Los cristianos vienen siendo perseguidos en Nigeria desde hace 25 años con una violencia sostenida. Sin embargo, esta tragedia humanitaria pasó casi inadvertida en el plano internacional hasta que la Administración Trump denunció la actual escalada de violencia, habló del riesgo de «genocidio» e insinuó su intención de intervenir.
Nigeria niega que exista persecución religiosa en su territorio y presenta el fenómeno como un problema de seguridad con raíces socioeconómicas y políticas que afecta a todas las comunidades del país. Pero la oleada de ataques contra aldeas cristianas ha crecido al mismo ritmo que el extremismo islamista en el Sahel, una región que hoy registra el mayor número de muertes por terrorismo en el mundo.
La lista de atrocidades de las que son víctimas los cristianos nigerianos es larga: aldeas arrasadas y cubiertas de cadáveres en descomposición, además de ataques y asesinatos de civiles indefensos por ser cristianos. En la Nochebuena de 2023, por ejemplo, terroristas yihadistas asesinaron a más de 200 personas en aldeas de mayoría cristiana. Los asaltantes atacaron primero, iglesias y viviendas de pastores; después incendiaron templos y casas, secuestraron a familias y decapitaron con machete a un pastor mientras gritaban «Alla’hu Akbar» (Alá es el más grande) y «¡Muerte a los cristianos!».
Los militantes yihadistas suelen estar bien armados: ametralladoras, fusiles de asalto AK-47 de fabricación rusa y lanzacohetes RPG, armas más avanzadas que las que reciben las tropas del Ejército nigeriano.
Diversos observadores nacionales e internacionales sostienen que existen «actores externos» que financian y adoctrinan a los yihadistas. También denuncian que, en más de 20 años de persecución y violencia, el Gobierno no ha llevado ante la justicia a ninguno de los responsables de estas atrocidades.
¿Quién persigue a los cristianos nigerianos?
Hasta 2001, la convivencia entre cristianos y musulmanes había sido pacífica. La violencia se desencadenó con la irrupción de bandas terroristas musulmanas que atacaron a comunidades cristianas. Los musulmanes eran minoría, pero estaban bien armados, lo que obligó a muchos cristianos a huir.
Los analistas atribuyen la situación actual al auge de Boko Haram, un movimiento insurgente yihadista suní fundado en 2002. Desde 2009, lidera una insurgencia armada contra las instituciones legítimas de Nigeria y ha ampliado sus operaciones al noreste y a los países vecinos de Chad, Camerún y Níger. Boko Haram persigue a los cristianos —y a cualquiera que considere «infiel»— mediante masacres y secuestros. Desde 2013, Estados Unidos lo designa como organización terrorista.
A Boko Haram se le ha sumado una constelación de grupos yihadistas —entre ellos el Estado Islámico (ISIS) y Al Qaeda—, además de bandas armadas y milicias de distinta naturaleza. Esta combinación ha convertido el norte de Nigeria en un entramado de alianzas cambiantes, bajo la bandera de la «guerra santa» que, según este enfoque, Boko Haram impulsó a comienzos de la década de 2000 con el propósito de eliminar físicamente a los cristianos del país.
El Instituto para la Economía y la Paz sitúa a Nigeria en sexto lugar del Índice Global de Terrorismo 2025 y estima que, desde 2009, han muerto entre 50 000 y 100 000 civiles y que el conflicto ha provocado millones de desplazados. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) estimó en 2021 que unas 350 000 personas han muerto, directa o indirectamente, por el conflicto en curso, iniciado en 2009. Los datos del proyecto de localización y eventos de conflicto armado (ACLED) indican que los ataques contra cristianos han aumentado desde 2020 —en esta violencia, las víctimas musulmanas igualan e incluso superan a las cristianas—. En el noroeste de Nigeria, históricamente marcado por el bandidaje, las filiales de Al Qaeda e ISIS han afianzado su presencia desde 2020 y han creado nuevas células desde 2024.
En octubre pasado, el presidente estadounidense Donald Trump reincorporó a Nigeria a la lista de «países de especial preocupación» en materia de libertad religiosa. Y, durante una comparecencia el 20 de noviembre, funcionarios del Departamento de Estado de Estados Unidos anunciaron un plan extraordinario de seguridad para Nigeria. Poco después, hombres armados atacaron una escuela católica en el Cinturón Medio: secuestraron a más de 300 estudiantes y a 12 profesores y perpetraron el cuarto secuestro masivo en una semana, uno de los peores registrados en Nigeria. Según Amnistía Internacional, Boko Haram ha secuestrado a más de 1700 niños, a los que ha sometido a participación forzada en combates, matrimonios forzados y esclavitud sexual.
Esa misma semana, entre el 15 y el 21 de noviembre, un ataque a una iglesia cristiana durante los oficios causó dos muertes y 38 secuestros. Además, 24 alumnas fueron secuestradas en una escuela secundaria; tres personas fueron asesinadas y otras 64 secuestradas en sus hogares. El 24 de noviembre, la prensa nigeriana informó de que terroristas de Boko Haram secuestraron a 12 mujeres en el estado de Borno y arrasaron una aldea entera.
El obispo católico Wilfred Anagbe denuncia uno de los períodos más atroces de la historia reciente para los cristianos nigerianos. Los yihadistas están llevando a cabo incursiones ante las cuales, según los analistas, el gobierno nigeriano se encuentra ahora sin capacidad de respuesta, a pesar de la reciente declaración del ejecutivo, que afirma haber neutralizado a más de 13 500 terroristas desde 2023, arrestado a más de 17 000 personas y liberado a más de 9800 rehenes.
Amnistía Internacional informa de que al menos 10 217 personas han muerto en ataques armados en los dos años transcurridos desde que el presidente Bola Ahmed Tinubu asumió el cargo, principalmente en los estados cristianos del Cinturón Medio, como Benue y Plateau. Sin embargo, dado que esta violencia se entrecruza por el conflicto histórico entre agricultores (en su mayoría cristianos) y pastores fulani (seminómadas, predominantemente musulmanes), el gobierno interpreta estos «enfrentamientos» como simples disputas de tierras exacerbadas por la sequía, la escasez de recursos y el crecimiento demográfico.
Open Doors atribuye el 55 % de las muertes de cristianos registradas entre 2019 y 2023 a milicianos fulani, mientras que el Observatorio Africano para la Libertad Religiosa estima que las milicias fulani son responsables del 47 % de los 36 056 asesinatos de civiles entre 2019 y 2024. En 2015, los milicianos fulani fueron clasificados como la cuarta organización terrorista del mundo por número de masacres, pero desde entonces apenas aparecen en los principales índices, pese a las investigaciones que documentan una grave escalada de violencia por motivos religiosos y étnicos en el Cinturón Medio de Nigeria.
Algunos grupos, como el Estado Islámico-Provincia del Sahel, son predominantemente fulani, pero operan principalmente en estados musulmanes, asesinando sobre todo a musulmanes. Con la expansión del conflicto en la región, las organizaciones más fuertes se han consolidado en Mali y Burkina Faso, donde muchos combatientes son fulani, en contextos donde estas comunidades pastorales han sido históricamente marginadas y, por lo tanto, son más vulnerables a la radicalización.
Según el Índice Global de Terrorismo 2025, el Sahel Central —que incluye Nigeria y se extiende desde el Atlántico Norte hasta el Mar Rojo— es el escenario del 51 % de todas las muertes por terrorismo en todo el mundo, una zona donde los terroristas yihadistas han entrado en una nueva fase de expansión y creciente cooperación con ISIS y Al Qaeda. El Estado Islámico-Provincia de África Occidental controla amplias extensiones de territorio y ha matado o desplazado a miles de personas en Nigeria y países vecinos. Mientras tanto, en el vecino Mali, según los análisis más recientes, los yihadistas están a punto de derrocar las instituciones estatales.
Tras la transición de Nigeria a la democracia constitucional en 1999, 12 estados del norte reintrodujeron la sharía como código penal. La ley musulmana se utiliza para justificar la violencia masiva y la pena de muerte, incluso por delitos considerados menores como la blasfemia, que, según Amnistía Internacional, está en aumento y se castiga con linchamientos, lapidaciones, torturas e incluso la muerte en la hoguera.
Los yihadistas declaran explícitamente su deseo de reemplazar el Estado nigeriano por una teocracia islámica y rechazan la democracia. Sin embargo, a pesar de la evidencia, varios comentaristas persisten en reducir el conflicto en Nigeria a causas climáticas o socioeconómicas, para evitar admitir sus orígenes yihadistas.
Artículo publicado originalmente en The Epoch Times con el título «Il genocidio jihadista dei cristiani in Nigeria».
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