Bajo las majestuosas bóvedas de la Capilla Sixtina, visitantes de todo el mundo se detienen en silenciosa reverencia, con la mirada alzada en un asombro compartido. A algunos se les escapan lágrimas de emoción; otros permanecen en silenciosa reflexión. En este espacio sagrado, donde los teléfonos móviles están prohibidos, la belleza impregna el aire. Mientras el público se deja envolver por el arte, el cerebro se enciende en plena actividad neuronal, aunque el cuerpo permanezca en profunda quietud: una paradoja que fascina por igual a neurólogos y médicos.
En 2004, un experimento mostró que, al realizar escáneres cerebrales a voluntarios y mostrarles obras de gran impacto, la corteza orbitofrontal —a menudo denominada «centro de la belleza»— se activó de inmediato. Este hallazgo indica lo profundamente arraigada que está la percepción de la belleza en el cerebro. Más aún: el cerebro reconoce lo bello en fracciones de segundo, antes incluso de que seamos conscientes.
Aunque el gusto varía, hay patrones casi universales de belleza que nos cautivan, impactan directamente en el cerebro y mejoran el bienestar.
La fórmula universal de la belleza
En el corazón de muchas cosas bellas, ya sean naturales o creadas por el ser humano, reside un número mágico: 1,618. Este número, conocido como la proporción áurea, se ha denominado «proporción divina» durante siglos.
Este valor se encuentra en todas partes de la naturaleza: en las espirales de las conchas marinas, la disposición de las semillas de girasol, la estructura de las galaxias e incluso en las proporciones del rostro humano. Los artistas, especialmente durante el Renacimiento, utilizaron magistralmente la proporción áurea para crear armonía.
Enzo Grossi, director científico de la Fundación Villa Santa María y defensor del uso de la belleza en entornos clínicos, subrayó que, si existe una forma universal de belleza, esta se expresa en la proporción áurea.
«Es un patrón subyacente que contribuye a la belleza y complejidad del mundo natural», explicó Grossi a The Epoch Times. Nuestros ojos y cerebros prefieren de forma natural las formas que se ajustan a esta proporción. «Esto podría deberse a que esta secuencia está muy extendida en la naturaleza y, por lo tanto, representa un patrón familiar y tranquilizador para nuestro cerebro», indicó Grossi.
La proporción áurea es mucho más que un fenómeno cultural: está profundamente arraigada en las matemáticas y la cognición. Estudios neurocientíficos demuestran que nuestro cerebro procesa las formas que siguen la proporción áurea con mayor facilidad y eficiencia que otras proporciones. Esta secuencia parece equilibrada, uniendo simetría y asimetría, y creando una sensación de armonía que nuestro sistema visual capta fácilmente. Esta claridad provoca una sensación tangible de alegría y bienestar.
Hay una buena razón para nuestra preferencia por la belleza natural.
«En la naturaleza, los tallos y los árboles, las hojas y las flores crecen de forma simétrica, mientras que una mazorca de maíz deformada puede no ser apta para el consumo», explicó Grossi. Sugiere que las cosas bellas son atractivas porque pueden ayudarnos a sobrevivir.
Pero la belleza no se limita a su utilidad. David Rothenberg, profesor de filosofía y música, señala que la naturaleza a veces nos ofrece encantos inesperados. La enorme cola iridiscente de un pavo real no ofrece ninguna ventaja funcional; de hecho, incluso dificulta el vuelo. Pero las hembras de pavo real la prefieren.
«Los animales tienen un sentido natural de la estética y aprecian la belleza por sí misma», declaró Rothenberg a The Epoch Times, señalando que la belleza es una parte misteriosa de la evolución de la vida.
Más allá de la estética, la belleza tiene un profundo impacto en nuestra salud.
El poder curativo de la naturaleza
En 1984, Roger Ulrich realizó un experimento en un hospital de Pensilvania, EE. UU. Según Enzo Grossi, este estudio proporciona evidencia contundente del poder curativo de la belleza natural.
Como parte del experimento, Ulrich examinó la recuperación de 46 pacientes sometidos a la misma cirugía de vesícula biliar. Los pacientes eran comparables en casi todos los aspectos: edad, peso, estado de salud e incluso la planta del hospital. La única diferencia significativa fue que la mitad tenía vistas a un bosque verde durante su recuperación, mientras que la otra mitad se enfrentó a una lúgubre pared de ladrillos.
Los pacientes con vistas a la naturaleza se recuperaron significativamente más rápido y pasaron un promedio de casi un día menos en el hospital. Necesitaron menos analgésicos, experimentaron menos molestias —como dolores de cabeza o náuseas— y registraron menos incidencias en la historia clínica.
Este estudio abrió el camino a décadas de investigación que vinculan la belleza natural con beneficios para la salud. Metaanálisis han mostrado que el contacto con la naturaleza —incluso algo tan simple como contemplar las hojas de un árbol o dar un paseo de 20 minutos por el parque— puede reducir el estrés y mejorar la función inmunitaria, la diabetes tipo 2 y las enfermedades cardíacas.
Pero la naturaleza está lejos de ser la única fuente de belleza terapéutica. Grandes obras de arte pueden lograr efectos similares, algunas más que otras.
El impacto del arte clásico
Eric Bess, artista estadounidense con doctorado en Bellas Artes, explicó en una entrevista con The Epoch Times que los artistas a menudo se esfuerzan por capturar una chispa de belleza universal, pero los clásicos sobresalen en particular maestría.
Al contemplar pinturas clásicas, las personas experimentan una reacción en dos etapas. Inicialmente, se produce una oleada emocional inmediata, seguida de una reflexión más profunda y duradera, entrelazada con recuerdos personales y referencias culturales.
¿Por qué el arte clásico nos conmueve tanto? Una clave reside en el equilibrio entre familiaridad y sorpresa. Nuestro cerebro se siente atraído por patrones fáciles de comprender, como la proporción áurea, pero, al mismo tiempo, anhela un elemento de novedad para mantener la fascinación. La armoniosa composición de estructura y color en las obras clásicas, sumada a su expresión única, satisface ambas necesidades. Sin embargo, el arte que se desvía demasiado de los patrones familiares puede confundir o dejar indiferente al espectador, afirma Bess.
Para investigar las diferencias fisiológicas entre la exposición al arte clásico y al arte moderno, los investigadores de un estudio de 2018 publicado en Arts & Health asignaron aleatoriamente a 77 estudiantes a una de tres salas de la Galería Nacional de Arte Moderno y Contemporáneo de Roma:
Galerías de arte figurativo: Paisajes, retratos y escenas realistas.
Galerías de arte moderno: Instalaciones abstractas, expresionistas y contemporáneas.
Oficinas de museos: Condiciones de control.
Antes y después de la visita, los investigadores midieron la presión arterial y la frecuencia cardíaca de los participantes.
Los resultados fueron reveladores. Más de la mitad de los participantes del grupo de arte figurativo experimentaron una disminución significativa de la presión arterial sistólica. Quienes vieron arte moderno o el espacio de oficinas no mostraron cambios estadísticamente significativos.
Curiosamente, los participantes calificaron tanto el arte figurativo como el abstracto con la misma satisfacción, mientras que la visita a las oficinas les generó una satisfacción significativamente menor. Esta calificación sugiere que el efecto calmante del arte figurativo no se debió simplemente a un mayor placer. Parece haber algo único en el arte figurativo que afecta nuestra fisiología, incluso si no somos conscientes de ello.
Los investigadores descubrieron que el arte figurativo puede ser particularmente calmante porque es más fácil de comprender y tiene más probabilidades de evocar emociones positivas que el arte moderno, que es más desafiante y, a veces, provocador. Incluso sugirieron que las visitas a museos podrían servir como terapia complementaria para problemas de salud relacionados con el estrés, como las enfermedades cardíacas.
Además, la percepción de la belleza no se reduce a la vista.
Cómo cura la música
La música bella también puede tener un efecto curativo: reduce los niveles de cortisol y fortalece el sistema inmunitario. Si bien la música clásica alivia la ansiedad y el estrés de forma constante, otros estilos —como el heavy metal—, pueden aumentar la tensión y la hostilidad. Gran parte de la armonía en la música occidental, por ejemplo la que encontramos en las sonatas para piano de Mozart, se basa en la proporción áurea.
Incluso la belleza triste, desde la música melancólica hasta el arte trágico, puede generar efectos positivos. Estas experiencias activan los circuitos de empatía del cerebro y favorecen la regulación emocional mediante la catarsis: una liberación de emociones a través del arte.
Eric Bess reflexionó sobre las presentaciones de danza clásica china de Shen Yun Performing Arts. En lo referente a las escenas que representan la persecución a los practicantes de Falun Dafa debido a su fe, comentó: «Uno siente tristeza por el sufrimiento que soporta una persona, pero, al mismo tiempo, crece la compasión por su inquebrantable firmeza».
Aquí, la belleza no siempre representa placer. A menudo conlleva un significado más profundo.
La manifestación más alta de la belleza
«La belleza desafía toda descripción», señaló Rothenberg.
Esta intangibilidad podría explicar por qué la belleza a menudo evoca asombro: la abrumadora sensación de encontrarse ante algo vasto, sublime e incomprensible.
Con frecuencia, la gente asocia el asombro con maravillas naturales u obras maestras artísticas. Sin embargo, cuando el psicólogo Dacher Keltner y su equipo preguntaron a personas de todo el mundo qué les resultaba más asombroso, la respuesta más común no fue ni la naturaleza ni el arte, sino la belleza moral.
De miles de respuestas, la fuente de asombro más citada fue la experimentación de virtudes extraordinarias: coraje, bondad, resiliencia y altruismo.
James H. Smith, diseñador y profesor de arquitectura en el Fei Tian College, enfatizó que existe una profunda conexión entre la bondad moral y la belleza.
«La esencia de la belleza es la virtud», declaró a The Epoch Times. «Cuando el carácter de una persona está definido por el altruismo, la bondad y la tolerancia, ello refleja la pureza de su alma».
Esta visión filosófica está respaldada por los hallazgos neurocientíficos modernos.
En un experimento publicado en Social Cognitive and Affective Neuroscience, los participantes visualizaron dos tipos de imágenes: rostros estéticamente agradables y escenas de acción moral —por ejemplo, un niño protegiendo una paloma con su abrigo—. La actividad cerebral se analizó mediante resonancia magnética.
Ambos estímulos activaron la corteza orbitofrontal, el «centro de belleza» del cerebro. Mientras que la belleza física desencadenó vías básicas de recompensa, la belleza moral evocó una red más amplia vinculada a la empatía y la comprensión social. Grossi subraya: «Esta forma de belleza —la bondad desinteresada— opera a un nivel más profundo y amplio en el cerebro».
La belleza en los genes
Un artículo científico de 2024 sugiere que la exposición a la belleza podría afectar el cuerpo a nivel molecular.
Los autores plantearon la hipótesis de que la exposición a objetos bellos —tanto del arte como de la música— podría alterar la metilación del ADN, un proceso bioquímico que contribuye a la regulación de la actividad genética.
Aunque esta idea sigue siendo hipotética, la belleza y el ADN están estrechamente relacionados en cierto modo. Un ciclo completo de la doble hélice del ADN mide 34 angstroms de largo y 21 angstroms de ancho. Estos números, 34 y 21, forman la secuencia de Fibonacci, el mismo patrón numérico que la proporción áurea. Al representarla gráficamente, la proporción de las dimensiones del ADN (1,619) es sorprendentemente cercana a la proporción áurea de 1,618.
Coincidencia o no, es un recordatorio poético de que la belleza, la simetría y la proporción pueden estar entretejidas en la vida misma, incluso en la molécula que nos define.
Arte, naturaleza y atención plena
La Capilla Sixtina, obra maestra de la creatividad humana, cautiva a millones de visitantes cada año. Sus bóvedas, cubiertas por los incomparables frescos de Miguel Ángel, sumen a los visitantes en un silencio reverencial. El filósofo y artista Eric Bess describió su encuentro con este lugar como una experiencia profundamente conmovedora: «Esta sublimidad emociona en los más hondo al ser humano».
Momentos así, de honda conmoción estética, son poco frecuentes, aunque no exclusivos de los grandes escenarios artísticos. Anjan Chatterjee, director del Centro de Neuroestética de Penn, subraya que la verdadera belleza suele ocultarse en lo cotidiano y discreto. Para descubrirla, conviene detenerse, apaciguar la mente inquieta y entregarse al presente. «Debemos pasar de un modo de vida puramente intencional a otro que nos permita estar presentes», explicó en una entrevista con The Epoch Times.
Esta invitación a la atención plena nos anima a mirar el mundo con nuevos ojos. El juego de colores en los pétalos de una flor, la armonía de un sonido natural, la estructura de un patrón: todo esto puede revelar belleza si nos tomamos el tiempo de observarla. La belleza rara vez es ruidosa; susurra y se despliega en silencio.
La búsqueda consciente de la belleza vale la pena. Un estudio publicado en la revista Journal of Environmental Psychology demuestra que las personas que perciben su entorno con atención plena pueden aumentar su satisfacción vital hasta en un 25 % mediante el contacto con la naturaleza. Quienes, en cambio, atraviesan el mundo a toda prisa se pierden estos momentos enriquecedores casi por completo.
La belleza, ya sea en la magnificencia de la naturaleza o en la sofisticación de las obras artísticas, tiene el poder de elevar el alma y evocar algo trascendente.
Platón reconoció la dimensión espiritual de la belleza hace más de 2000 años en su diálogo Fedro. Describió cómo la belleza que vemos en el mundo —ya sea en la naturaleza o en las creaciones humanas—, nos recuerda una realidad superior y atrae nuestra mirada hacia arriba. En esos momentos, según Grossi, «sentimos como si echáramos alas para remontar el vuelo».
Artículo publicado originalmente en The Epoch Times Alemania con el título «Warum senkt Schönheit Ihren Blutdruck».
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