Entrevista:
La energía nuclear está en centro del debate público estos días por varias razones.
Por un lado, el Gobierno de Pedro Sánchez está determinado a mantener la hoja de ruta del cierre de las centrales nucleares en España, pese a una fuerte y creciente oposición de varios sectores de la sociedad.
El calendario actual del Ejecutivo prevé que el cierre de todas las centrales nucleares en España se realice de forma escalonada entre 2027 y 2035, algo que asociaciones profesionales rechazan basándose en «criterios técnicos y científicos» y señalando las «consecuencias económicas y sociales» que conlleva el cierre.
El Consejo General de Ingenieros Industriales dijo en marzo que no ven razones «técnicas ni medioambientales que justifiquen el cierre de las centrales», y destacó que eliminar esta fuente de producción de energía sin un plan sólido podría comprometer los objetivos climáticos, disparar los costes energéticos para los consumidores y las industrias y es un riesgo significativo para la seguridad del suministro eléctrico en España.
Por otro lado, el cero energético del 28 de abril ha suscitado dudas acerca de la estabilidad de un sistema eléctrico basado mayoritariamente en energías renovables.
Pero, ¿cómo funciona la energía nuclear y cuáles son los riesgos que están provocando su cierre total en España?
Para profundizar en este tema hemos entrevistado a Francisco Ramírez, instructor de operación nuclear y comunicador sobre temas energéticos.
La información de esta entrevista es tan rica y educativa que hemos decidido ofrecérsela en varias partes, aquí tienen la primera.
Epoch Times: En los últimos años, la energía nuclear ha sido objeto de una notable demonización. Esta fuente de energía, que en su momento fue considerada la joya de la corona por su capacidad de generar electricidad de manera relativamente económica, ha pasado a percibirse casi como un enemigo. Es innegable que el accidente de Fukushima marcó un punto de inflexión en esta percepción. Surge entonces la pregunta: ¿por qué se insiste actualmente en subrayar los aspectos negativos de la energía nuclear? No parece deberse a su incompatibilidad con las políticas de descarbonización, ya que, en efecto, la energía nuclear está entre las fuentes que menos CO₂ emite de las disponibles.
Sr. Ramírez: Considero que este rechazo hacia la energía nuclear se remonta a bastante tiempo atrás. En sus inicios, la tecnología nuclear se presentaba como la gran esperanza de la humanidad, capaz de ofrecer ingentes cantidades de energía a un coste muy reducido. Así comenzó su desarrollo. Sin embargo, ya en los años setenta, el mercado energético estaba dominado por la industria petrolera. Se afirma —aunque no poseo pruebas concluyentes, pero tampoco dudas al respecto— que fueron precisamente las compañías petroleras, al ver amenazado su negocio, quienes promovieron campañas en contra de la energía nuclear.
Estas campañas encontraron terreno propicio tras ciertos incidentes. El accidente de Three Mile Island (TMI) en 1979, aunque de consecuencias limitadas, fue ampliamente difundido. Posteriormente, el desastre de Chernóbil, que marcó un antes y un después, reforzó esa percepción negativa. Recuerdo de mi infancia las imágenes en televisión de niños con malformaciones —sin embargo, la ciencia no ha logrado demostrar un aumento en este tipo de afecciones a raíz del accidente—, lo que contribuyó a consolidar una fuerte propaganda contraria a la energía nuclear.

Por supuesto, hay aspectos de Chernóbil que podrían haberse evitado, pero el valor de la tecnología nuclear no puede ni debe juzgarse por un solo evento. Como cualquier fuente de energía, presenta ventajas e inconvenientes. Por ejemplo, las rupturas de presas hidroeléctricas han causado cientos de miles de muertes a lo largo de la historia, y no por ello se demoniza la energía hidráulica. Lo mismo ocurre con la eólica, la solar, el gas o el carbón. Sin embargo, en el imaginario colectivo, los accidentes de Chernóbil y Fukushima pesan de manera desproporcionada.
Si observamos los datos con objetividad, es evidente que en Chernóbil murieron personas —ojalá hubieran sido cero—, pero las cifras no fueron tan drásticas como a menudo se cree. En Fukushima, el tsunami provocó cerca de 20 000 muertes, mientras que el accidente en la central nuclear causó ninguna o una víctima en el peor de los casos. Sin embargo, cuando se menciona Fukushima, la mayoría piensa en la planta nuclear y olvida el devastador impacto del tsunami.
¿Por qué sucede esto? Posiblemente por décadas de mensajes negativos en los medios de comunicación, impulsados o no por campañas de desprestigio motivadas por intereses económicos. En cualquier caso, la situación actual es muy diferente. Hoy en día es mucho más fácil acceder a información variada y contrastada. Existen múltiples canales que permiten a las personas informarse por sí mismas, desde perspectivas técnicas, políticas o económicas.
Esto nos brinda la oportunidad, a quienes trabajamos en la industria nuclear, de mostrar la realidad de nuestro trabajo. Somos plenamente conscientes de los riesgos inherentes a esta tecnología, pero también sabemos gestionarlos con seguridad. Nuestro objetivo es que la sociedad conozca tanto los aspectos positivos como los negativos de todas las fuentes de energía.
Aún persiste cierto estigma hacia la energía nuclear: se la percibe como peligrosa, costosa, generadora de residuos de difícil gestión. No obstante, esta percepción está cambiando. Cada vez más personas, al acceder a información precisa, modifican su opinión. En foros de discusión es frecuente encontrar quienes afirman: «Antes pensaba de un modo, pero tras informarme, veo que no es así».
De hecho, en muchos países la opinión pública ya respalda mayoritariamente el uso de la energía nuclear. En España, aunque estamos entre los más rezagados, las encuestas recientes muestran que más de un 50 % de la población apoya mantener en funcionamiento las centrales nucleares.
Epoch Times: Una de las mayores preocupaciones que persiste en torno a la energía nuclear es precisamente la de los residuos, que usted acaba de mencionar. La cuestión fundamental es: ¿qué ocurre con los residuos nucleares? ¿Existe realmente un método seguro para su almacenamiento? Y, sobre todo, ¿quién asume el coste de gestionar y almacenar estos residuos a largo plazo?
Sr. Ramírez: En efecto, la percepción que muchas personas tienen sobre los residuos nucleares está condicionada por imágenes de barriles amarillos con el símbolo de radiación tirados por el campo. Esta representación no es casual: organizaciones como Greenpeace han impulsado campañas visuales de este tipo, colocando barriles pintados en el campo o en el mar para generar impacto mediático. Basta realizar una búsqueda en internet para comprobar que esta iconografía sigue muy presente.
Sin embargo, la realidad de los residuos nucleares es muy diferente. El residuo más radiactivo, y por tanto el que requiere mayor control, es el combustible nuclear usado. Este se presenta en forma de elementos de combustible compuestos por varillas que contienen pastillas cerámicas de uranio. Tras varios años de uso en el reactor, estas pastillas acumulan productos radiactivos. No se trata de un líquido ni de un gas que pueda dispersarse, sino de un material sólido, estable, confinado dentro de tubos de acero herméticos.
Una vez extraído del reactor, el combustible se almacena durante varios años en piscinas de agua, cuya función es extraer el calor residual que emite el material. Transcurrido ese periodo, cuando el combustible ha dejado de generar calor significativo, se traslada a contenedores de hormigón, sellados y almacenados al aire libre en instalaciones denominadas almacenes temporales individualizados (ATI). Estos contenedores aíslan completamente la radiación; de hecho, la exposición en sus proximidades es comparable a la que se recibe en la vida cotidiana.
Cabe destacar que el combustible usado no ha sido desechado de forma definitiva. Existe la posibilidad de reciclarlo, ya que solo se ha utilizado parcialmente. Países como Francia y Rusia ya aplican tecnologías de reprocesado que permiten reutilizar este material, extrayendo más energía y reduciendo el volumen de residuos finales.
En cuanto a la cantidad de residuos generados, es muy reducida en comparación con otras industrias o con los residuos sólidos urbanos. Por el volumen de energía que se produce, el impacto material es mínimo. Además, existen soluciones a corto, medio y largo plazo para su gestión: en el corto plazo, el almacenamiento en piscinas; a medio plazo, en contenedores en las propias centrales (ATI); y a largo plazo, mediante almacenamientos geológicos profundos en formaciones geológicamente estables, donde los residuos pueden quedar confinados de forma segura durante milenios. Esta solución cuenta con amplio consenso internacional y ya está en marcha en varios países.
En España, el desarrollo de estas infraestructuras ha sido irregular. En 2004 se aprobó la construcción de un Almacén Temporal Centralizado (ATC) en Villar de Cañas. Sin embargo, tras dos décadas de retrasos y cambios políticos, el actual Gobierno ha optado por una estrategia de almacenamiento individualizado en cada emplazamiento, descartando el ATC. Esta decisión ha supuesto un sobrecoste estimado en más de 2000 millones de euros.
Respecto a los costes de gestión, en España se aplica el principio de «quien contamina paga». La empresa pública Enresa es la encargada de gestionar los residuos radiactivos y el futuro desmantelamiento de las centrales, financiándose exclusivamente con las aportaciones de las empresas operadoras —Endesa, Iberdrola, Naturgy, entre otras—. Ninguno de estos costes se cubre con fondos públicos, sino con las tasas que las compañías pagan específicamente para este fin.
No se pierda la segunda parte de esta entrevista: ¿Cómo funciona el mercado de la electricidad?
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