Si el agua tiene memoria, ¿qué es lo que recuerda?

Por Mollie Engelhart
30 de junio de 2025 19:39 Actualizado: 30 de junio de 2025 19:43

Comentario

Cuanto más exploro el trabajo de investigadores del agua, como Veda Austin, el Dr. Gerald Pollack, el Dr. Jacques Benveniste, el Dr. Masaru Emoto y el ganador del Premio Nobel, el Dr. Luc Montagnier, más me sorprendo. No solo por el agua, sino por lo que nos puede estar enseñando silenciosamente sobre la vida, la comida e incluso la conciencia.

Empecemos con la idea radical de que el agua tiene memoria.

En 1988, el inmunólogo francés Dr. Jacques Benveniste publicó un artículo en Nature en el que afirmaba que el agua podía conservar la «huella» de las sustancias, incluso cuando se diluía hasta niveles indetectables. Demostró que las soluciones ultradiluidas seguían provocando respuestas biológicas en las células, como si el agua recordara lo que había contenido anteriormente. Aunque su trabajo fue ampliamente rechazado, abrió una puerta por la que pocos estaban dispuestos a entrar.

Años más tarde, el premio Nobel Dr. Luc Montagnier exploró ideas similares. Afirmó que el ADN emite señales electromagnéticas en el agua y que esta puede «recordar» e incluso transmitir esta información, lo que permite reconstruir secuencias de ADN en determinadas condiciones. Sus hallazgos fueron controvertidos, pero apuntaban a una verdad más profunda: que el agua no solo puede transportar la vida, sino también comunicarla.

Si el agua tiene memoria, ¿qué es lo que recuerda?

Mientras tanto, el Dr. Gerald Pollack, profesor de bioingeniería en la Universidad de Washington, ha estudiado lo que él denomina la «cuarta fase» del agua, también conocida como agua EZ (zona de exclusión). Este estado estructurado se forma junto a superficies hidrófilas, almacena energía, separa la carga y se comporta de forma diferente al agua líquida típica. Parece ser esencial para el funcionamiento, la curación e incluso el procesamiento de la información de nuestras células.

Y luego está el Dr. Masaru Emoto, quien demostró que el agua expuesta a palabras, oraciones y música específicas podía formar cristales de hielo radicalmente diferentes. Las palabras «amor» y «gratitud» creaban impresionantes estructuras similares a copos de nieve. Las palabras «odio» y «miedo» producían estructuras caóticas y fracturadas. Su trabajo sugería que el agua puede responder a la intención, el lenguaje e incluso las emociones humanas.

Se colocó una nota con las palabras «amor» y «gracias» en el recipiente con el agua que formó este cristal. Cortesía del Dr. Masuru Emoto.

La investigadora contemporánea Veda Austin continúa esa exploración. Ella congela el agua después de exponerla a palabras o pensamientos, y las imágenes resultantes a menudo reflejan esos inputs con una especificidad notable. Su trabajo plantea la pregunta: ¿el agua es consciente? Y si es así, ¿es receptiva?

Si el agua responde a las palabras, ¿qué pasa con los pensamientos?

Si recuerda lo que la ha tocado, ¿qué está pasando dentro del agua de nuestros propios cuerpos?

Casi todas las células de nuestro cuerpo están compuestas principalmente por agua. Lo mismo ocurre con los alimentos que comemos: frutas, verduras, carne, leche. Si el agua tiene memoria, entonces el agua de nuestros alimentos también contiene información.

Y eso me hace preguntarme: ¿qué les está diciendo esa agua a nuestras células?

Cada gota de agua de la Tierra ya ha estado aquí antes. Ha pasado por las nubes, los ríos, los árboles, los océanos, los animales y las personas: se ha bebido, se ha sudado, se ha orinado, se ha llorado, se ha rezado y se ha evaporado de nuevo. Si recuerda, recuerda la vida misma.

Lo que me lleva a la comida.

Cuando cosecho verduras en mi granja de Texas, estas están formadas por el sol, la tierra, los microbios y el agua de esta tierra. Esa agua lleva consigo la memoria de este lugar: su ritmo, su historia y su inteligencia. Cuando como esos alimentos, no solo estoy alimentando mi cuerpo. Estoy absorbiendo información coherente y basada en el lugar.

Pero la mayor parte de los alimentos que comemos hoy en día provienen de lugares lejanos. Un tomate cultivado en otro país, o bajo luces artificiales en un almacén, ¿qué historia lleva esa agua? Si el agua de nuestros alimentos contiene memoria, puede que no esté sincronizada con nuestro entorno, nuestro microbioma o nuestro ritmo estacional.

Hay una coherencia en comer productos locales y quizá una incoherencia en consumir alimentos que han viajado miles de kilómetros.

Antes de la refrigeración, la mayoría de los alimentos se consumían a menos de 160 kilómetros del lugar donde se cultivaban. La gente comía lo que la tierra les daba, cuando se lo daba, no solo por necesidad, sino por relación. No se trataba solo de frescura. Se trataba de inteligencia.

Ahora podemos comer fresas en enero y aguacates todos los días. Pero, ¿y si hemos perdido algo? No solo nutrientes, sino también comunicación. Si el agua transporta memoria, entonces los alimentos que vienen de lejos podrían estar alimentándonos con historias que nuestros cuerpos ya no reconocen.

Y aún hay más.

Si el agua responde a las palabras, ¿responde también a la intención? ¿Cambia la saliva de nuestra boca cuando hablamos mal de alguien en lugar de decir palabras de amor? ¿Nuestros pensamientos remodelan el agua que hay dentro de nosotros, momento a momento? Vemos el mundo a través del agua: nuestros ojos están compuestos principalmente por agua.

Nacemos cuando se rompe nuestra bolsa de agua. Y, en muchos sentidos, morimos cuando el agua nos abandona, cuando cesa la hidratación y el flujo.

El agua nos acompaña desde nuestro primer aliento hasta el último. ¿Y si no fuera solo una compañera? ¿Y si fuera la conciencia misma?

En la conferencia Confluence celebrada en Sovereignty Ranch en mayo, me quedé de pie bajo la lluvia mientras el Dr. Gerald Pollack hablaba ante 750 personas sobre la magia del agua. Miré hacia arriba mientras caía el agua y pensé: Esta lluvia ha estado aquí un millón de veces antes, y seguirá aquí mucho después de nosotros. La sacralidad de ese momento me atravesó como una corriente. Al día siguiente, Veda Austin compartió sus imágenes y reflexiones. Fue un fin de semana de reverencia por el agua, su misterio, su memoria y su significado.

Y eso llevó a preguntas más profundas. Si el agua tiene conciencia, ¿de quién es esa conciencia? ¿Es colectiva, un eco de todos los seres vivos? ¿Es divina, la presencia de Dios que fluye a través de todas las cosas? ¿Es la propia Tierra, codificada con experiencias ancestrales?

Quizás sea todo lo anterior.

Quizás el agua de nuestros cuerpos lleva consigo el recuerdo de madres que dan a luz, ceremonias sagradas y bosques ancestrales. Quizás los océanos recuerdan los pasos de los primeros seres humanos. Quizás el agua es testigo de la vida, guardando cada vibración, cada plegaria y cada dolor jamás pronunciados.

Y si eso es cierto, ¿qué significa que sigamos envenenándola?

Cuando saturamos el agua con fármacos, pesticidas, metales pesados y productos químicos sintéticos, no solo estamos dañando los ecosistemas, sino que también podemos estar corrompiendo la memoria misma del agua. El agua estructurada y coherente puede desordenarse. Su capacidad para almacenar y transmitir información biológica podría verse alterada. Si el agua es portadora de inteligencia, entonces contaminarla podría significar alterar la forma en que la vida se comunica, se cura o incluso se regenera.

¿El efecto dominó en la humanidad? Más desconexión. Más inflamación. Más enfermedades que no responden a la lógica, porque el medio de comunicación entre la vida y sí misma se ha distorsionado. Quizás esto ayude a explicar por qué están aumentando las enfermedades crónicas y la desregulación emocional, incluso a medida que «avanzamos». Quizás no solo estamos desequilibrados, sino que hemos perdido la resonancia.

Así que pregunto: ¿qué le dice a tu cuerpo el agua de los alimentos que consumes? ¿Qué sucede cuando volvemos a la coherencia, cuando comemos de la tierra en la que vivimos y hablamos del agua como algo sagrado? ¿Y qué cambia cuando dejamos de tratar el agua como un recurso y empezamos a relacionarnos con ella como una presencia viva que ya nos conoce y tal vez incluso nos ama?

No tengo todas las respuestas, pero creo que las preguntas son importantes. Y creo que el agua ya lo sabe.

Artículo publicado originalmente en The Epoch Times con el título «If Water Has Memory—What Is It Remembering?» 

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