

Por Susanne Jansen
13 de diciembre de 2025 20:07 Actualizado: 13 de diciembre de 2025 20:07

En resumen:

El tiempo es relativo, como ya señaló Albert Einstein: a veces se percibe con una lentitud agonizante y otras como si volara.

Las investigaciones neurocientíficas tratan de explicar por qué el tiempo parece transcurrir más rápido a medida que envejecemos.

Nuestra percepción del tiempo está determinada por la manera en que vivimos los acontecimientos y por la precisión con la que el cerebro separa y organiza la información.

La estructuración consciente del tiempo —es decir, cómo planificamos, llenamos y recordamos nuestros días— influye de forma directa en nuestra experiencia subjetiva.


La percepción de que los últimos doce meses han volado es una sensación que se repite cada año. Lo que antes parecía interminable —las vacaciones de verano, los cumpleaños, el Adviento— ahora pasa a toda velocidad, como un tren, y nos deja con la duda: «¿Dónde se ha ido el tiempo?».

Este fenómeno parece tan universal que casi forma parte de la naturaleza humana. En un nuevo artículo de investigación publicado el 30 de septiembre en la revista Communications Biology, un equipo dirigido por la neurocientífica Selma Lugtmeijer estudió a participantes que veían películas y demostró que la duración de los estados estables de actividad cerebral aumenta significativamente con la edad. Sin embargo, el estudio es solo un punto de partida para una comprensión más profunda de la naturaleza del tiempo y de nosotros mismos.

El tiempo no es absoluto, ni siquiera en la vejez, y es posible «estirarlo» mediante experiencias intensas. Pero ¿por qué percibimos el tiempo de forma diferente a medida que envejecemos?

Cómo cambia la segmentación del tiempo en el cerebro con la edad

En la vida cotidiana rara vez reparamos en ello de forma consciente: el tiempo no transcurre sin más, sino que nuestro cerebro divide cada experiencia en muchos segmentos pequeños. Como los capítulos de un libro, esos episodios ayudan a organizar el mundo y a recordarlo después.

Lugtmeijer y sus colegas utilizaron escáneres cerebrales de más de 500 personas de entre 18 y 88 años. Mientras los participantes veían un fragmento de ocho minutos de una película de Hitchcock, los científicos registraban cómo cambiaban los patrones de actividad cerebral. En los cerebros jóvenes, esos patrones variaban con rapidez y estaban claramente definidos: el cerebro marcaba la transición de un momento a otro con una especie de señal interna de parada.

En los adultos mayores, en cambio, se observaban fases más largas con patrones de actividad similares y transiciones menos nítidas entre dos estados internos. En lugar de rupturas claras, aparecían pasos graduales, como si un capítulo se desvaneciera lentamente en el siguiente sin que pudiera precisarse el instante exacto del cambio. O, siguiendo la analogía, las experiencias ya no están delimitadas por señales de parada, sino marcadas con «ceda el paso».

A medida que envejecemos, el cerebro pasa de una situación a otra con mayor continuidad y menos pausas. En consecuencia, se almacenan menos episodios como unidades diferenciadas y, cuando evocamos ese mismo período más adelante, nos faltan los recuerdos vívidos que en la juventud nos daban la sensación de que habían ocurrido muchas cosas.

Qué sucede en el cerebro con el paso de los años

Cuanto más jóvenes somos, con mayor nitidez fija el cerebro estos marcadores invisibles. Por eso un niño vive innumerables «capítulos» de este tipo: introduce cortes claros entre momentos distintos. Un solo día puede estar lleno de episodios bien diferenciados.

Nuestro cerebro almacena recuerdos como un libro. En la infancia, los capítulos son breves y están claramente separados; con la edad, los límites tienden a difuminarse. Foto: HiddenCatch/iStock

En el cerebro joven, las experiencias personales se centran en lo nuevo, lo desconocido y lo emocionante, con impresiones bien diferenciadas. Al olvidarse de sí mismos, los niños se sumergen por completo en la experiencia, y es precisamente esa absorción en el momento lo que agudiza la frontera entre un capítulo interior y el siguiente. Esa diversidad amplía la percepción subjetiva del tiempo.

Sin embargo, algo fundamental cambia con la edad. A medida que envejecemos, muchas cosas se vuelven más familiares, la percepción pierde agudeza, hay menos interrupciones abruptas en el flujo de experiencias y los estados neuronales del cerebro —es decir, las fases de patrones de actividad estables— se prolongan.

Podría decirse que el reloj interno no se ralentiza; lo que ocurre es que las manecillas se desplazan con menos nitidez de una marca a otra. Y es entonces cuando el tiempo percibido subjetivamente comienza a acortarse.

Por qué se difuminan los límites

En su estudio, investigadores de la Universidad de Birmingham, la Universidad Radboud de Nimega y la Universidad Brock identificaron dos mecanismos principales que explican este efecto:

1. Desdiferenciación neuronal

Con la edad, los patrones neuronales se vuelven menos específicos. El cerebro reacciona a situaciones distintas de formas cada vez más parecidas y un estímulo nuevo ya no destaca con la claridad de antes.

Por ejemplo, una persona joven que viaja por primera vez a una ciudad desconocida se ve prácticamente abrumada por una multitud de pequeños detalles (arquitectura, olores, sonidos) sin apenas filtros. En la vejez, en cambio, se forma con rapidez una imagen general más precisa. Muchas pequeñas diferencias se integran sin ser percibidas en el «esquema urbano» familiar. El cerebro crea menos marcadores internos y el tiempo parece más comprimido.

Para algunos, es simplemente la iglesia de la ciudad; para otros, la iglesia protestante más antigua de Baden-Baden. Esa diferencia puede determinar si se recuerda o se olvida. Foto: Leamus/iStock

2. Información previa existente

Las personas mayores suelen mantener la información activa en su conciencia durante más tiempo, mientras que las más jóvenes pasan con mayor facilidad al siguiente suceso. Esto provoca una superposición de impresiones antiguas y nuevas.

Un ejemplo sencillo y cotidiano: alguien ve una escena en una película, sigue pensando en la anterior y fusiona ambas en una sola impresión. El cerebro registra menos información nueva y las transiciones sutiles pasan desapercibidas.

Curiosamente, se conserva la capacidad básica para orientarse en el desarrollo general de una historia. Las personas mayores reconocen con fiabilidad los puntos de inflexión de una narración. Son los pequeños pasos intermedios los que se desvanecen gradualmente de la conciencia, de modo que el segundo dentro del minuto y el minuto dentro de la hora se difuminan.

El tiempo como construcción subjetiva

Estos hallazgos arrojan nueva luz sobre la manera en que experimentamos el tiempo. Mientras que el tiempo externo transcurre de forma lineal y uniforme, el tiempo interno depende de cómo percibimos y diferenciamos los cambios, una percepción que además se ve matizada por nuestras valoraciones personales.

Aristóteles ya observó que medimos el tiempo por la cantidad de cambios que percibimos y que un período parece más corto cuando lo miramos hacia atrás. A esto se añade otro factor: la relación entre cada tramo temporal y el total de años vividos. A medida que envejecemos, un solo año representa una fracción cada vez más pequeña de nuestra vida, lo que refuerza la sensación de aceleración. Para un niño, un año es una eternidad; para un adulto, es solo una pieza más en un mosaico ya extenso.

La buena noticia es que no somos simples espectadores de nuestro reloj interno. Aunque el cerebro cambia de estado con mayor lentitud a medida que envejecemos, podemos influir de forma activa en nuestra percepción del paso del tiempo, porque las experiencias nuevas actúan como destellos que abren capítulos adicionales en el cerebro.

Cómo podemos volver a «estirar» el tiempo

Un viaje a un lugar desconocido, aprender una nueva habilidad, cultivar aficiones que incluyan contacto social o mantener conversaciones con personas inspiradoras puede incrementar el número de estos marcadores internos. Lo mismo ocurre cuando elegimos ver películas o documentales seleccionados con atención en lugar de exponernos sin filtro a la televisión. Con todo ello, el tiempo adquiere más estructura y más densidad y se llena de hitos más significativos en la propia vida.

La intensidad emocional también desempeña un papel. Los momentos que nos conmueven, una conversación que nos invita a reflexionar, un paseo por la naturaleza o un concierto especialmente evocador se graban con mayor profundidad en el cerebro. Generan transiciones internas bien definidas y permanecen vivos en la memoria.

Hacer una pausa consciente y disfrutar del momento ayuda al cerebro a recordar. Foto: fotojog/iStock

Incluso los cambios pequeños en la vida cotidiana pueden desencadenar este efecto. Quienes eligen de forma deliberada nuevos caminos, dedican tiempo a la naturaleza o incorporan una mascota y reorganizan con responsabilidad sus rutinas diarias crean en su mente una trama de experiencias más afinada, una sensación más clara de plenitud y, con ello, una fuente adicional de satisfacción. Gracias a esa experiencia, el tiempo también se enriquece subjetivamente y deja de pasar desapercibido.

La conclusión silenciosa

El tiempo en sí no se acelera; lo que cambia es la forma en que nuestro cerebro organiza subjetivamente el flujo de los acontecimientos. Y en ese cambio hay una oportunidad:

Podemos ralentizar la sensación del tiempo si agudizamos la percepción y llenamos nuestra vida de momentos nuevos y más profundos. De este modo, el tiempo deja de ser una película lineal pasada a toda velocidad y se convierte en una colección de impresiones nítidas que recordamos con cariño, de manera vívida y emotiva.

El poder de moldear nuestras vidas reside en nosotros: en cada día, en cada experiencia, en cada momento que no dejamos pasar, sino que elegimos disfrutar de forma consciente y alegre.

Artículo publicado originalmente en The Epoch Times Alemania con el título «Warum die Zeit im Alter rast – und was Sie dagegen tun können».

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