Hace dos meses, en Boca de Todos, adelanté datos que esta semana confirman el primer informe oficial de criminalidad de la Ertzaintza: el 64 % de los detenidos en el País Vasco son extranjeros, pese a que apenas representan el 15 % de la población. No era una invención ideológica, sino el resultado de una información obtenida por un servidor a través de fuentes policiales y de una investigación tenaz que, como era de prever, algunos tertulianos desestimaron con esa ironía tan predecible a la que nos acostumbran basada en la estigmatización de quien ubica en el centro del debate lo que otros prefieren ocultar. Pues bien, los números han salido a la luz y validan cada coma de mi análisis. La inmigración ilegal y descontrolada no es un «enriquecimiento cultural» abstracto; está configurando ecosistemas urbanos donde la delincuencia importada —con orígenes mayoritarios en el norte de África, Oriente Medio o flujos asiáticos y oceánicos— prospera sin freno. Y lo peor, no es un fenómeno aislado, sino un patrón empírico que Europa lleva años documentando en informes oficiales y observatorios independientes.
Cuando se exponen estas realidades, la izquierda entra en pánico. Niegan lo evidente, alérgicos a las matemáticas que no cuadran con su narrativa. «¡Los españoles cometen más delitos en términos absolutos!», arguyen, olvidando que la proporcionalidad es el verdadero espejo. Con una población extranjera mucho menor, su sobrerrepresentación —hasta 5 ó 6 veces en delitos comunes— no es relativa, es un hecho innegable que estadísticas como las de la Ertzaintza, el Bundeskriminalamt alemán o el Brå sueco ponen de manifiesto sin pudor. Si queremos desarmar estas amenazas consolidadas, hay que asumirlas. Fronteras seguras, deportaciones inmediatas y una integración que no sea un eufemismo para la segregación. De lo contrario, barrios como Saint-Denis no serán una advertencia lejana, sino nuestro futuro cotidiano.
Tomemos Francia como primer ejemplo, donde los extranjeros suponen el 12,59 % de la población (al margen de segundas y terceras generaciones), pero su huella en la delincuencia es casi cinco puntos superior a su tasa de población. Según el Ministerio del Interior, en 2024 los extranjeros representan el 17 % de los mis en cause (implicados) totales. Algunos de vosotros diréis que se trata de una ratio comedida (me debo al rigor), pero si nos vamos a París, el 48 % de los sospechosos en delitos callejeros son extranjeros. Pero el pulso se acelera en los suburbios: en Seine-Saint-Denis, que incluye Saint-Denis, un 21,7 % de la población es extranjera (datos INSEE 2024), y el departamento registra un 10,5 % de desempleo (frente al 7,1 % nacional), con un aumento del 20 % en violencia suburbana en 2024 tras disturbios, donde la policía reporta una sobrerrepresentación de inmigrantes ilegales, magrebíes y subsaharianos en el 40 % de los incidentes callejeros, según balances del Ministerio del Interior.
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En Alemania, el Bundeskriminalamt (BKA) en su informe de 2024 es aún más explícito. Los no alemanes, que son el 18,96 % de la población, figuran como el 41,8 % de los investigados totales (913 196 de 2,18 millones), con un repunte en crímenes violentos, donde un tercio son no alemanes, y en agresiones sexuales el 60 %. Orígenes predominantes: Siria, Afganistán y Marruecos, que suponen el 30 % de los inmigrantes ilegales en territorio germano. Pero eso no es todo, según fuentes policiales, en suburbios como Neukölln en Berlín, el crimen violento creció casi un 10 % en 2024 (delitos graves), con no alemanes representando hasta el 50 % de sospechosos en robos y agresiones, en un distrito donde los inmigrantes son el 28,5 % de la población.
Bélgica ofrece un guion similar, aunque con una sobrerrepresentación más ajustada a su enriquecimiento cultural (ustedes me entienden). Con extranjeros al 13,7 % de la población —según Statbel—, estos son responsables del 28 % de las condenas penales en 2023-2024, según datos judiciales del Ministerio de Justicia. Si nos centramos en Bruselas, el epicentro es Molenbeek; este suburbio registró en 2025 parte de los 57 tiroteos en la capital (20 solo en verano), ligados a gangs de drogas marroquíes y albaneses, según el fiscal Julien Moinil, con tasas de violencia un 50 % por encima de la media bruselense y alrededor del 70% de sospechosos inmigrantes en casos de tráfico, según Belga News Agency.
En los Países Bajos, el CBS en su informe Asiel en Integratie 2025 reporta que los no occidentales (13 % de la población) generan 202 investigados por cada 10 000 habitantes, frente a 61 para los nativos —una sobrerrepresentación 3,3 veces superior—. En la segunda generación, como descendientes marroquíes o antillanos, sube a 4 veces en delitos violentos, y el 37,5 % de los sospechosos totales tienen origen migratorio. En Rotterdam, suburbios como Rotterdam-Zuid ilustran el problema que nos trae hasta aquí, con más del 50 % de población inmigrante (la mayoría procedentes de Marruecos, Turquía o Siria), existen tasas de investigados 2,5 veces superiores a la media nacional entre población extranjera.
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Suecia no se queda atrás, el Gobierno sueco en sus informes sobre inmigración e integración indica que los nacidos abroad (20 % de la población) son 2,5 veces más sospechosos en delitos comunes, y la segunda generación, 3,2 veces. En violaciones, dos tercios de los convictos son inmigrantes de primera o segunda generación (Brå, 2024); en letalidad y robos, el riesgo es 4-5 veces mayor en orígenes norteafricanos y de Oriente Medio. Una tesis de la Universidad de Gotemburgo vincula el auge de tiroteos —con menores como el 25 % de sospechosos en 2024— a la segregación en áreas vulnerables. En Malmö, Rosengård es el caso paradigmático; este distrito, con un 59 % de pobreza infantil y más del 85 % de población de origen extranjero, registra tasas de violencia 5,7 veces superiores a la media nacional, con redes criminales transnacionales responsables de la mayoría de los tiroteos fatales en 2024.
Finalmente, Italia: el Ministerio del Interior para 2024 muestra que los extranjeros (alrededor del 10 % de la población) cometen el 34,7 % de los arrestos totales, superando ratios del 60 % en robos y hurtos. Los inmigrantes ilegales están implicados en el 70 % de los delitos ligados a la inmigración (favorecimiento de la inmigración ilegal, explotación laboral, trata, …) con un riesgo estimado hasta 14 veces mayor que los inmigrantes legales, según análisis del Centro Studi Res actualizados en 2024.
Estos datos, extraídos de ministerios, agencias como el BKA o el Brå, y observatorios independientes, no admiten interpretaciones complacientes. La inmigración ilegal y descontrolada está erosionando la seguridad en Europa, convirtiendo suburbios en polvorines donde la delincuencia importada no solo sobrevive, sino que se multiplica por fallos de integración. El resultado es claro y demoledor: tasas de delitos violentos, sexuales y contra la propiedad disparadas en zonas de alta concentración migratoria, con sobrerrepresentaciones que duplican o triplican la cuota poblacional. Saint-Denis, Molenbeek, Rosengård o Neukölln no son excepciones; son síntomas de un mal que España puede evitar si deja de ser alérgica a estas verdades empíricas. Asumamos los números, actuemos con firmeza —controles fronterizos, asimilación real, cero tolerancia— o preparémonos para ser el próximo aviso. Las estadísticas no son racistas y negarlas no detiene agresiones sexuales ni robos; solo los multiplica.
Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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