La gestión de la limpieza en el hogar nos lleva a pensar en productos y sustancias que habitualmente adquirimos en los supermercados. Allí, la publicidad nos impulsa a participar en una especie de ritual: damos importancia al gesto de elegir entre un mar de envases de distintas formas, tamaños y colores, con la promesa de mantener niveles óptimos de higiene en casa. Sin embargo, ¿somos realmente conscientes del impacto que tiene en nuestra vida el uso de los productos de la industria de la limpieza?
Con el paso de los años, el consumo de estos productos se ha duplicado. Según María Azucena San Pedro Martínez, experta en fitoterapia, cosmética ecológica, perfumería natural y aromaterapia, este aumento se debe en gran medida a una publicidad que, de manera generalizada, ha inculcado en los consumidores una fobia a microbios y gérmenes e infunde miedo para alcanzar objetivos comerciales.
Azucena considera que la publicidad ha impulsado la compra de muchos más desinfectantes y limpiadores de los realmente necesarios, una práctica que, a su juicio, entraña riesgos añadidos: tanto por la toxicidad de estos productos como por las mezclas deliberadas que a menudo se hacen entre ellos.
En cuanto a su uso, la experta en fitoterapia explicó a The Epoch Times España que suele aplicarse producto en exceso. «Se echan muchísimas más dosis de las necesarias, con lo que complicamos mucho más el problema», aseguró Azucena, quien advirtió de que entre los artículos más peligrosos del mercado figuran los desinfectantes, los desatascadores, los limpiahornos y los desengrasantes.
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Eccemas en manos y brazos, dermatitis alérgica, hipersensibilidad, trastornos respiratorios y problemas oculares son, según Azucena, algunas de las afecciones más habituales asociadas al uso inadecuado de estas sustancias, conocidas como «la enfermedad del ama de casa».
«Son más frecuentes de lo que imaginamos los envenenamientos provocados por antioxidantes, limpiahornos, etcétera. […] Las pequeñas dosis que se van ingiriendo, inhalando o depositando en la piel se acumulan con el tiempo en órganos y tejidos y acaban causando, a largo plazo, trastornos hormonales, alteraciones en los sistemas reproductores, anomalías en el crecimiento y el desarrollo, disfunciones del sistema inmunitario e incluso problemas de mayor gravedad», señaló.
La toxicidad de estos productos tiene un alcance difícil de calcular, ya que, además de causar efectos nocivos en la salud de las personas expuestas durante su uso, también se ha demostrado que pueden afectar a la vida de los neonatos en desarrollo dentro del vientre materno.
De acuerdo con un estudio realizado por la organización Environmental Working Group, se analizó la sangre de diez recién nacidos y se identificaron 287 compuestos químicos industriales, de los cuales 180 eran cancerígenos en personas y animales, 217 resultaban tóxicos para el cerebro y el sistema nervioso y 208 podían causar malformaciones congénitas.
Otra investigación, llevada a cabo por un equipo del Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), detectó en el tejido del cordón umbilical de 69 recién nacidos 11 compuestos derivados de cosméticos y cremas solares, entre ellos sustancias como la oxibenzona, prohibida en algunos países por ser disruptor endocrino y posible cancerígeno.
«Metales pesados —como mercurio o plomo—, restos de plaguicidas agrícolas o domésticos, residuos de la combustión de vehículos, ingredientes cosméticos y componentes de productos de limpieza se mezclan con el oxígeno y los nutrientes que necesita el embrión en su fase inicial y crítica de desarrollo. Esta es la herencia que les pasamos a nuestros hijos al nacer», aseveró la experta en fitoterapia.
Qué impacto tienen en la naturaleza las sustancias y productos industriales que tenemos en casa
Muchos de los envases de plástico que desechamos llegan al mar y a los océanos por toneladas, y la mayoría tarda cientos de años en descomponerse. Estos residuos no solo dañan los ecosistemas marinos, sino que comprometen la supervivencia de las especies que los habitan, según Azucena.
«Esos plásticos se fragmentan en trozos pequeños, mucho más peligrosos que los envases grandes, ya que los peces los confunden con microplancton y los ingieren. Esto provoca alteraciones en su forma de vida, en su metabolismo, en su reproducción y, en muchos casos, su muerte… Luego esos peces llegan a nuestra mesa», aseveró la experta en fitoterapia.
Desde la década de 1930, cuando se generalizó la producción de artículos comerciales para el hogar y el cuidado personal a partir de derivados del petróleo, se han incrementado los riesgos para la salud humana. La Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA, por sus siglas en inglés) determinó que los niveles de compuestos orgánicos volátiles —como benceno, formaldehído y cloruro de metileno, derivados del petróleo— en interiores son entre dos y cinco veces (e incluso hasta diez veces) superiores a los del exterior.
Estas sustancias pueden causar irritación ocular y de las vías respiratorias, daños neurológicos y cáncer.
De acuerdo con un estudio de la Universidad de Granada, la exposición a organoclorados petroquímicos (DDT, ftalatos) presentes en cosméticos y plásticos aumenta el riesgo de cáncer de mama, tanto en la sangre menstrual como en los tejidos. Estos compuestos alteran el comportamiento de las hormonas y pueden causar pubertad precoz, infertilidad y cáncer.
Las sustancias derivadas de los productos de limpieza que acaban en el mar también pueden cargar el agua de nutrientes por la cantidad de nitratos y fosfatos que contienen, lo que provoca una proliferación desmedida de algas, incrementa el consumo de oxígeno y causa la muerte de otras especies.
Para Azucena, «esto ha sido tan grave que ha supuesto la muerte de grandes lagos del planeta, pero no ha sido hasta hace pocos años cuando se reguló y se prohibió el uso de fosfatos. Estas prohibiciones van llegando tarde y son parciales».
«El boro que contienen los blanqueantes ópticos tiene un efecto muy tóxico en la flora marina, al igual que las llamadas sales vacías, que son las que hacen que los grandes envases parezcan económicos. Estos suelen estar compuestos por sustancias que contaminan los ríos y que no se degradan ni en el agua ni en los lodos y, en muchos casos, se permite su uso porque aún se están estudiando sus efectos… Quizás, cuando se terminen de estudiar, ya no tengamos ríos», afirmó Azucena.
Para la experta en fitoterapia, existe desconocimiento y confusión entre los términos «ecológico», «biodegradable» y «natural» y, además, cuestiona que la ley sea tan permisiva con la denominación de los productos y la publicidad que los acompaña.
Según la legislación vigente, en un paquete de detergente se permite usar la palabra «biodegradable» si el tensioactivo —uno de sus componentes— pierde el 90 % de su capacidad de disminuir la tensión superficial del agua en los 28 días posteriores a su vertido. Sin embargo, los grupos ecologistas alegan que no es suficiente este grado de biodegradabilidad.
«Por otro lado, la ley no dice nada del resto de ingredientes, que pueden representar el 80 % del detergente», aseveró Azucena.
De acuerdo con la Agencia Química Europea, el blanqueante óptico de uso más habitual «puede causar efectos nocivos duraderos en los organismos acuáticos». Para la Comisión Europea, «hay que seguir estudiando» estos ingredientes, de los que se sospecha que son especialmente peligrosos para los ríos; no obstante, Azucena señala que, por el momento, no se aplica el principio de precaución.
Qué conviene tener en cuenta al comprar productos de limpieza
Según la experta en fitoterapia, a la hora de elegir conviene optar por productos que no contengan ftalatos, ya que son disruptores endocrinos cuyo efecto perjudicial para la salud y el medio ambiente ha quedado demostrado.
Aunque muchos de estos productos cuentan con etiquetado, algunas sustancias dañinas para la salud no aparecen identificadas, ya que en las etiquetas se sustituyen por términos que, de acuerdo con Azucena, probablemente las incluyen; es el caso de los productos en cuya composición figura «perfume».
«La cuestión es que esto no es suficiente, porque muchas veces eliminan aquellas sustancias que en un momento dado pueden generar más rechazo social y las sustituyen por otras desconocidas, con efectos aún no estudiados».
Otras sustancias, como el percloroetileno —presente en quitamanchas, limpiadores de alfombras, productos para madera o para limpieza en seco—, han demostrado ser neurotóxicas. También es importante evitar el uso de productos que contienen formaldehídos, etanoles, fenoxietanoles y derivados, presentes en limpiacristales o limpiadores multiusos.
«O el triclosán, que, si bien se está retirando de las pastas de dientes, aparece en la mayoría de lavavajillas líquidos o detergentes antibacterianos, y cuyo uso ya se ha prohibido en algunos países, pero en otros no», señala Azucena.
En la actualidad, los certificados ecológicos no siempre son garantía suficiente, ya que algunos productos permiten el uso de determinados conservantes o un grado de biodegradabilidad que no resulta adecuado para la protección del medio ambiente.
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«Habría que volver a la sobriedad y la sencillez, al uso de ingredientes ecológicos que son más asequibles de lo que pensamos», señala Azucena, quien sostiene que lo mejor sería «prepararlos nosotros mismos».
Junto a su esposo, Eduardo J. Hernández, Azucena ofrece formación, charlas y talleres abiertos al público orientados a la elaboración de productos naturales, con el objetivo de ayudar a las personas a convertirse en consumidores responsables y bien informados.
«En nuestra mano está la solución. En cuanto a si es posible la limpieza verde, absolutamente sí; de hecho, nuestra vocación como empresa pasa fundamentalmente por formar de manera comprometida a los consumidores para que sepan elegir, distingan lo tóxico de lo inocuo a la hora de limpiar y, sobre todo, puedan elaborar por sí mismos sus propios productos de limpieza».
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