Esta es la parte 6 de «Medicina de la Virtud»
¿Qué medicina es segura, eficaz, gratuita y solo requiere un sutil cambio de perspectiva? Le invitamos a explorar el vínculo olvidado entre la virtud y la salud: la «Medicina de la Virtud».
Parte 1 – Gratitud: una medicina alternativa para la ira y la depresión.
Parte 2 – Su cerebro está programado para la honestidad: Mentir le puede cobrar la factura.
Parte 3 – Cómo el perdón curó de manera insólita la salud mental y física de un héroe del 11-S.
Parte 4 – El resentimiento: el huésped indeseable del corazón humano
Parte 5 – Cómo el asombro refuerza tu sistema inmunológico
En un laboratorio de la Universidad de Columbia Británica, bajo el resplandor de luces fluorescentes, una niña pequeña, todavía demasiado pequeña para formar una oración completa, estaba sentada frente a un pequeño tazón de galletas Goldfish y una marioneta de peluche llamada «Mono».
Cuando le pidieron que compartiera una galleta, la niña hizo algo que podría sorprender a cualquiera que crea que los niños pequeños son egoístas por naturaleza. En lugar de acaparar la golosina, extendió su manita y le dio una galleta a Mono, provocando un simpático «¡ÑAM!».
Cada vez que la pequeña le daba a Mono una de sus galletas, su rostro se iluminaba con una alegría inmensa. Este estallido de felicidad ofrece un atisbo de algo que la ciencia ha comenzado a documentar con creciente evidencia: dar a los demás —la generosidad— puede generar una alegría profunda y conducir a un bienestar medible a cualquier edad.
Una fuente inagotable de felicidad
El experimento de las galletas Goldfish identificó qué tipo de donación se siente particularmente bien. Para lograrlo, los investigadores variaron las condiciones. A veces, los niños renunciaban a una de sus golosinas; otras veces, se les ofrecía una extra que el investigador «encontraba». El propósito de esta variación era distinguir la diferencia, si la hubiera, entre simplemente dar y dar renunciando a algo personalmente valioso.
Como era de esperar, los niños expresaron alegría al conocer por primera vez el peluche o al recibir un juguete. Los investigadores documentaron su felicidad mediante la observación del comportamiento y el análisis facial.
La felicidad aumentó, manifestándose como un «brillo cálido», cuando los niños pequeños participaron en «donaciones costosas»: sacrificaron su propio regalo y lo compartieron con la marioneta en lugar de donar el regalo «encontrado» proporcionado por el investigador.
La observación personal puede poner en duda estos hallazgos, ya que la palabra favorita de la mayoría de los niños pequeños es «¡mío!». Además, los niños pequeños que participaron en este experimento eran canadienses, lo que llevó a algunos a afirmar que el condicionamiento cultural influyó en su generosidad.
Sin embargo, este experimento con marionetas se ha replicado desde entonces en una aldea rural de Vanuatu, una pequeña isla aislada del Pacífico Sur, así como en los Países Bajos y China, demostrando que los niños pequeños de todo el mundo parecen disfrutar más compartiendo sus golosinas personales.
En un estudio con 200.000 participantes de 136 países, desde países ricos como Canadá hasta naciones menos ricas como Uganda, dar dinero a alguien necesitado siempre hizo más felices a las personas. Esta tendencia se observa en diferentes circunstancias y comunidades, y no se limita al dinero en efectivo.
¿Una medicina mejor que las pastillas?
La generosidad va más allá del bienestar subjetivo: resulta que también es buena para el corazón.
En un estudio publicado en la revista Health Psychology, investigadores pidieron a adultos mayores con hipertensión que gastaran dinero en otras personas durante tres semanas. Los resultados fueron impresionantes: la presión arterial de los participantes disminuyó en magnitudes comparables a las observadas al comenzar un nuevo medicamento, hacer ejercicio regularmente o realizar cambios importantes en su dieta, según los autores.
¿Por qué dar reduce la presión sobre el corazón? Los científicos sugieren que los actos de generosidad desencadenan una cascada de hormonas calmantes y del bienestar, como la oxitocina, que reduce el estrés y la presión sobre las arterias y las venas.
El grupo «generoso» [línea naranja] presentó significativamente menos marcadores relacionados con el estrés que el grupo control [línea verde]. Por ejemplo, presentaron menores aumentos en la presión arterial sistólica, lo que alivió la respuesta cardiovascular al estrés. Además, presentaron niveles más bajos de alfa-amilasa salival, una enzima relacionada con la respuesta de «lucha o huida», lo que indica una menor activación del sistema nervioso simpático.
Alivio del dolor
Un artículo publicado en PNAS demostró que la generosidad reduce la percepción del dolor e incluso mejora su tolerancia. Por ejemplo, los donantes de sangre informaron sentir significativamente menos molestias durante el pinchazo que quienes se extrajeron sangre para análisis médicos personales.
En otro ejemplo, los investigadores verificaron el efecto de la tolerancia al dolor a través de la prueba de presión en frío, en la que los participantes sumergieron sus manos en agua helada y vieron cuánto tiempo podían tolerar el frío.
Quienes se habían ofrecido como voluntarios para revisar un manual para hijos de trabajadores migrantes sin remuneración reportaron mucho menos dolor y soportaron el frío durante mucho más tiempo que quienes se negaron a hacerlo o completaron la tarea como una tarea obligatoria (grupo de control). En promedio, el grupo que se ofreció a ayudar toleró el dolor casi el doble que el grupo de control.
Sorprendentemente, de todos los participantes, solo el 11,6 % logró tolerar el agua helada durante un máximo de tres minutos. ¿Quiénes eran estos pocos extraordinariamente resilientes? Todos pertenecían al generoso grupo de voluntarios.
El mismo estudio aplicó este efecto analgésico natural a pacientes con cáncer. Durante tres semanas, se les pidió que practicaran la ayuda a otros. Esto incluyó preparar comidas para otros pacientes y limpiar espacios públicos dentro del hospital. ¿El resultado? Los pacientes con cáncer reportaron reducciones clínicamente significativas en los niveles de dolor crónico, con mejoras observadas a lo largo de varias semanas.
Los autores concluyeron que estos hallazgos muestran que el acto de incurrir en costos personales para ayudar a otros puede complementar las terapias actuales contra el dolor y promover el bienestar de quienes sufren dolor crónico.
Neurociencia de la generosidad: no todo es ojo por ojo
Marsh explicó que regiones cerebrales como el estriado ventral y el área tegmental ventral se activan considerablemente cuando las personas son generosas. Estas regiones son las mismas que se activan durante experiencias placenteras como comer o alcanzar una meta, lo que sugiere que ser generoso se siente intrínsecamente gratificante a nivel neurológico.
En consecuencia, el cerebro procesa la generosidad de forma diferente según la motivación subyacente. Según Marsh, las diferentes motivaciones para la generosidad (reciprocidad, justicia o altruismo puro) se asocian con distintos patrones de actividad cerebral.
Por ejemplo, ayudar a alguien por preocupación por la justicia (queriendo garantizar la igualdad) activa las regiones cerebrales responsables del pensamiento basado en reglas. Por otro lado, las acciones puramente altruistas (ayudar a alguien por compasión o empatía) activan redes vinculadas a la comprensión y la conexión emocional.
Pero ¿por qué algunas personas hacen esfuerzos extraordinarios para ayudar a otros, incluso a desconocidos, sin esperar nada a cambio?
La investigación de Marsh sobre donantes anónimos de riñón desafía la suposición común de que las personas donan sólo por un impulso egoísta.
«Algunos datos sugerían que, cuando las personas deciden donar a otros, se debe principalmente a que están reprimiendo activamente el deseo de ser egoístas», dijo. «Pero probamos esta cuestión en donantes de riñón altruistas y no encontramos ninguna evidencia de que fuera cierta».
Estos individuos mostraron mayor actividad en las estructuras cerebrales relacionadas con la empatía. Su actividad cerebral reflejaba la del desconocido de una forma muy similar a como lo hacían cuando experimentaban dolor. A Marsh le pareció interesante que estas personas altruistas tuvieran una amígdala más grande (una región cerebral clave en las emociones), lo contrario de lo que ocurre en las personas psicópatas o muy indiferentes. Las decisiones de estos donantes reflejaban su genuino interés por el bienestar de los demás.
«En otras palabras, ayudan a los demás porque valoran intrínsecamente su bienestar», dijo Marsh.
William Chopik, profesor asociado de psicología de la personalidad en la Universidad Estatal de Michigan, sugiere que esta generosidad une a las personas, fomentando la buena voluntad y la cooperación.
Estos hallazgos resaltan una verdad sobre la generosidad: no siempre se trata de recibir algo a cambio; no siempre es un ojo por ojo. Para muchos, se basa en sus valores, empatía y la alegría que les produce ayudar a alguien o compartir. Y, de hecho, en comparación con los animales, los humanos destacamos por nuestra capacidad de preocuparnos profundamente por una amplia gama de personas, incluyendo desconocidos. Parecemos estar especialmente predispuestos a encontrar estos actos de cariño intrínsecamente gratificantes, añadió Marsh.
En el lado opuesto del espectro, la codicia —el deseo persistente de más, ya sea dinero, bienes materiales o reconocimiento— parece tener efectos menos favorables en la salud y la felicidad. Las personas codiciosas pueden experimentar una satisfacción temporal al adquirir algo nuevo, como una sensación de orgullo tras una compra importante. Sin embargo, esa sensación desaparece rápidamente . Debido a que las personas codiciosas experimentan una mentalidad de «nunca es suficiente», desarrollan un sistema de recompensa desregulado, comparable al de las personas con adicciones, lo que puede provocar insatisfacción , más estrés y un menor bienestar .
Los límites de la generosidad
¿Todos dan por igual? Al parecer no.
Un estudio publicado en la revista Collabra: Psychology descubrió que el tipo de donación, el efecto percibido de la donación y el contexto determinaban significativamente los beneficios de la generosidad.
Por ejemplo, regalar una experiencia, como invitar a alguien a cenar o a un concierto, suele fomentar vínculos sociales más estrechos. Por otro lado, los regalos materiales, aunque apreciados, se asocian con menos frecuencia con el fortalecimiento de las relaciones, a menos que sean profundamente personalizados o estén vinculados a experiencias compartidas.
El estudio sugiere que estas diferencias surgen porque las experiencias tienen mayor probabilidad de crear conexiones significativas, recuerdos entrañables y una sensación de alegría compartida. Por el contrario, los regalos materiales a veces pueden parecer transaccionales o menos personales.
Además, más no siempre es mejor. La generosidad está sujeta a la ley de los rendimientos decrecientes. Al igual que un pastel se vuelve menos agradable después de demasiadas rebanadas, una abundancia de regalos —o los excesivamente lujosos— no necesariamente genera más felicidad. Un pequeño gesto significativo, como comprarle un café a alguien, puede proporcionar la misma elevación emocional.
La generosidad prospera en la autenticidad. Dar de forma genuina y autónoma aumenta la felicidad; sin embargo, dar por razones extrínsecas, como la presión o la obligación, puede disminuir o incluso anular todos los beneficios.
Por ejemplo, un participante en un estudio de 2022 describió una situación de donación en la que se sintió presionado por un vendedor de caridad insistente a la salida de un supermercado. Si bien la donación era para una buena causa, la falta de opciones hizo que la experiencia fuera frustrante y emocionalmente insatisfactoria. En contraste, un participante describió haber cubierto el alquiler de un amigo por su preocupación, lo que enfatiza la naturaleza voluntaria del acto y el mayor beneficio emocional.
La presión de las obligaciones puede ser especialmente notoria durante las fiestas. Por ello, las fiestas pueden intensificar los factores estresantes, manifestándose como dificultades económicas o el afán de superar a los demás, pero también representan un momento único para reflexionar sobre la virtud de la generosidad frente a la avaricia.
Un estudio de 2019 incluso descubrió que, si bien se esperaría que la generosidad aumentara en diciembre, en realidad tiende a disminuir y las personas informan altos niveles de estrés relacionado con las vacaciones y dan menos de lo que podrían en otras épocas del año.
Desde niños pequeños hasta adultos, la ciencia demuestra que la generosidad se correlaciona de forma fiable con una mejor salud y felicidad. Sin embargo, dar no tiene por qué ser abrumador. Podemos ser generosos en nuestra vida diaria, declaró Chopik a The Epoch Times: ayudar a un vecino a sacar la basura, donar un poco a una organización benéfica, ser voluntario en un comedor social o simplemente escuchar a un amigo en un momento difícil.
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