Incrustaciones de hilo fino de oro y láminas de oro sobre metal, este fue uno de los trabajos artísticos más relevantes que definió en buena parte la cultura del renacimiento español, especialmente en la ciudad de Toledo, conocida por trabajar los metales nobles mediante el damasquinado. Esta técnica artesanal decorativa originaria de Damasco, Siria, sobrevive a nuestros tiempos sin perder el prestigio y la elegancia de antaño.
El Damasquinado, también conocido como oro de Toledo comenzó a tener relevancia en la península ibérica tras la llegada de los árabes en el siglo VIII, especialmente gracias al trabajo artesanal de los mudéjares,—musulmanes que convivieron con judíos y cristianos en Toledo luego de que el rey Alfonso VI, se hiciera con el control de la ciudad que antes pertenecía a los musulmanes, convirtiéndola en un enclave cristiano pero tolerante con otros dogmas religiosos.
A partir de entonces empezó a tener auge y relevancia el damasquinado a una escala mayor y Toledo se llevó la fama como la ciudad referente en el trabajo de este arte. No obstante existen algunas discrepancias históricas, y muchos artesanos conocedores del oficio le dan peso e importancia al desarrollo e influencia que tuvo esta técnica en la ciudad de Guipúzcoa, en el País Vasco, especialmente en la villa de Eibar, conocida por su tradición armera.
«En Eibar había mucha armería, tema de armas de fuego y demás. Entonces, este arte allí se empleó mucho para decorar armas de fuego, espadas, armaduras. De hecho, hubo un tiempo en el que predominó el arte en Guipúzcoa antes que en Toledo», compartió con The Epoch Times España, Raquel de la Torre Serrano, una artesana que ha dedicado su vida al oficio.
Con el tiempo, la influencia fue más notable en la ciudad de Toledo y al final la distinción del trabajo artístico del damasquinado que fue producido allí, quedó fijo, según cuenta Raquel.
El arte detrás del damasquinado
Los periodos comprendidos entre el siglo XVI y el siglo XIX fueron los que moldearon el arte del damasquinado en España. Durante el renacimiento la técnica artística de la incrustación de oro y plata se centró en los motivos florales y paisajísticos, luego durante el barroco, se utilizó ampliamente en el decorado de objetos religiosos y más tarde se incluyó en otros objetos de mueblería como bargueños y en las guardas de pistolas y arcabuces.
Según ilustra Raquel, antiguamente el damasquinado se empleaba para decorar relojes de bolsillo, encendedores, polveras, el mango de los bastones e incluso estuches para barras de pintalabios y pitilleras de tabaco.
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Con su firma, Togashi, Raquel se inspira en el pasado y emplea su creatividad para adaptar el arte del damasquinado a objetos contemporáneos, diseños contemporáneos que se corresponden con las necesidades de la vida actual.
En cuanto a su proceso de elaboración, Raquel cuenta que antiguamente la manera de preparar una pieza era de forma manual y consistía en picar de manera muy fina la superficie del acero sobre el que se iban a hacer las incrustaciones de oro con una cuchilla hasta conseguir una forma romboidal, esto permitía el proceso de incrustación.
«Con el paso de los años se ideó una técnica —que es la que nosotros trabajamos ahora también—, que es conseguir esta misma cereza para preparar las piezas mediante unos baños químicos. Se sumergen las piezas en una mezcla de agua y ácido nítrico», explicó Raquel.
«Esto nos sirvió para acelerar un poquito el proceso, porque picar la pieza a cuchilla es algo muy laborioso, que exigía mucho más tiempo, y bueno, creo que es el único cambio que ha habido a lo largo de la historia en relación a las técnicas», agregó la artesana.
En el damasquinado se trabaja con láminas de oro e hilo de oro de 24 kilates (oro amarillo de 4mm de espesor), oro de 22 kilates (oro verde de 4mm de espesor) y plata (9,25mm de espesor).
«Trabajamos con oro de 24 kilates o plata, que podría ser hecho en hilo o en lámina. Luego, la pieza se tiene que matear. […] Matear, decimos, a terminar de incrustar todos los materiales y conseguir un acabado mate, para posteriormente poder sacar los brillos y demás», compartió Raquel.
«Después de esa técnica, volvemos a darles un baño que lo llamamos pavonado; que realmente se refiere a la técnica de ornamentación de los metales. Es el mismo proceso que se le realiza a las armas de fuego, y consiste en someter las piezas a unos baños en una mezcla de sosa cáustica y nitrato de potasio, a unos 600-700 grados», añadió.
La artesana asegura que mediante esta técnica se consigue dejar el acero completamente negro y los materiales como el oro y la plata se terminan de soldar, lo cual lleva al último paso, que es dar brillo a la pieza y someterla a un proceso parecido al cincelado mediante buriles de hierro, dándole punteados y trazos que pueden variar según lo requiera el diseño.
El proceso de elaboración, desde los utensilios y herramientas que emplea el damasquinado, aún conserva una estrecha relación con el de las herramientas que empleaban los antiguos armeros, como la bala de cañón. En su taller, Raquel trabaja con una bala de cañón modificada que sirve como una especie de gato que sujeta los demás utensilios con los que se trabaja y poder trabajar las piezas.
La mayoría de herramientas están hechas a medida, y principalmente se emplea el perfilador, que de acuerdo con Raquel, sirve para incrustar el hilo. También se trabaja con una cuchilla, unas pinzas que son útiles para el soporte de piezas; un bruñidor que sirve para sacar brillo a los materiales y macetas para el golpeado.
La elaboración de una pieza, por ejemplo de joyería, como lo pueden ser unos pendientes puede llevar dos horas, pero cuando se trata de piezas de mayor tamaño, el proceso de elaboración puede tardar dos meses o más, según explica Raquel.
Una tradición amenazada por el impacto de la industria
Raquel ha heredado la técnica del damasquinado de su padre, quien ha sido un maestro artesano con más de 50 años de experiencia. Él empezó a recorrer el camino del damasquinado desde que era niño y desde entonces dedicó su vida entera a ello.
Ahora, ella es una muestra de cómo el reemplazo generacional puede llevar todo el componente tradicional a los nuevos escenarios de la artesanía en la vida moderna.
«Empecé con la venta online y ya comencé a visualizar la técnica saliéndome un poco de la estética tradicional, porque, bueno, este oficio, ha estado arraigado a un estilo muy clásico. Entonces, mi visión fue salir un poco ya de esta dinámica repetitiva», asegura Raquel.
«En mi caso, mis diseños son de autor; los hago yo. Yo diseño y me adapto un poco a las nuevas tendencias, según la inspiración que a mí me viene del siglo en el que estamos, pero sin perder un poco la esencia tradicional. Las técnicas son las mismas», concluyó.
Sin embargo este legado se encuentra amenazado por la industria. Según Raquel, desde la década de 1970, las artesanías que se logran con el damasquinado empezaron a ser reproducidas y empezaron a comerciarse imitaciones elaboradas industrialmente con máquinas de prensa.
«Tenemos una imitación del producto y como ha habido muchos intereses comerciales, económicos y demás, pues muchas veces gente que no es tan noble ha engañado un poco al cliente, por ejemplo, asegurando que eran piezas artesanales cuando no lo eran. Entonces, esto ha estropeado mucho el legado, la estética de la auténtica técnica», asegura Raquel, quien denunció que actualmente los artesanos están en medio de una disputa legal con algunas fábricas de Toledo.
La artesana ve con preocupación el panorama del oficio del damasquinado, ya que desde la industria están montando una competencia férrea para conseguir reemplazar la manufactura artesanal y apagar la llama de la tradición, afectando considerablemente la distinción que tienen estos productos elaborados con cuidado y dedicación.
«Venimos lidiando con algunas fábricas de aquí, de Toledo. Hoy en día estamos trabajando los artesanos —que somos pocos—, tramitando y esperando a que se conceda el BIC (el Bien de Interés Cultural), al damasquinado, y es raro que ya no lo tuviéramos. Estamos luchando con ello y uno de los problemas que tenemos es que estas fábricas están alegando porque también quieren ser incluidas en este reconocimiento, en este BIC, y bueno, como tú puedas entender, pues no tiene sentido, porque al final es una imitación y luego el acabado no tiene nada que ver».
«Al final, ¿qué protección va a necesitar una fábrica cuando tienen la capacidad de sacar unas ediciones de miles de piezas? O sea, no tiene sentido», afirma la artesana.
Raquel, como parte del gremio de artesanos, opina que lo que se quiere conseguir es que además de que el Damasquinado tenga el reconocimiento como bien protegido, se establezca una ley para que los productos de manufactura artesanal logren una distinción y estén debidamente etiquetados.
El damasquinado: un legado que enaltece la cultura de España
La damasquinadora considera que es muy importante respetar la historia, el legado y la cultura que hay detrás del damasquinado y asegura que la historia no se puede llamar de otra manera, haciendo alusión al proceso industrial que amenaza la originalidad manufactura artesanal.
Comparte el anhelo de que el día de mañana las futuras generaciones puedan apreciar todo el trabajo y la tradición ligada a este ancestral arte y enfatiza que hay un aspecto cultural muy arraigado sobre las costumbres y las prácticas de los pueblos.
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«Si al final vamos tergiversando la historia, el día de mañana no vamos a poder ofrecer, ni explicar, ni hacer entender al consumidor del futuro en qué consiste esto», afirma Raquel.
El respeto a la artesanía y particularmente a la herencia transmitida por los árabes debe ser preservado para que en palabras de Raquel, «el día de mañana haya un relevo generacional. Para que la gente joven, es decir, los futuros artesanos que quieran dedicarse a esto, pues efectivamente, puedan hacerlo».
Actualmente, la marca Togashi se encuentra haciendo un trabajo de exploración en las costumbres y tradiciones de otros pueblos que también emplearon la técnica del damasquinado, como los egipcios y los japoneses para elaborar una colección de nuevas piezas.
Raquel siente un profundo orgullo por haber heredado el oficio de su padre, de quien también heredó las herramientas con las cuales se dedica a desarrollar su técnica. Para ella, tienen un valor sentimental muy grande.
«A mí este oficio me gusta mucho, me gusta innovar, creer en las nuevas ideas que se me ocurren y, bueno, pues, me gustaría dedicarme a esto hasta el final de mis días, eso sería lo ideal para mí. Y, bueno, en toda esta trayectoria, considero que mi función también es defender el auténtico legado que tenemos históricamente y ser honesta tanto con el cliente como con la gente que le pueda interesar la historia y la artesanía».
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