SALUD Y BIENESTAR

¿Cuál es el precio oculto de vivir siempre ocupado?

Estar siempre haciendo cosas se ha convertido en una señal inequívoca de una vida plena, aunque puede afectar negativamente a la salud mental y física
noviembre 21, 2025 12:03, Last Updated: noviembre 21, 2025 12:03
By Hadia Zainab

En Estados Unidos y muchos otros países, las investigaciones señalan que las jornadas laborales más largas y los estilos de vida cada vez más ajetreados están provocando un aislamiento social sin precedentes. Aunque los adictos al trabajo pueden parecer personas de alto rendimiento, su implacable ímpetu suele tener un alto coste para su salud y sus relaciones.

La vida de Kristine Genovese, especialista en reestructuración empresarial que prosperaba gracias a su constante actividad, dio un vuelco radical cuando fue despedida. Esta pausa forzosa cambió por completo su perspectiva sobre su vida y sobre el ritmo frenético en el que vivía.

«Mis días estaban repletos de estrategias, cifras y un afán incansable por alcanzar el éxito», declaró Genovese a The Epoch Times. «Era muy buena en mi trabajo; tan buena, de hecho, que me hice conocida por mi capacidad para rescatar empresas en dificultades y devolverles la rentabilidad».

Sin embargo, pese a los ascensos, los elogios y el éxito financiero, Genovese afirmó que no podía evitar la sensación de que algo le faltaba. Aunque destacaba en su trabajo, se sentía profundamente desconectada, como si sus logros ya no dieran sentido a su vida.

«Las mismas habilidades que me habían llevado al éxito en el mundo empresarial empezaban a parecerme una jaula que me atrapaba en una vida que no estaba en sintonía con mi verdadero ser», declaró Genovese.

La trampa de la identidad en el ajetreo

Muchas personas vinculan su autoestima a la productividad constante. En el caso de Genovese, la necesidad de mantenerse ocupada no respondía solo al deseo de lograr objetivos, sino que tenía su origen en una necesidad más profunda de demostrar su valía ante los demás; aún no había aprendido a sentirse valiosa por el mero hecho de ser quien era.

«El sistema de recompensa del cerebro desempeña un papel fundamental en el refuerzo de la conducta, incluido el exceso de trabajo», explicó a The Epoch Times la neurocientífica Lila Landowski, profesora de la Universidad de Tasmania. Cada vez que una persona está a punto de completar una tarea de su lista, se activa el sistema de recompensa, que la impulsa a concluirla y libera una pequeña dosis de dopamina.

Esa sensación resulta agradable, de modo que se repite, señaló Landowski. «El problema es que a la dopamina no le importa lo que estés haciendo», añadió. Por lo tanto, cuando empiezas a asociar tu lista de tareas pendientes con tu autoestima y el hecho de estar siempre ocupado se convierte en una forma de autocalmarte, terminas reforzando comportamientos de adicción al trabajo.

Vincular la autoestima al rendimiento puede impulsar a las personas a esforzarse, pero también aumenta el estrés y reduce el disfrute genuino y la capacidad de perseverar.

Un estudio de 2016 con estudiantes de secundaria y universidad reveló que quienes basaban su autoestima en los logros —lo que se conoce como autoestima contingente— tendían a estar muy motivados, pero también más ansiosos y emocionalmente agotados. A menudo se esforzaban por demostrar su valía en lugar de hacerlo por interés genuino. Ante los desafíos, esta mentalidad basada en la presión puede incrementar la tensión y reducir la perseverancia, lo que pone de relieve que esta vinculación entre autoestima y rendimiento perjudica a largo plazo el bienestar y la motivación.

El impacto físico y mental de un ritmo de trabajo frenético

Las largas jornadas laborales y la presión constante pueden tener graves consecuencias para la salud, tanto mental como física.

En Polonia, uno de los países europeos con los índices más bajos de conciliación entre la vida laboral y personal, investigadores estudiaron a 500 profesionales de clase media en Varsovia durante un periodo de diez años. Descubrieron que quienes tenían más dificultades para mantener ese equilibrio presentaban peor salud mental y física. La relación entre el desequilibrio y la mala salud se reforzó con el tiempo, probablemente debido a cambios en el estilo de vida y en la forma de afrontar el trabajo.

A escala mundial, trabajar 55 horas o más a la semana se ha asociado con el 4,9 % de las muertes por enfermedades cardíacas y el 6,9 % de los fallecimientos por accidentes cerebrovasculares, según una estimación conjunta de la Organización Mundial de la Salud y la Organización Internacional del Trabajo.

Las largas jornadas laborales crean un caldo de cultivo perfecto para el deterioro de la salud cardiovascular, con más tiempo en posición sedentaria, mayor estrés, sueño deficiente y menos tiempo para hábitos saludables, según la doctora Jayne Morgan, cardióloga y vicepresidenta de asuntos médicos del programa Hello Heart.

«El sistema cardiovascular nunca descansa. Esta demanda constante, combinada con el descuido de los hábitos de vida, aumenta significativamente el riesgo de infartos y accidentes cerebrovasculares», declaró Morgan a The Epoch Times. «Las personas que están siempre activas suelen mostrar signos tempranos de estrés cardiovascular, incluso si son jóvenes y gozan de buena salud».

Trabajar en exceso puede alterar físicamente el cerebro, con posibles repercusiones en la salud cognitiva y emocional a largo plazo, según diversas investigaciones. Un estudio piloto realizado con personal sanitario reveló que quienes trabajaban 52 horas o más a la semana presentaban cambios visibles en regiones cerebrales implicadas en la toma de decisiones, la regulación del estrés y el control emocional, lo que sugiere que el exceso de trabajo crónico puede modificar el funcionamiento cerebral.

Estar en actividad de forma casi continua mantiene al cerebro en un estado de alerta máxima, como indican las ondas beta rápidas en un electroencefalograma. Esta hiperactividad sostenida agota la energía y puede provocar estrés, agotamiento, fatiga mental, mala calidad del sueño, menor productividad y negligencia emocional, según declaró Manoj Sharma, profesor titular de salud social y conductual de la Universidad de Nevada-Las Vegas, a The Epoch Times.

«Tomarse tiempo para descansar y conectar con uno mismo ayuda a mitigar los efectos del estrés», afirmó. «Sin ese equilibrio, aumenta el riesgo de ansiedad, depresión e incluso enfermedades crónicas como cardiopatías o demencia».

La distancia emocional

Sin que nos demos cuenta, el ajetreo constante puede levantar barreras emocionales silenciosas, no solo entre nosotros y nuestros seres queridos, sino también dentro de nosotros mismos. Cuando cada momento está ocupado con trabajo o tareas, la conexión genuina queda relegada.

«El ajetreo puede funcionar como cualquier otra estrategia de evasión», explicó Jill Vance, psicóloga clínica y fundadora de Mentella Health, a The Epoch Times. «Puede ofrecer un alivio temporal del malestar emocional, pero también refuerza la desconexión a largo plazo».

Un estudio publicado en Frontiers in Psychology realizó una encuesta a más de 1200 empleados estadounidenses a tiempo completo y descubrió que aquellos con puntuaciones altas en la escala de adicción al trabajo a menudo tenían dificultades para gestionar sus emociones. Como resultado, pueden utilizar el trabajo para evadir sus sentimientos y recurrir a hábitos de afrontamiento poco saludables, como la alimentación compulsiva, lo que perjudica aún más su salud.

Para Genovese, estar siempre ocupada funcionó en su momento como mecanismo de defensa, una forma de evitar enfrentarse a emociones incómodas. Mantenerse productiva la ayudaba a escapar de sentimientos más profundos, pero con el tiempo se dio cuenta de que esa actividad constante, en realidad, le impedía sanar.

«Lo irónico es que las personas que más amaba fueron las que menos recibían de mí. Estaba presente físicamente, pero emocionalmente ausente», dijo. «Las conversaciones se quedaban en la superficie porque mi mente siempre estaba en otra parte: planeando, solucionando problemas, esforzándome».

Según Sharma, entre las señales de alerta temprana de que la actividad frenética se está volviendo perjudicial están la irritabilidad, la fatiga persistente y la progresiva desatención de las relaciones personales. «Con el tiempo, esto puede generar ansiedad, culpa por no trabajar, falta de concentración, descuido del autocuidado o automedicación con alcohol y otras sustancias. En algunos casos, la tensión mental constante puede incluso desencadenar trastornos como el bipolar».

Encontrar su pausa

Romper ese ciclo pasa por redefinir su identidad: aprender a verse por quién es y no solo por lo que hace.

«El objetivo no es dejar de lograr cosas, sino ampliar esa sensación de logro más allá del trabajo: vivir de acuerdo con sus valores, hacer lo que le brinda alegría y plenitud y cultivar relaciones significativas», dijo Vance.

Los expertos entrevistados comparten las siguientes estrategias para ayudarle a bajar el ritmo:

Pequeños descansos: incorporación de microdescansos —como un paseo corto, un estiramiento rápido o un momento para respirar— a lo largo del día. Estas pausas ayudan a regular el sistema nervioso y las emociones.

Gestión del tiempo: reserva de espacio para las interacciones sociales y las actividades significativas.

Grupos y comunidades: participación en espacios que permiten conectar con personas afines.

Prácticas compartidas de relajación o meditación: actividades que pueden fortalecer los lazos emocionales.

Conocimiento de su estado de salud: control regular de la presión arterial, el colesterol y los niveles de azúcar en sangre.

Prioridad al sueño: descanso suficiente para favorecer la recuperación del cuerpo y la mente.

«Bajar el ritmo se ha convertido en mi práctica sagrada», dijo Genovese. «Se manifiesta en meditar por las mañanas en lugar de revisar el correo electrónico, practicar la respiración consciente antes de tomar decisiones y decir “no” sin sentirme culpable. La versión más poderosa de ti misma emerge cuando te permites hacer una pausa y reconectar con tu esencia».

Artículo publicado originalmente en The Epoch Times con el título «The Hidden Costs of Always Being Busy»

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