El 31 de octubre, las calles se llenan de pequeños superhéroes, monstruos y fantasmas que van de puerta en puerta recogiendo dulces como si fuera un deporte olímpico. Los padres sonríen, los vecinos conversan y, por una noche, el barrio vuelve a parecer aquel en el que querríamos vivir.
Sin embargo, bajo la alegría y la nostalgia late una realidad más inquietante: una festividad antes centrada en la familia y la convivencia se ha convertido en sinónimo de chuches y de un consumo masivo de azúcar.
Una festividad basada en el azúcar
Quizá lo más inquietante de Halloween no sea el esqueleto articulado de unos dos metros y medio, con ojos rojos, que adorna el jardín, sino la cantidad de jarabe de maíz con alto contenido en fructosa que nuestros hijos llegan a tomar en apenas un día. Halloween se ha convertido en uno de los momentos de mayor consumo de comida basura del año. Los estadounidenses gastan más de 3900 millones de dólares (3370 millones de euros) al año en dulces de Halloween —solo lo superan las ventas de Pascua—. De media, un niño ingiere el equivalente a 600 gramos de azúcar en una sola noche.
Este nivel de consumo no solo provoca un pico de energía; también favorece la inflamación, debilita el sistema inmunitario, altera el sueño y alimenta la epidemia de enfermedades crónicas que afecta a muchos niños. Pediatras observan cada año que, tras Halloween, la caída del azúcar coincide con el inicio de la temporada de gripe. Los virus no lo explican todo; los hábitos alimentarios también contribuyen.
¿Cómo llegamos hasta aquí?
Halloween no siempre giró en torno a los dulces. La festividad hunde sus raíces en el rito celta de Samhain, que marcaba el final de la cosecha de verano y el inicio de los meses más oscuros, el día en que se creía que los espíritus de los muertos regresaban a la Tierra. Mucho antes de que existieran los M&M’s, se ofrecían alimentos como pan, cereales y fruta para apaciguar a esos espíritus.
A comienzos del siglo XX, en Estados Unidos, los niños practicaban el souling o el guising, y cantaban o rezaban a cambio de dulces caseros —nueces, manzanas o palomitas—. En la década de 1950, los fabricantes de golosinas vieron una oportunidad: envasaron azúcar en barras en miniatura, la presentaron como algo «divertido» y convirtieron aquella costumbre en una tradición nueva.
En los años setenta, las noticias —casi siempre infundadas— sobre dulces caseros «envenenados» hicieron de los productos comerciales la única opción socialmente aceptable. Los padres se asustaron, las corporaciones se beneficiaron y la norma quedó instaurada.
Lo que hacen otros países
En muchos países, Halloween no gira únicamente en torno a los dulces.
En México, el Día de los Muertos honra a los seres queridos con altares y platos tradicionales.
En Irlanda, donde se originó la festividad, las familias celebran con hogueras, juegos y dulces caseros.
En Japón, Halloween se vive con desfiles de disfraces: una celebración de la creatividad más que del consumismo.
En Francia e Italia, la conmemoración se centra en el recuerdo, no en marcas como Reese’s (conocida por sus peanut butter cups).
Hemos ido dejando que las corporaciones se apropien de tradiciones con sentido comunitario.
Encontrar el equilibrio
No se trata de prohibir los dulces ni de privar a los niños de la diversión, sino de buscar el equilibrio y enseñarles que el jarabe de maíz de alta fructosa no es sinónimo de alegría. Como alternativa, pueden ofrecerse pequeños juguetes, pegatinas o pulseras luminosas. También cabe optar por dulces sin colorantes artificiales ni jarabe de maíz con alto contenido en fructosa.
Otra opción es la Switch Witch (Bruja Cambiachuches), una forma lúdica de mantener la magia de Halloween sin exceso de azúcar. Los niños siguen recogiendo chuches y, por la noche, dejan parte —o la totalidad— de su botín para la Bruja, que lo intercambia por un pequeño juguete o una sorpresa. Es una tradición sencilla que convierte el exceso en imaginación y recuerda que el verdadero placer está en la creatividad, la sorpresa y el equilibrio.
Es cierto que los dulces son asequibles y que las alternativas más saludables suelen ser más caras. La pregunta de fondo es: ¿qué valoramos? Si priorizamos la salud de nuestros hijos y el bienestar comunitario, podemos —y debemos— replantearnos este hábito.
El siguiente capítulo
Hace menos de un siglo, Halloween era una celebración de la comunidad y la familia. En el camino, cambiamos esos valores por azúcar.
En Estados Unidos, durante el último año, el movimiento Make America Healthy Again (MAHA, por sus siglas en inglés) ha impulsado —según sus promotores— reformas en la industria alimentaria, basadas en una mayor preocupación por la salud y el reconocimiento del papel de la dieta en la epidemia de enfermedades crónicas del país. ¿Marca esta mayor conciencia sobre los ingredientes y su impacto en la salud el inicio del cambio? ¿Se extenderá a otras prácticas culturales, también a Halloween? Tal vez este sea el año en que recuperemos el control de la salud de nuestros hijos: decisión a decisión, familia a familia, barrio a barrio.
Porque el regalo más dulce que podemos darles a nuestros hijos no son dulces.
Es salud.
Es conexión.
Es la libertad de celebrar sin depender de lo que nos enferma.
Artículo publicado originalmente en The Epoch Times Francia con el título «Halloween rend-il nos enfants malades ? Les solutions pour repenser les bonbons d’Halloween»
Cómo puede usted ayudarnos a seguir informando
¿Por qué necesitamos su ayuda para financiar nuestra cobertura informativa en España y en todo el mundo? Porque somos una organización de noticias independiente, libre de la influencia de cualquier gobierno, corporación o partido político. Desde el día que empezamos, hemos enfrentado presiones para silenciarnos, sobre todo del Partido Comunista Chino. Pero no nos doblegaremos. Dependemos de su generosa contribución para seguir ejerciendo un periodismo tradicional. Juntos, podemos seguir difundiendo la verdad.