CULTURA

Salto pasiego: una antigua tradición en vías de extinción y todo un espectáculo de destreza física

Desde hace muchos años los saltadores de este deporte se mantienen en equilibrio sobre el palo de forma impresionante. Esta proeza se conserva en la memoria y las tradiciones del pueblo cántabro.
noviembre 25, 2025 18:24, Last Updated: noviembre 25, 2025 18:39
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Agilidad, precisión, resistencia y fuerza. Estas son algunas de las habilidades físicas que empleaban los antiguos habitantes del valle de Pas, en Cantabria, quienes, ayudados por un palo de madera de avellano de entre tres y cuatro metros de largo, avanzaban sorteando los obstáculos de la irregular e impredecible orografía de los montes.

Aunque la información sobre los orígenes del salto pasiego o salto con garrocha pasiega no está bien definida debido a la ausencia de memorias escritas, hoy se mantiene como una costumbre heredada de generación en generación y practicada en actos sociales. En 2015, fue declarado Bien de Interés Local, Etnográfico e Inmaterial por el Gobierno de Cantabria.

Actualmente, el salto pasiego se practica como deporte rural con distintas modalidades que, en esencia, consisten en utilizar un palo de entre tres y cuatro metros de longitud, elaborado con madera de avellano, para impulsarse por el aire y alcanzar la mayor distancia posible.

Juan Manuel Saro Fernández, historiador y conocedor de esta antigua tradición, nos cuenta que «lo que hoy se conoce como salto pasiego es el salto con palo, que es una especie de salto de pértiga con carrera». «Tienes que coger carrera y hay una línea donde tienes que impulsarte, clavar el palo y llegar lo más lejos posible, no a lo alto, sino a lo largo».


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También existen otras modalidades, como el triple salto, similar al que se realiza en los Juegos Olímpicos; el desplazamiento tumbado sobre el palo sin que este se separe del suelo, y «andar en el palo» y la «raya del palo», que consiste en inclinar el cuerpo hasta casi tocar el suelo mientras se sostiene el palo con alguna de las dos manos y se extiende el brazo libre todo lo posible para hacer una marca en el terreno.

En 2001, Fernández se impuso en la modalidad más destacada de esta competición, el salto con pértiga de tipo medio: entonces logró desplazarse con ayuda del palo una distancia de 9,10 metros, una marca que sigue imbatida en la actualidad.

Juan Manuel Fernández Saro participa en una competición de salto pasiego en 2001. Cortesía: Juan Manuel Fernández Saro

Fernández asegura que antaño hubo practicantes del salto pasiego que, cuando se impulsaban, conseguían avanzar una distancia mayor, dando pequeños saltos y manteniendo el equilibrio con el palo sin apoyar los pies en el suelo.

En el pasado, la competición incluía dos categorías de «andar con el palo». La más convencional, aún vigente, consiste en colocar el palo en vertical mientras se está de pie; el competidor asciende, se sujeta de manera que mantenga el equilibrio en el extremo y comienza a avanzar dando saltos hacia delante.

«Sin embargo, el «mudar el palo» es diferente. Porque ibas corriendo a toda velocidad, te dispones a dar una especie de salto de pértiga, pero en longitud y, antes de caer, ponías el palo otra vez hacia adelante; te volvías a apoyar y una vez tras otra, todas las que pudieses».

Ese tipo de habilidad ha hecho que la competición se reglamente cada vez más, pues, según Juan Manuel, esa clase de proezas podía provocar envidias o disputas, ya que, mientras algunos competidores realizaban movimientos más estandarizados y conocidos, otros ejecutaban hazañas físicas más llamativas.

Antes, la destreza que se adquiría con el palo dependía sobre todo de lo que al portador se le ocurriera hacer para impresionar a quienes le rodeaban, pero, con el tiempo, a medida que la calidad técnica se fue perdiendo, la práctica se volvió más uniforme y se establecieron categorías.

A partir de 2005 se introdujeron en Cantabria cuatro modalidades de competición: salto pasiego, triple salto, raya del palo y andar en el palo, según Juan Manuel.

Fernández, hijo y nieto de campeones del salto con palo, cuenta que antaño el palo era algo más que un instrumento de trabajo para los ganaderos de los Valles Pasiegos; además de ayudarles a salvar obstáculos en el campo, formaba parte de su vida cotidiana.

«Como cualquier pastor que lleva la navaja encima, que le puede servir para hacer una cuerda, para preparar una madera o para lo que fuera necesario», afirmó Fernández, quien explicó en diálogo con The Epoch Times España que el palo formaba parte del atuendo cuando asistían a una romería y era un elemento de distinción social.

Para los pasiegos era importante llevar siempre un buen palo, robusto, elástico y duradero, que, además, podía utilizarse para mostrar destrezas e impresionar a los presentes y, en especial, a las jóvenes mozas cuando se reunían en algún acto social o comunitario.

«Cuando iban de fiesta a las romerías de los pueblos a bailar, los pasiegos acudían engalanados y acompañados de su palo como algo que les daba prestigio, y también, muchas veces, como en cualquier sociedad más o menos primitiva, se producían peleas entre jóvenes adolescentes y el palo era un recurso bastante utilizado».

En la niñez, cuando tenía alrededor de nueve años, Juan Manuel entró en contacto con esta tradición. Cuenta que un día un grupo de niños pidió a su padre que realizara una demostración de salto pasiego y él accedió, algo que lo impresionó profundamente. Desde entonces comenzó a practicarlo, aunque señala que ya entonces se consideraba una tradición casi perdida.

«Ya éramos una sociedad diferente, ya no éramos una sociedad tradicional, y el salto con palo era una especie de cosa primitiva que hacían los antiguos. Pero bueno, empezamos; como nos gustó mucho esa destreza, empecé a practicarla, a entrenar. Mi abuelo también me enseñaba, porque pasaba bastante tiempo conmigo».

El abuelo de Fernández era un saltador habilidoso y conocía la técnica de desplazarse sobre el palo, pero no llegó a transmitírsela a su nieto. «De niño siempre me contaba que él había sido el mejor andando en el palo y que dio la vuelta a la iglesia de Llerana sin descender de él».

La directriz de su abuelo, que deseaba que su nieto compitiera y mantuviera viva la tradición familiar del salto pasiego, era que no incorporara la técnica adaptada a la nueva normativa, que limitaba el ejercicio a un solo salto. De ese modo, pensaba, durante el entrenamiento no habría que corregirlo y su técnica sería más limpia.

«Andar en el palo es algo que yo nunca practiqué y, por tanto, nunca enseñé a mi cuerpo a desarrollar la musculatura necesaria para hacerlo. Al final, lo mío fue siempre el triple salto y el salto con palo, con carrera, a un solo intento», aseguró Fernández.

«El triple salto era, al final, lo que más me atraía, aunque no tuviera nada que ver con el salto pasiego, que muchos consideraban más meritorio; y me esforzaba por ejecutarlo lo mejor posible», señaló.


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«Entrenaba exclusivamente esa modalidad. Pasaba horas y horas practicando; mis amigos empezaron a fijarse en cómo lo hacía y vieron que se me daba muy bien. Entonces ellos también se animaron, y así se despertó el interés en todo el pueblo: tanto chicos como chicas comenzaron a saltar conmigo», agregó.

Juan Manuel considera que la vida actual, junto con los hábitos modernos y el ocio, pone en riesgo estas tradiciones, por lo que cree que el apoyo económico, institucional, federativo o mediático podría contribuir a preservarlas y a asegurar el relevo generacional. «Es algo demasiado espectacular como para que se pierda».

Fernández opina que ahora es una tradición en declive y en desuso: cada vez hay menos saltadores, los niños no empiezan a practicarla desde pequeños y no existe una remuneración económica que cubra, no solo los gastos de manutención del deportista, sino tampoco los derivados de posibles lesiones. Según Juan Manuel, al final quienes siguen saltando lo hacen sobre todo por orgullo.

«Estoy convencido de que cualquiera que me hubiese visto saltar cuando estaba en marcas cercanas al récord se habría quedado impresionado, y eso ya no ocurre. La gente que hoy gana en competición salta prácticamente dos metros menos de lo que saltaba yo cuando competía; eso hace que el salto resulte mucho menos espectacular y parezca más mundano», cuenta Fernández, quien considera que factores como este contribuyen a que la práctica ya no despierte el interés general.

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