La información sacudió a las capitales europeas. Según el medio estadounidense Defense One, en los círculos de poder de Washington circula una versión ampliada y confidencial de la Estrategia de Seguridad Nacional (National Security Strategy, NSS) de Estados Unidos. El documento, mucho más extenso que la versión oficial —de 33 páginas— desclasificada el 4 de diciembre, y cuya existencia la Casa Blanca niega oficialmente, profundiza en la visión estadounidense de las relaciones transatlánticas y en cómo Washington pretende «devolver la grandeza a Europa».
De acuerdo con Defense One, el texto insiste en la evaluación ya recogida en el primer documento: Europa estaría inmersa en un proceso de «decadencia de la civilización». En la versión pública, la Casa Blanca enumeró decisiones políticas que considera perjudiciales: medidas que «socavan la libertad y la soberanía políticas», políticas migratorias a las que atribuye cambios profundos en el continente y el aumento de las tensiones internas, el retroceso de la libertad de expresión por el incremento de la censura, el desplome de la natalidad y la erosión gradual de las identidades nacionales.
«No es nada seguro que algunos países europeos sigan siendo aliados fiables», subraya el documento desclasificado, y añade que «es más que plausible que, en unas pocas décadas como máximo, los miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se conviertan en predominantemente no europeos».
A partir de ese diagnóstico, la estrategia estadounidense contemplaría una reorientación de la relación con el Viejo Continente. En lugar de una asociación amplia con la Unión Europea, Washington priorizaría alianzas bilaterales con un número limitado de Estados que considera políticamente alineados con la Administración Trump. El texto citaría de forma expresa a cuatro países como socios estratégicos prioritarios: Austria, Hungría, Italia y Polonia. También recomendaría «colaborar más estrechamente» con esos gobiernos, con el objetivo de afianzar su vínculo con Washington y convertirlos en pilares de una nueva arquitectura transatlántica.
Afinidades reconocidas
Las relaciones privilegiadas que el presidente estadounidense mantiene con ciertos líderes europeos ya son conocidas. Entre ellos figura Giorgia Meloni. La primera ministra italiana cuenta con el aprecio de Donald Trump, que la ha elogiado en varias ocasiones. «Fantástica», «una mujer que conquistó Europa»: el presidente estadounidense ha expresado repetidamente su admiración por la líder de Fratelli d’Italia, a quien recibió en Mar-a-Lago incluso antes de su investidura oficial.
Viktor Orbán ocupa también un lugar destacado. El primer ministro húngaro, que fue recibido en la Casa Blanca el mes pasado, aseguró públicamente que Donald Trump le respalda con vistas a las elecciones parlamentarias del próximo año. Al mismo tiempo, Budapest se benefició de una exención de las sanciones occidentales que le permitió mantener el suministro de energía desde Rusia.
Polonia aparece igualmente como un actor clave en esta dinámica. El presidente Karol Nawrocki mantiene una orientación conservadora y soberanista cercana a los planteamientos de la Administración estadounidense, lo que refuerza el eje transatlántico con los gobiernos de Europa Central y Oriental que Washington considera más afines.
Según el documento citado, la estrategia iría más allá de las relaciones entre Estados. Washington abogaría por «apoyar a partidos, movimientos y figuras intelectuales y culturales» que defienden «la soberanía» y la «preservación o restauración» de los modos de vida tradicionales europeos, siempre que mantengan una posición favorable a Estados Unidos.
La versión oficial de la Estrategia de Seguridad Nacional ya apuntaba en esa dirección, al mencionar —sin citarlos— la «creciente influencia de los partidos patrióticos europeos» y al reiterar que Europa «sigue siendo culturalmente esencial para Estados Unidos». La versión ampliada, siempre según Defense One, daría un paso más: pasaría de la constatación estratégica a una intención explícita de apoyar, e incluso encauzar, un reajuste ideológico en el Viejo Continente.
El fin de la hegemonía estadounidense
Una de las nuevas secciones del documento se centra en la reforma de la gobernanza global. Este verano, Donald Trump lamentó públicamente la exclusión de Rusia del Grupo de los Ocho (G8) en 2014, que pasó a ser el Grupo de los Siete (G7), y calificó esa decisión de «error».
La estrategia iría más allá de esas declaraciones. Plantea la creación de un círculo de decisión más reducido, denominado «Core 5» o «C5», integrado por Estados Unidos, China, Rusia, India y Japón. El grupo reuniría a varios de los Estados más poblados e influyentes del mundo, cada uno con una población superior o cercana a los 100 millones. A diferencia del G7, este foro no se regiría por criterios ideológicos ni por exigencias de gobernanza democrática. Celebraría cumbres temáticas periódicas, y la primera se dedicaría a la seguridad en Oriente Medio y a la normalización de las relaciones entre Israel y Arabia Saudí.
El documento también dedicaría un espacio destacado a lo que denomina explícitamente el «fracaso» de la hegemonía estadounidense, una expresión ausente en la versión pública de la Estrategia de Seguridad Nacional. «La hegemonía no es deseable ni alcanzable», sostendría el texto, en un giro de calado respecto a la política exterior estadounidense desde el fin de la Guerra Fría. Sus autores criticarían la visión atribuida a las élites de Washington, a las que acusan de haberse convencido de que «la dominación permanente estadounidense del mundo entero redundaba en beneficio de nuestro país».
De esa revisión se desprendería una doctrina de reorientación, resumida en la fórmula: «Los asuntos de otros países solo nos conciernen si sus actividades amenazan directamente nuestros intereses». Este principio serviría de base para una retirada parcial de la defensa europea, con la intención de Washington de destinar recursos a prioridades consideradas más vinculadas a su seguridad nacional. Entre ellas figuran, en particular, la lucha contra los cárteles de la droga radicados en Venezuela, identificados por la Administración estadounidense como una amenaza estratégica creciente.
En Europa, aplausos en la derecha e indignación en la izquierda
Estas revelaciones llegan en un momento de crecientes tensiones entre Washington y sus aliados europeos, tras una serie de declaraciones especialmente críticas del presidente estadounidense. En una entrevista con Politico, Donald Trump dibujó un retrato duro de las naciones europeas, a las que tachó de «decadentes», y cargó contra los líderes a los que considera «políticamente correctos». También acusó las políticas migratorias europeas de «destruir» sus países, sostuvo que «el enfoque europeo sobre la migración es un desastre» y afirmó que el continente se está «desmoronando».
La escalada verbal se vio acompañada de fricciones diplomáticas. El presidente estadounidense mantuvo una conversación telefónica particularmente tensa con el canciller alemán, Friedrich Merz, el primer ministro británico, Keir Starmer, y el presidente francés, Emmanuel Macron. Según la Casa Blanca, se cruzaron «fuertes palabras». Después, Trump compartió en su cuenta en la red social Truth Social un artículo del New York Post con un titular inequívoco: «Los europeos impotentes solo pueden enfurecerse mientras Trump, con razón, los excluye de las negociaciones sobre Ucrania».
Como era de esperar, la información provocó reacciones encontradas en Europa. Leslie Vinjamuri, directora del programa para Estados Unidos y las Américas del centro de estudios Chatham House, afirmó que «Donald Trump está trazando una línea divisoria» y que ello marca «el fin del orden internacional liberal heredado de la posguerra fría».
En Bruselas, el presidente del Consejo Europeo, António Costa, lanzó una inusual reprimenda pública a Washington: «Estados Unidos no puede sustituir a los ciudadanos europeos a la hora de decidir qué partidos son buenos y malos». El primer ministro polaco, Donald Tusk, adoptó una posición más conciliadora y llamó a preservar la relación transatlántica: «Queridos amigos estadounidenses, Europa es su aliado más cercano, no su problema. Y tenemos enemigos comunes. Así ha sido durante 80 años».
El canciller alemán, Friedrich Merz, hizo una valoración más matizada. Consideró «comprensibles» algunos aspectos de la estrategia estadounidense, pero subrayó la necesidad de que Europa sea «mucho más independiente de Estados Unidos en materia de política de seguridad».
En cambio, varias figuras de la derecha europea aplaudieron la iniciativa estadounidense. Geert Wilders, líder del Partido por la Libertad en los Países Bajos, expresó su apoyo a Donald Trump: «El presidente Trump dice la verdad. Europa se está convirtiendo rápidamente en un continente medieval debido a la apertura de fronteras y la inmigración masiva».
Negación formal
La Casa Blanca ha negado categóricamente estos informes. Anna Kelly, subsecretaria de prensa del Gobierno estadounidense, negó la existencia de ese documento. «No existe una versión alternativa, privada o clasificada», afirmó, y aseguró que «el presidente Trump es transparente y ha firmado una sola Estrategia de Seguridad Nacional, que define claramente los principios y prioridades que rigen las acciones del Gobierno estadounidense».
Según Kelly, las supuestas versiones paralelas citadas por la prensa serían fruto de «filtraciones de personas muy alejadas del presidente, que no tienen ni idea de lo que están hablando». Con esta aclaración, la Casa Blanca pretende cerrar la puerta a las especulaciones sobre una revisión doctrinal más profunda que la recogida en el documento desclasificado.
No obstante, ya sea una filtración auténtica o una campaña de desinformación, la controversia refleja una brecha de fondo en la comprensión de la relación transatlántica.
Artículo publicado originalmente en The Epoch Times Francia con el título «Make Europe Great Again: ce plan américain qui envisagerait d’extraire quatre pays du giron de Bruxelles».
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