Recordando la invasión soviética del 21 de agosto de 1968 que aplastó la esperanza de libertad de la Primavera de Praga

Por Ondřej Horecký
21 de agosto de 2025 07:37 Actualizado: 21 de agosto de 2025 07:43

El 21 de agosto de 1968, Checoslovaquia despertó bajo la ocupación: tropas soviéticas, polacas, húngaras, alemanas orientales y búlgaras cruzaron la frontera y ocuparon el país, aplastando la Primavera de Praga y fijando por décadas  en la memoria de los ciudadanos la imagen de tanques en las plazas y censura a través de todos los medios posibles. Del otro lado, en Occidente irrumpía la ola hippie, los estudiantes protestaban con violencia en París y Estados Unidos combatía en Vietnam, mientras eran asesinados el presidente J. F. Kennedy y el pensador Martin Luther King.

En la madrugada del 21, el estrépito de los aviones procedentes del aeropuerto de Ruzyně despertó a los esposos Ondřejček, como a tantos en Praga. Las luces de los edificios de alrededor se encendieron rápidamente, y desde una ventana alguien gritó:

«¡Los rusos están aquí!».

Así se enteró Jana Ondřejčková del asalto a Checoslovaquia por las tropas del Pacto de Varsovia.


«Una revolución para crear un sistema hasta entonces inédito que uniera lo mejor del socialismo y la democracia, que alumbrase una fórmula de justicia en libertad; una contrarrevolución para restaurar el capitalismo y arrancar a Checoslovaquia de la «comunidad socialista»; una reforma del régimen comunista para hacer más eficaces sus métodos y estructuras. Todo eso fue —y a la vez no fue— lo que se conoció en el mundo como Primavera de Praga, dependiendo de quién la juzgase y de dónde pusiera el foco. Porque el proceso no tuvo una dirección y un sentido únicos».

—Luis Zaragoza, en su libro Las Flores y los tanques, un regreso a la Primavera de Praga


Los esposos subieron a una moto y fueron al centro de la ciudad. «En la Plaza de la República vimos un camión cisterna de riego y, encima, a un grupo de muchachos. Uno de ellos sostenía la bandera checoslovaca; un chico en ese camión lloraba». Llegaron al edificio de la radio, donde el ambiente entre los soldados ocupantes y los praguenses que protestaban se estaba caldeando.

La Sra. Ondřejčková, que trabajaba en la radio, decidió entrar en el edificio bajo alerta de fuego. Alrededor del mediodía le llegó la orden de dejar entrar a los soldados soviéticos.


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«Ellos vinieron a nuestra sala y tuvimos que ponernos de cara a la pared. De pronto sentí un empujón en la espalda. Un soldado me señaló a mí y, con el subfusil apuntándome, me condujo aparte», relató Ondřejčková para el portal Paměť národa, que reúne los recuerdos de testigos de los acontecimientos históricos del pasado checo.

Por indicación del soldado, ella tuvo que apagar todos los equipos técnicos de la radio y desenchufarlos.

Jana Ondřejčková en 2024, cuando Paměť národa grabó una entrevista con ella. (Paměť národa)

Esperanza de cambio: la Primavera de Praga

A comienzos de 1968, en Checoslovaquia (hoy República Checa y Eslovaquia), el nuevo líder comunista Alexander Dubček lanzó un plan de reformas llamado Primavera de Praga. Buscaba suavizar la dictadura: menos censura, más libertad de expresión y de viaje, y una economía algo más abierta. Dubček no anunciaba abandonar el socialismo.

El ánimo en la sociedad cambió visiblemente.

«Desde marzo hubo un enorme interés por la política y los asuntos públicos. La gente comprometida no solo esperaba el cambio, estaba casi segura de que el cambio ya estaba en marcha y que había que participar», declaró a Epoch Times el historiador Oldřich Tůma, del Instituto de Historia Contemporánea de la Academia de Ciencias.

«Fue un año lleno de expectativas y esperanzas. El sistema cambiaba ante nuestros ojos», añadió.


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Era un cambio notable respecto a los veinte años anteriores. La censura se relajó considerablemente, los medios empezaron a funcionar con libertad; checos y eslovacos comenzaron de repente a creer en un futuro mejor: la plena liberalización de la cultura, la libertad de viajar, la posibilidad de emprender.

Ese dichoso presentimiento se respiraba en todo el país, explicó Tůma.

El escritor español, Luis Zaragoza, en su libro Las Flores y los tanques, un regreso a la Primavera de Praga describe las diferentes caras de la Primavera de Praga. «Una revolución para crear un sistema hasta entonces inédito que uniera lo mejor del socialismo y la democracia, que alumbrase una fórmula de justicia en libertad; una contrarrevolución para restaurar el capitalismo y arrancar a Checoslovaquia de la «comunidad socialista»; una reforma del régimen comunista para hacer más eficaces sus métodos y estructuras. Todo eso fue -y a la vez no fue- lo que se conoció en el mundo como Primavera de Praga, dependiendo de quién la juzgase y de dónde pusiera el foco. Porque el proceso no tuvo una dirección y un sentido únicos».

Marina Casanova Gómez profesora del Departamento Historia Contemporánea, de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, define la Primavera de Praga como «un intento de los checoslovacos para buscar su vía de socialismo. Dubcek quiso reformar el partido comunista mediante una revolución desde arriba. Pero su «socialismo con rostro humano» no contentó a la sociedad, que puso en marcha su propia revolución»

El escritor Miguel Delibes visitó Checoslovaquia en primavera de 1968, unos meses antes de la invasión soviética y escribió en el prólogo de su libro La Primavera de Praga: «Me llega la noticia de la invasión de Checoslovaquia por las tropas rusas y sus aliados del Pacto de Varsovia […] Pese a todo, sigo creyendo en la posibilidad de hacer compatibles la justicia y la libertad y no dudo de que, a la larga, el paso dado por Rusia -torpe y brutal- acabará volviéndose contra ella».

En 1968, aunque la inmensa mayoría acogía con agrado la perspectiva de mayores libertades, a una pequeña minoría formada por cuadros del partido y partidarios de la línea dura le horrorizaba la idea de perder el control sobre los ciudadanos.

Esa fracción elaboró una «carta de invitación» sin firmar en la que pedía a Moscú que interviniera. Los soviéticos utilizaron la carta como pretexto para la intervención militar.

La primavera checoslovaca alarmó a Moscú y a los gobiernos comunistas aliados, agrupados en el Pacto de Varsovia (la alianza militar liderada por la URSS).

Para frenar el proceso, el 21 de agosto de 1968 sus ejércitos invadieron Checoslovaquia y pusieron fin a las reformas.

«Países amigos» atacan

El 21 de agosto de 1968, durante la invasión soviética en Praga, el personal de la radio estatal fue la voz de la ciudadanía: informaron sin parar hasta que los soldados tomaron el edificio y apagaron la señal. (Imagen de Jiří Haleš, cortesía de Paměť národa)

En la noche del 20 al 21 de agosto comenzó la Operación Danubio, la mayor acción militar en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. En el aeropuerto de Ruzyně, en Praga, y en Tuřany, Brno, aterrizaron durante la noche del día 20 aviones militares soviéticos camuflados como aeronaves civiles. las fuerzas especiales tomaron ambos aeropuertos. Desde allí el ejército soviético transportó por puente aéreo material pesado y paracaidistas.

Al mismo tiempo, poco antes de la medianoche comenzaron a entrar en el país divisiones armadas procedentes de los estados vecinos del antiguo bloque oriental —Hungría, Polonia y la RDA—, reforzadas por dos regimientos búlgaros. La mayoría eran unidades soviéticas, cuyos tanques se posicionaron en Praga la mañana del 21 de agosto.

El historiador Daniel Povolný, del Instituto para el Estudio de los Regímenes Totalitarios, estima que unos 400 000 soldados extranjeros cruzaron las fronteras checoslovacas.

«Aunque hay cifras bastante precisas en lo que respecta a polacos, húngaros y alemanes orientales, faltan por completo datos sobre el ejército soviético», dijo a Epoch Times. Hasta que los rusos no abran los archivos, solo será posible una estimación cualificada, apuntó Povolný.

Tanques en la Plaza de la Ciudad Vieja, en el corazón del centro histórico de Praga, 21 de agosto de 1968. (Václav Bradáč, vía Instituto para el Estudio de los Regímenes Totalitarios)

Las tropas de los «países amigos”, como se llamaba a los miembros del Pacto de Varsovia —alianza militar de países comunistas a imagen de la OTAN—, no fueron en absoluto bienvenidas en Checoslovaquia.

«Ocurrió una resistencia no violenta, pero contundente y, al menos en los primeros días, eficaz”, señaló en la televisión checa el historiador Oldřich Tůma. Gracias a ello se logró impedir la aplicación inmediata de los planes originales, que tuvieron que posponerse unos meses.

Habitantes de Praga suben a un tanque soviético abandonado en el centro de la ciudad, 21 de agosto de 1968. (Václav Bradáč, vía Instituto para el Estudio de los Regímenes Totalitarios)

Los ciudadanos reaccionaron con rechazo e indignación. Para Ondřejčková fue una experiencia chocante. Hasta entonces creía que la Unión Soviética era amiga de su patria. Ella era una militante leal del partido comunista. Ese día salió a la calle a explicar en ruso —idioma que entonces todos debían aprender— a los ocupantes que allí no había ninguna contrarrevolución. Uno de ellos le dijo: «No entendemos por qué protestan tanto contra nosotros. Recibimos la orden inmediata de acudir en ayuda de nuestros hermanos eslavos, porque supuestamente los imperialistas occidentales habían irrumpido en la frontera de Checoslovaquia y ahora estamos al borde de la Tercera Guerra Mundial».

Fachada en Pilsen con pintadas que equiparan el comunismo soviético con el fascismo, agosto de 1968. (Milan Linhart, Milan Skočovský, vía Instituto para el Estudio de los Regímenes Totalitarios)

Aunque la gente salió a las calles con la intención de explicar a los soldados que se equivocaban al «liberarlos», también hubo refriegas. Frente a la radio corrió la sangre y se levantaron barricadas. En otros lugares, la gente giraba las señales de tráfico que apuntaban a Praga para confundir a los soldados.

En la capital y en otras partes del país fueron tiroteadas, atropelladas o de otro modo abatidas más de cien personas. Ivo Pejčoch, historiador del Instituto de Historia Militar, habla de 135 víctimas verificadas. «Esa cifra no es probablemente definitiva, porque en las décadas siguientes se destruyó material de archivo», afirmó en el programa de la televisión checa Historie.cs. Hasta hoy no se conocen los números finales.

Participantes en las protestas contra la invasión de tropas extranjeras en Checoslovaquia trasladan a un herido, 21 de agosto de 1968. (Václav Bradáč, vía Instituto para el Estudio de los Regímenes Totalitarios)

De vuelta al totalitarismo

Los líderes comunistas reformistas, encabezados por Dubček, fueron detenidos el mismo día de la invasión y llevados en avión a Moscú. Antes, sin embargo, emitieron una declaración en la que afirmaban que la intervención militar se había producido sin su conocimiento y llamaban a los ciudadanos a no oponer resistencia a las tropas extranjeras.

Debido a la resistencia masiva y a las protestas públicas, los soviéticos no pudieron instalar de inmediato a colaboradores del partido en un gobierno que sirviera de pantalla y tuvieron que optar por un camino más lento, explicó Tůma. Los políticos fueron detenidos y obligados en secreto a firmar el llamado Protocolo de Moscú, que aceptaba la estancia temporal de tropas soviéticas en territorio checoslovaco; luego fueron devueltos y se les restituyeron los cargos.

Eso calmó a la opinión pública y se percibió una resistencia nacional y no violenta a la ocupación.

La oposición al retorno al viejo sistema comunista se mantuvo bastante tiempo y fue intensa, señaló Tůma, sobre todo entre estudiantes y sindicalistas. Según él, duró hasta el primer aniversario de la invasión, cuando las fuerzas de seguridad reprimieron duramente a los manifestantes y mataron a varias personas. Entretanto, Dubček fue sustituido al frente del partido por un dirigente más aceptable para los soviéticos, Gustav Husák.

A continuación llegó la época de la llamada «normalización», caracterizada por una vigilancia reforzada, purgas, escuchas, detenciones, restricciones a los viajes y una dura censura. Fue un regreso a los años cincuenta.

Se establecieron órganos del partido comunista en todos los centros de trabajo, escuelas, el ejército y las empresas. La vida pública se organizó de forma absolutista con desfiles laudatorios, elecciones y reuniones obligatorias. La policía secreta llevaba expedientes de los disidentes, y en los centros laborales se elaboraban «informes de cuadros» que evaluaban el origen de clase y las opiniones políticas de la familia.

Libuše Palachová en el funeral de su hijo Jan Palach, que se inmoló el 16 de enero de 1969 en el centro de Praga para protestar contra la ocupación soviética. (Jiří Haleš, Paměť národa)

Más de 300 000 miembros fueron expulsados del KSČ; muchos cargos directivos fueron relegados a puestos inferiores por sus opiniones liberales y alrededor de 100 000 personas huyeron a Occidente. A cientos de escritores y artistas se les prohibió publicar o actuar. Las tropas soviéticas permanecieron en Checoslovaquia hasta 1991.

«De los ciudadanos se exigía, sobre todo, que fingieran cierta lealtad; la lealtad real o la confianza en el régimen ya a nadie le importaban. Probablemente la dirección del régimen era consciente de que, a diferencia de los años cincuenta —cuando no poca parte de la sociedad creía de verdad en la construcción de una nueva sociedad y un nuevo sistema—, ahora lo único que quedaba era la disposición a someterse, lo que mantuvo con vida al régimen hasta finales de los ochenta», explicó Tůma a Epoch Times. Toda la sociedad vivía en una impostura que se percibía como una humillación, dijo el historiador.

Fin de las ilusiones sobre Rusia

Según Tůma, los acontecimientos de 1968 han influído en el motivo por el que hoy los checos apoyan tanto a Ucrania en su lucha contra Rusia. La invasión de ese año fue un punto de inflexión en la percepción de la Unión Soviética y de la cultura rusa, por la que hasta entonces checos y eslovacos sentían mucha simpatía.

A diferencia de polacos o húngaros, ellos no tenían con Rusia relaciones históricas directas hasta la Segunda Guerra Mundial y veían a los soviéticos como libertadores de la ocupación alemana.

Povolný también sostuvo que la animadversión hacia los soviéticos —y hoy hacia los rusos— tiene su raíz en 1968. «La ocupación de agosto dañó de forma radical la hasta entonces relativamente positiva relación no solo de los checos, sino también de los eslovacos, hacia los soviéticos.

Ya en el 68 se decía: «Seis años os esperamos, veinte años os amamos y hasta la muerte os odiaremos»», afirmó el historiador.

Con la invasión de Checoslovaquia, para los checos los soviéticos pasaron a ser simplemente otros ocupantes odiados. «La intervención supuso un enorme shock y una inversión total de la relación con la Unión Soviética, y por extensión con Rusia», dijo Tůma. «Creo que sigue siendo uno de los elementos importantes que conforman la postura checa actual, y no solo la del gobierno, sino la de la mayoría de la opinión pública checa, que es muy marcadamente antirrusa y apoya a Ucrania».

«Desde la perspectiva checa parece que hay ciertos paralelismos entre lo que nosotros vivimos en el 68 y lo que vive Ucrania, aunque, por supuesto, la situación concreta es completamente distinta», añadió el historiador.


«Ya en el 68 se decía: ‘Seis años os esperamos, veinte años os amamos y hasta la muerte os odiaremos’
— Daniel Povolný, historiador, Instituto para el Estudio de los Regímenes Totalitarios


Povolný comentó que las generaciones que hoy ocupan posiciones decisorias no vivieron personalmente los acontecimientos de 1968 y que para ellas se trata solo de una experiencia transmitida.

No se atreve, por tanto, a valorar hasta qué punto eso influye en la postura de los checos sobre la guerra en Ucrania y la presencia de numerosos refugiados en el país. «Pero me atrevería a afirmar que un porcentaje nada desdeñable de personas apoya a Ucrania también como consecuencia de nuestra experiencia de agosto del 68”, dijo.

A la manifestación en apoyo de Ucrania «Estamos con Ucrania» celebrada el 27 de febrero de 2022 en la Plaza Wenceslao, en el centro de Praga, asistieron unas 80.000 personas. (Petr Horník / Právo / Profimedia)

Según los datos de junio de la Comisión Europea, en la República Checa viven 378 000 refugiados ucranianos. Otros 133 000 han encontrado refugio en Eslovaquia. El mayor número se encuentra en Alemania, con 1,2 millones. En cuanto a refugiados ucranianos por cada 1000 habitantes, la República Checa tiene la mayor proporción de toda la Unión Europea: 34,7 %.

En España la población de residentes ucranianos registró a 326 0000 personas en mayo 2025, según el Observatorio permanente de Inmigración.

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