Donald Trump mira más allá de Pekín

A la luz de su nueva Estrategia de Seguridad Nacional, el presidente estadounidense sitúa a China entre las principales amenazas y apunta a un replanteamiento del marco estratégico de Washington ante el declive del gigante asiático

Por Gregory Copley
20 de diciembre de 2025 11:17 Actualizado: 20 de diciembre de 2025 11:17

Entonces, ¿qué sucederá a continuación? ¿Y qué significa esto para el resto del mundo?

El líder del Partido Comunista Chino (PCCh), Xi Jinping, ya no está realmente al mando. Gobernó durante unos 12 años antes de quedar relegado a una relativa impotencia.

El colapso de la China comunista se hizo innegable al acercarse el final de 2025.

A finales de 2025, la República Popular China (RPC) ya no era la gran potencia económica o militar de los últimos años. Ahora solo conserva influencia suficiente para actuar como factor de perturbación durante unos pocos años más, quizá ni siquiera eso.

Por tanto, procede reevaluar el equilibrio de poder global, y no solo por la implosión de la RPC y del PCCh. Estados Unidos también se ha embarcado en una ofensiva por el dominio global, pero la lastran profundas divisiones internas. La Unión Europea se hunde en un declive económico, social y estratégico, mientras Estados hasta ahora prósperos, como el Reino Unido, Australia y Canadá, atraviesan lo que podría ser una crisis terminal o, al menos, grave.

El poder y la estabilidad de potencias intermedias como Turquía, Irán, Egipto, Pakistán y Nigeria son inciertos, y la reconfiguración global parece anunciar, por defecto, el surgimiento de un nuevo orden mundial. Incluso actores emergentes como Arabia Saudí e India afrontan desafíos, y todos sufrirán los efectos indirectos del colapso económico de China. Rusia también se verá gravemente afectada.

Hacia finales de 2025, pocos aceptaban la idea de que la República Popular China ya había implosionado económicamente. Sin embargo, el pronóstico de que China continental podría reducir su producción de acero en un 50 % para 2026 puso de relieve la magnitud del deterioro, especialmente para exportadores de mineral de hierro como Australia y Brasil.

Además, los recursos de la República Popular China se reducen. China importa parte de los elementos de tierras raras que reexporta al resto del mundo, una señal de pérdida de control sobre este recurso. Sus importaciones de petróleo aumentaron un 4,48 % interanual en noviembre, su nivel más alto en 27 meses, incluso cuando disminuyeron las compras a Rusia. Todo ello ocurrió pese a la crisis económica, que debería haber aliviado la presión sobre los recursos energéticos. Ningún indicador parece evolucionar en una dirección favorable para la República Popular China.

Gran parte del reajuste global de 2025-2026 está vinculada al caos económico desencadenado por el colapso de la República Popular China.

No se trata de un episodio repentino ni de un proceso claramente acotado, atribuible a una fecha o a una decisión concreta, sino de una sucesión de acciones y síntomas cuyas raíces se remontan a décadas. El énfasis recurrente en el declive de la República Popular China como potencia estratégica, gigante económico o amenaza militar no ha suscitado, sin embargo, inquietud entre los Estados que dependen de la inversión china.

Se ha producido una suspensión deliberada de la lógica, característica —según el autor— de alguien adicto a una droga.

El autor de estas líneas afirma haber anticipado, ya en 2006-2007, señales que indicaban que la República Popular China no podría mantenerse más allá de 2025 como la gran potencia que aspiraba a ser. Explica que lo sostuvo de forma expresa en 2007, en el estudio «Australia 2050: una revisión de la situación, las perspectivas y las opciones de Australia para la primera mitad del siglo XXI», porque, a su juicio, la República Popular China descuidó la consolidación de su base de estabilidad antes de buscar, como un «polvorín», la igualdad o la supremacía militar global.

No aseguró sus líneas internas de suministro de alimentos, agua y energía, e intentó intimidar a los Estados que podían influir en esos flujos vitales. Según el autor, una situación comparable, a esa escala, contribuyó a la caída del Imperio Romano de Occidente, al quedar privado de su fuente de trigo procedente de Egipto, considerada hasta entonces un suministro interno.

Esto no significa que la República Popular China —o, más precisamente, China en el futuro— no pueda renacer y reconstruirse, aunque no sería una perspectiva a corto plazo. El principal obstáculo para analizar desde cero la nueva arquitectura global no es la República Popular China en sí, sino que gran parte del mundo interpreta la realidad actual desde perspectivas anticuadas y marcos mentales moldeados por mitos y medias verdades. Ello, sostiene, se traduce en una asignación deficiente de recursos en defensa, diplomacia y política tecnoeconómica.

Para el cierre de 2025, concluye, es necesario asumir varias realidades.

Economía y población en declive

La República Popular China podría ya no ser —si es que alguna vez lo fue— la segunda economía del mundo. Su tamaño se ha medido más por indicadores estadísticos, como el producto interior bruto (PIB), que por su fuerza real o su riqueza, incluido el PIB per cápita.

Ninguna de sus estadísticas oficiales puede tomarse al pie de la letra, y cabe suponer que esas cifras y declaraciones se han distorsionado para favorecer los objetivos políticos del Partido Comunista Chino (PCCh) en el poder. Lo mismo ocurre con los datos de población, que todavía se sitúan de forma general en torno a 1400 millones de habitantes. Sin embargo, diversos indicios visuales y económicos apuntan a que la población real podría estar muy por debajo de los mil millones, incluso entre 500 y 600 millones.

La pérdida de poder de Xi Jinping

Xi Jinping —que, a finales de 2025, aún ostentaba los cargos de «secretario general» del PCCh, «presidente» de la Comisión Militar Central (CMC) y «presidente» de la República Popular China— se encontraba, en realidad, marginado. Ya no ejercía poder efectivo, salvo cierta capacidad de perturbación mediante sus pronunciamientos de «diplomacia del lobo guerrero» en el plano internacional.

Este proceso coincidió con el colapso del propio PCCh, en gran medida porque los adversarios de Xi dentro del Partido tardaron demasiado en desafiarlo. Después, todos los que disputaban el poder —Xi y lo que quedaba de sus leales, el Ejército Popular de Liberación (EPL), los reformistas y los veteranos del PCCh— se esforzaron por sostener la ficción de un Partido que seguía «en control», incluso cuando el hundimiento económico y social ya era irreversible.

A finales de 2025 se perfiló una realidad: el EPL, bajo el liderazgo del vicepresidente de la CMC, el general Zhang Youxia, debatía cómo configurar un sistema en el que el ejército dejara de ser rehén de un dirigente político. Si el poder —como lo expresó Mao Zedong— «sale del cañón de un fusil» y Zhang controla ese arma, sostiene el autor, la única manera de garantizar en 2026 la continuidad del predominio del PCCh pasaría por un acuerdo con Zhang.

Un Ejército debilitado

A finales de 2025, el EPL concentraba sus recursos en el control del territorio y no podía permitirse comprometerlos en «aventuras militares externas» destinadas a distraer a la opinión pública de las dificultades económicas internas. En cualquier caso, desde un punto de vista estratégico, se mostraba incapaz de articular una fuerza coherente capaz de sostener una confrontación militar de envergadura fuera de sus fronteras, incluso contra Vietnam, y menos aún contra Japón o la República de China (Taiwán).

Sin embargo, el arsenal nuclear y los misiles balísticos o hipersónicos del EPL bastan para que las potencias externas le concedan margen de maniobra en China continental. La corrupción, la hiperpolitización por parte del Partido y de Xi Jinping, así como las carencias técnicas, han impedido —según el autor— que el EPL se convierta en una fuerza militar global creíble. El poder y el prestigio acumulados se evaporaron.

Rusia

Rusia, habitualmente cautelosa a la hora de expresar con claridad su postura respecto a China, se pronunció en octubre y noviembre a favor del general Zhang Youxia, considerado el verdadero poder tras el trono en la República Popular China.

Zhang recibió un trato de Estado durante su visita a Moscú los días 20 y 21 de noviembre, muy superior al que recibió el primer ministro Li Qiang en su viaje a la capital rusa los días 17 y 18 de noviembre. Esto constituyó una bofetada pública y deliberada del presidente ruso, Vladímir Putin, a Xi Jinping. A juicio del autor, el gesto también evidenció que Rusia no era —si es que alguna vez lo fue— un «socio menor» en su casi alianza con la República Popular China.

Una situación prerrevolucionaria

Al igual que en Rusia en vísperas del golpe de Estado de 1917, que desembocó en la guerra civil, o en las 13 colonias británicas de Norteamérica en 1776, entre otros ejemplos, la situación en China a finales de 2025 mostraba un contraste: amplios sectores de la sociedad seguían funcionando y produciendo con normalidad, mientras los segmentos más dinámicos de la China continental vivían en inestabilidad y ansiedad por el desempleo, la pobreza y la falta de vivienda.

En este contexto, el país —sobre todo por el amplio retorno de trabajadores rurales que abandonaban las ciudades para volver a sus pueblos— podría describirse como en una situación prerrevolucionaria. El autor recuerda que, tras la muerte de la emperatriz viuda Cixi, el 15 de noviembre de 1908, el malestar de los trabajadores rurales «migrantes» en las ciudades chinas contribuyó a la caída de la dinastía Qing y desencadenó una guerra civil que se suspendió —pero nunca se resolvió del todo— en 1949.

Uno de los efectos inmediatos del colapso de la República Popular China en 2026 sería que probablemente ya no podría recuperar las inversiones realizadas en el marco de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, lo que habría dado un respiro a los países deudores.

De forma análoga, los tenedores extranjeros de bonos gubernamentales de la dinastía Qing vieron arrasadas sus inversiones tras el colapso y la revolución. Las apuestas y las inversiones se convierten en decepción cuando la realidad estratégica termina por imponerse. Además, han desaparecido las amplias ventajas económicas que China obtenía al comprar alimentos, energía y materias primas de los países proveedores —y productos manufacturados de otros—, lo que priva, entre otros, a Australia, Brasil y Rusia de mercados para sus exportaciones.

Las consecuencias de esta ruptura comercial se sentirán plenamente en 2026. E incluso si la República Popular China ha sido sustituida en gran medida en las cadenas de suministro globales, el impacto sobre la riqueza mundial será tal que la demanda global disminuirá.

El colapso de la República Popular China

El supuesto «poder ascendente» de la República Popular China impulsó en gran medida las evaluaciones de amenazas de muchos países, que tendieron a definir su identidad en función de la estatura de su adversario. Para muchos Estados, ese adversario era la propia República Popular China; para otros, se añadía además la aspiración de ver a Rusia como una extensión de la Unión Soviética.

En otras palabras, en la era posterior a la Guerra Fría, los Estados occidentales se definían menos por sus propias características que por el calibre de sus adversarios. Sin embargo, si hacia mediados de 2026 la realidad es que ni la República Popular China ni Rusia se asemejan a las amenazas abrumadoras que se les atribuían, ¿cómo se configurarán las alianzas y las posturas de defensa del futuro?

El colapso de la URSS en 1990-1991 se presentó de manera simplista como una gran victoria para «Occidente», al final de la presidencia de Ronald Reagan y al inicio de la de George H.W. Bush en Estados Unidos, mientras Margaret Thatcher dejaba el poder en el Reino Unido. Occidente se consideró con derecho a cobrar un «dividendo de la paz». Ese «dividendo» se tradujo no solo en una reducción del gasto en defensa, sino también en una pérdida de cohesión y credibilidad en los análisis de amenazas, con el consiguiente debilitamiento de la identidad y la cohesión occidentales.

El colapso de la República Popular China, anunciado durante más de una década por sus debilidades inherentes, ya se presentaba en 2025 como una victoria exclusiva de Estados Unidos, con exclusión de cualquier otro país. Por ello, cabe preguntarse cómo utilizará Estados Unidos —o si podrá utilizar— la imagen de la «única superpotencia en pie» en los próximos años.

El presidente estadounidense George W. Bush (2001-2009) consideraba a Estados Unidos una potencia global, lo que lo dejó sin un enfoque estratégico definido. Tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, perpetrados por Al Qaeda, Bush declaró la «guerra contra el terrorismo», elevando de facto a Al Qaeda a la categoría de superpotencia. En un sentido muy concreto, fue Al Qaeda quien contribuyó a definir a Estados Unidos.

¿Cómo se definirá Estados Unidos en la era pos-RPC? ¿Y cómo lo percibirán sus aliados cuando no se vislumbre una amenaza clara para Occidente? ¿Podrá Donald Trump convencer a gran parte del mundo —algo que tendrá que hacer— de la validez de una visión que lleve a la comunidad internacional a aceptar la preeminencia estadounidense en ausencia de una amenaza?

La nueva doctrina Trump, descrita en la Estrategia de Seguridad Nacional, evita deliberadamente designar un adversario estratégico para Estados Unidos. Se trata, podría decirse, de la decisión mediante la cual Estados Unidos define su razón de ser por su propia ética y no por la existencia de una amenaza.

Con ello, Donald Trump habría marcado el fin de la era de la RPC y del PCCh y habría sentado las bases para un Estados Unidos autodefinido. Queda por ver si esta estrategia sobrevivirá a Trump.

Antes de eso, sin embargo, se abre el caos de la era pos-RPC.

Artículo publicado originalmente en The Epoch Times Francia con el título «Donald Trump pense désormais au delà de Pékin».

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