Comentario:
Este sábado 22 de noviembre, pasadas las dos de la tarde, Madrid vivió lo que llevaba años anunciándose en silencio. En la calle Carlos Martín Álvarez, en pleno Puente de Vallecas, un joven marroquí salió de su casa armado con un cuchillo de cocina de grandes dimensiones y apuñaló a tres viandantes elegidos al azar: una mujer mayor que recibió una cuchillada en el brazo, un hombre de unos 40 años herido en el abdomen y una tercera persona con cortes superficiales. Tras el ataque se atrincheró en el piso familiar situado en la cercana calle Peña de Atalaya. Fue su propio hermano quien marcó el 091: «Mi hermano está fuera de sí, tiene un cuchillo y dice que va a matar a alguien», según he podido constatar a través de fuentes policiales cercanas al operativo.
Cuando los agentes de la Unidad de Intervención Policial (UIP) irrumpieron en el domicilio, el joven se lanzó sobre ellos gritando «¡Allahu Akbar!» mientras recitaba versos del Corán con el cuchillo en alto. El Táser hizo clic, pero no descargó. Tres disparos de subfusil MP5 lo alcanzaron en pulmón, riñón y pierna cuando estaba ya a menos de un metro de degollar al policía que abría la puerta. Hoy permanece ingresado en estado grave pero estable en el Hospital Gregorio Marañón, custodiado 24 horas y con el caso ya en manos de la Audiencia Nacional por delito de terrorismo.
En las horas siguientes, algunos medios y ciertas «fuentes policiales» citadas de forma interesadamente anónima se apresuraron a hablar de «brote psicótico por consumo de drogas» y a calificar de «alarmismo» cualquier referencia al yihadismo. Esa versión no resiste el más mínimo contraste con la realidad.
El consumo de estimulantes no es una atenuante, es un patrón repetido entre lobos solitarios. Captagón, hachís reforzado o cocaína han aparecido en los análisis toxicológicos de los autores del camión de Niza (2016), del atentado del Manchester Arena (2017), de los apuñalamientos del London Bridge (2017 y 2019) o del ataque con cuchillo junto a la Ópera de París (2020). El propio Estado Islámico lleva años recomendando estas sustancias como «pastilla del martirio» para vencer el miedo natural antes de buscar la muerte en combate. Las drogas no excluyen la motivación yihadista; la potencian.
Además, el ataque de Vallecas reproduce literalmente los manuales que Estado Islámico difundió con especial intensidad a lo largo de 2025. En marzo de este año, yo mismo publiqué información exclusiva a la que tuve acceso directo a través de numerosos grupos en los que me encuentro infiltrado para mis trabajos de investigación. Estado Islámico había reactivado una campaña masiva de propaganda dirigida específicamente a inmigrantes magrebíes que cruzaban hacia Europa o se encontraban ya en nuestro continente. Entre los archivos que circulaban por canales de Telegram y que incluso eran compartidos en grupos de traficantes figuraban tutoriales gráficos de apuñalamiento con indicaciones precisas: golpes prioritarios en cuello, axilas e hígado; víctimas ideales: ancianos, mujeres y personas solas; y la obligación de gritar «Allahu Akbar» en el momento culminante para que el acto quede registrado inequívocamente como yihad y no como simple delincuencia común. El atacante del sábado ejecutó ese guion al milímetro.
Los datos oficiales del Ministerio del Interior son demoledores y dejan poco margen a la casualidad. A 16 de noviembre de 2025, España ya había llevado a cabo 59 operaciones antiterroristas y detenido a 95 personas por yihadismo en territorio nacional: récord histórico absoluto desde los atentados del 11-M. En lo que va de legislatura (desde agosto de 2023) la cifra asciende a 235 detenidos, más que en toda la década que siguió a la masacre de Atocha. Desde 2004, las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado han arrestado a 1211 terroristas islámicos en España y a otros 158 en el extranjero en operaciones conjuntas. La curva no se estabiliza y sigue en ascenso exponencial.
Y esa curva coincide exactamente con el momento de mayor presión migratoria ilegal de nuestra historia reciente. España cerró 2024 con más de 60 000 llegadas por vía marítima y terrestre, y en lo que va de 2025 ya supera las 30 000. Un amplísimo porcentaje son varones de entre 18 y 35 años procedentes de Marruecos y Argelia, los dos países que, proporcionalmente, más combatientes extranjeros siguen aportando al yihadismo global. Y aunque aún no sabemos cómo llegó y se desarrolló el detenido, ya sabemos que es de origen marroquí, uno de los principales destinatarios de este tipo de propaganda terrorista.
Y adelantándome a juicios apresurados, NO; no es xenofobia ni racismo señalar una correlación estadística tan evidente. Cuando permites la entrada masiva —legal e ilegal— y sin ningún tipo de filtro de cientos de miles de personas procedentes de zonas de alto riesgo ideológico, estás importando también —inevitablemente— un porcentaje (por pequeño que sea) de individuos ya radicalizados o que se radicalizarán en cuestión de semanas a través de internet. Y entre ellos siempre habrá algunos dispuestos a pasar a la acción con el arma más barata y accesible que existe: un cuchillo de cocina.
Vallecas, además, no es un barrio cualquiera. Es uno de los distritos madrileños con mayor concentración de población magrebí, con tasas de paro juvenil disparadas, marginalidad extrema y un tráfico de drogas que actúa como lubricante perfecto para la prédica yihadista online. Es, en definitiva, el tipo de caldo de cultivo que ISIS lleva años señalando a «los hermanos que ya están en tierra de cruzados».
Lo ocurrido este sábado no fue, por tanto, un desgraciado incidente aislado ni un brote psicótico inducido por estupefacientes. Fue un atentado yihadista de manual perpetrado por un lobo solitario que siguió paso a paso las instrucciones que el Estado Islámico lleva meses difundiendo entre los mismos inmigrantes que nosotros estamos trayendo sin control. Y esto ya no es una crisis migratoria más. Es una crisis de seguridad nacional en toda regla.
Porque cuando tienes que abatir a tiros a un sujeto que grita «Allahu Akbar» en el centro de Madrid, cuando las detenciones por terrorismo islámico baten récords año tras año, cuando los propios manuales del enemigo se cumplen al pie de la letra en nuestras calles, ya no estamos hablando de «gestión humanitaria de flujos migratorios» ni de «diversidad enriquecedora». Estamos hablando de una amenaza existencial que el actual Gobierno se niega a reconocer por puro cálculo ideológico.
España no puede seguir mirando para otro lado. O cambiamos radicalmente la política de fronteras y de seguridad nacional, o los próximos cuchillos no se quedarán en brazos y abdómenes: encontrarán yugulares. Y entonces ya no habrá excusa, versión oficial ni eufemismo que valga.
Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
Cómo puede ayudarnos a seguir informando
¿Por qué necesitamos su ayuda para financiar nuestra cobertura informativa en España y en todo el mundo? Porque somos una organización de noticias independiente, libre de la influencia de cualquier gobierno, corporación o partido político. Desde el día que empezamos, hemos enfrentado presiones para silenciarnos, sobre todo del Partido Comunista Chino. Pero no nos doblegaremos. Dependemos de su generosa contribución para seguir ejerciendo un periodismo tradicional. Juntos, podemos seguir difundiendo la verdad.